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Tragando firmemente cual cachorro hambriento, él ingería la virtud concedida por aquel ser que se decía poderoso. Había entregado a su mujer y con ello, a su decencia. No, no eran salvajes, solo eran humanos avariciosos, algo muchísimo peor. Una plaga desquiciada, dispuesta a condenar hasta su misma sangre con el fin de obtener su preciado deseo ¿Pero qué era esto? ¿Poder acaso? ¿O solamente el simple estatus concedido por un jodido apellido?

Nadie lo sabría nunca, siglos pasantes y atardeceres se habían llevado el secreto, separando así a dos familias que alguna vez casi fueron la misma. Moldeando las cabezas de su descendencia al igual que un río constante, creciente y firme, tan imponente que se le creyó imparable. Con el tiempo, el cause del río se había perdido; el camino empedrado ya no dejaba ver más allá y de hacerlo, no creerías lo que te contaran tus chismosos ojos.

Escalando hasta la cima, perdiendo aire y exhalando melancolía, muy probablemente ya la mitad de las personas se habrían dado por vencidas; cansadas de darlo todo y no obtener nada, con ninguna otra recompensa más que la inicial, aquella a la que ni siquiera le habían echado un ojo, probado su sabor. Ellos tenían las sobras de la virtud, los pesados residuos.

Thomas despertó al escuchar un montón de pujidos, gemidos y maldiciones. Primeramente no comprendía el motivo, pero a lo poco entendió el origen de tal alboroto.

-¡Damn, Daven!/ ¡Maldición, Daven!- Gruñó en voz baja.

Su hermano, de nuevo, había llevado una mujer a la casa y como si fuera una especie de fetichista empedernido, solía meterse con las mujeres más escandalosas.

El bicolor talló sus adormilados ojos y estiró ambos brazos, para después soltar un bostezo prolongado.

-Debería tener mas respeto.- Masculló al mismo tiempo en que la chica había llegado a la cumbre del éxtasis.

El jóven atenido a que, difícilmente, podría volver a conciliar el sueño, decidió bajar por el desayuno o por lo menos un intento de ello; Después de todo, la sinfónica de desafinados gimiteos le habían rebajado el apetito.

-Buenos días.- Saludó al ver que Aren estaba hurgando en la alacena.

El ojiazul nada mas bufó.

-¿A ti también te despertó Daven, verdad?- Preguntó Tom.

-Lleva así una hora.- Refunfuñó enfadado. -Vaya aguante.

-Ya es la tercera vez en esta semana.

Entonces, Aren sacó un paquete de galletas que estaban adentro de un cajón.

-¿Qué hace esto aquí?- Preguntó en voz alta.

Thomas volvió su vista hacia su hermano, percatandose de que habían descubierto su escondite de bocadillos.

-No lo toques, es mío.

-¿Las tenías escondidas, zarigüeya tramposa?

-Son para después.

El hermano de en medio tomó un paquete de galletas y, como queriendo provocar al menor, abrió el empaque con lentitud.

-Me las voy a comer.

-¡Aren!- Bramó. -Las compré con mi dinero.

-Ni siquiera me gustan. -Aseguró muy propio. -Pero no debiste esconderlas.

-Me vas a tener que reponer el dinero que gasté.

-No.- Negó con seriedad. -Tengo hambre y vivimos en una casa que; te recuedo, no es tuya ni mía. Hay comida, eso quiere decir que también es mi comida.

𝔽𝕠𝕣 𝕍𝕒𝕝í   ●●McLennon●●Donde viven las historias. Descúbrelo ahora