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Era inusual el agradable clima en esa época del año, cosa que, de cierto modo, beneficiaba a los habitantes del bosque.
Las gotas de rocío caían por las hojas de los árboles y el grillar mañanero incitaban a Paul a mirar por la ventana, sacando la cabeza y llenando sus pulmones de aquel aire tan ligero, limpio.
Los pájaros cantaban, el cielo despejado permitía que los rayos del sol lo golpearan de lleno en la cara y esa sensación tan cálida fue trepando por todo su cuerpo.

Paul abrió los ojos, encontrándose a una parvada de aves volar por los cielos. Ellos eran la primera oleada de migración y en tan solo unos meses, ya ninguno de esos pájaros estaría por ahí. El azabache, desde muy chico, se preguntó a donde irían las pequeñas golondrinas y como era que sabían en que momento migrar, le resultaba bastante extraño ver como de repente emprendían vuelo y guiadas por el instinto, se alejaban hacía el horizonte.

Probablemente, tener alas y pico sería mucho mejor que patas y colmillos. La capacidad de volar. Que afortunados son los pájaros. ¿Serán ellos consientes que es un anhelo bastante común el querer volar? 
No importaría demasiado como, desde una estilizada garza, hasta un pequeño y rechoncho gorrión. Surcar por lo cielos con nada mas que la ayuda de tu mismo cuerpo seguramente es lo más parecido a tentar la gloria.

O tal vez no.

—¿Qué haces, Paul?— Rompió John con la tranquilidad.

El pelinegro sonrió al verlo, y es que ahora, el sol también se encontraba con los ojos del castaño, y estos reflejaban, como prisma, un espectro de tonos marrones, naranjas y amarillos.

—Estoy mirando el bosque.

John miró hacia atrás, para luego abalanzarse rápidamente sobre los gorditos labios del azabache.

Hasta ahora, los besos que este par se daban era de mera ternura, pequeños instantes de cariño plantados en el rostro y en ningún otro lugar. Como si simplemente fueran un bebida y nada más dieran un sorbo a todo su sabor.

Eso bastaba por ahora, después de todo, Paul era un bebé aprendiendo a caminar y de alguna manera, John estaba en las mismas.

—Hoy voy a salir, Paulie.

—¿A dónde iremos?

El castaño rascó su nuca.

—La salida es con mis amigos, nada mas salgo yo.

—No, Johnny, llevó toda la semana esperando estar un día entero juntos.

John y Paul, en ese poco tiempo, y como tontos adolescentes, se pensaban todos los días. Cuando el jóven Lennon tenía que irse al colegio no evitaba recordar al pelinegro, en sus ojos, en volver a besarlo y claro, el azabache estaba igual o peor. Apenas John llegaba a la mansión rara vez se despegaba de su lado, escuchaba todo lo que el castaño tuviera por decirle y se enmudecia apenas su cariño abría la boca. No, John no trataba de ser el centro de atención, sino que el pelinegro estaba demasiado interesado en aprender de él.

A los oídos de Paul, las meras palabras de Lennon eran música. Siempre aprendía algo nuevo estando en su compañía.

—Quieres que me quedé ¿No es verdad?

Paul asintió.

—Sí, aquí conmigo.— Musitó con un ligero puchero hecho en sus labios. Esta acción John la notó, por lo que, lentamente, llevó su dedo pulgar al labio inferior de Paul e hizo que este rebotara.

—No me hagas pucheros.— Dijo con la mirada centrada en su rosada boquita.

—¿Por qué?

—Porque te diré que sí.

𝔽𝕠𝕣 𝕍𝕒𝕝í   ●●McLennon●●Donde viven las historias. Descúbrelo ahora