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Aislado, renuente a interactuar con el hombre que tenía enfrente, Paul mascaba sus mejillas y mantenía sellados los labios. De vez en cuando miraba sus manos, luego jugaba con sus dedos y finalmente se llevaba el dedo medio hacía la boca.
El doctor Collins era paciente, pues llevaba cerca de una hora y media esperando a que Paul hablara; Lo estaban calando, el hombre probaba el tiempo que el pelinegro sería capaz de quedarse callado con el único estímulo de su mirada fija. Paul, por su parte, podría continuar así días, realmente no le suponía ninguna dificultad.

Los expresiones corporales del muchacho decían mas que su boca. Sus mejillas mordisqueadas y los ocasionales vistazos a sus dedos indicaban desconfianza y reticencia, nada raro en Paul cuando interactuaba con extraños.

Este psiquiatra, anteriormente, había tenido dos encuentros con el azabache. Él era el doctor encargado del caso y por consecuente, tenía que seguirle la pista a su paciente. En esta ocasión había optado por visitar a Paul en un ambiente familiar, dónde éste tuviera la suficiente confianza como para comportarse con la mayor naturalidad posible.

El primer recuerdo que Collins tenía con el azabache era aquel en donde Paul estaba atado a su cama de hospital, recordaba a un muchacho salvaje que tan solo repetía la palabra "No" a todo momento y que emitía una especie de gruñidos semejantes a los que producen los cánidos. Un jóven agresivo que aparentaba incapacidad para procesar lenguaje complejo. Luego conoció al Paul que iba en compañía de John, un muchachito cohibido, pero que entendía a la perfección.

Entonces y dándose cuenta de que Paul difícilmente daría el primer paso, se decidió por utilizar un método bastante común en infantes. Del gran maletín que llevaba junto consigo sacó tres cajas de cartón, todas ellas coloridas y decoradas con figuras llamativas, mismas que colocó en una mesa de sala. Inmediatamente Paul prestó su atención.

Desde el sillón donde el pelinegro estaba sentado, con mirada sigilosa, observaba las cajas que habían colocado en la mesita de en medio. Él quería tomarlas y averiguar de que se trataba; sin embargo, tampoco quería interactuar con algo que el doctor le proporcionara.

—Puedes tomarlas si así lo deseas.— Informó el hombre.

Paul arrugó el entrecejo y miró en otra dirección.

—Bien, entonces no sucederá.— Murmuró.

Acto seguido, el doctor se levantó de su asiento y se colocó  de rodillas frente a la mesita de sala. No demoró en tomar la caja de cartón mas grande, de esta retiró la tapa —La cual llevaba la leyenda "Cadena de monos"— y luego le dio la vuelta para vaciar el contenido, tratándose de figuras muy pequeñas.

Collins comenzó a entrelazar las manos de estas figuritas, formando una cadena que cada vez se iba haciendo mas grande. El hombre ignoraba a Paul completamente, como si fuera el único en la habitación y jugar no significara ningún problema.

El azabache volvió su mirada a la mesita con las figuras. Las ganas de querer tocarlas se iban volviendo mas fuertes y es que parecían tan entretenidas, esos colores, esas formas, lo que se podía hacer con ellas, era sumamente tentador tener que interactuar con ellas. Eso quería, curiosear con los juguetes.
El doctor logró echarle un discreto vistazo a Paul y, con una sonrisa interior, se dio cuenta de que el muchacho estaba a punto de caer en la trampa.

Lentamente, Paul fue bajando al piso y se quedó en el suelo por unos momentos pensando si continuar o no, todo sin despegar ni un segundo la mirada de su amenaza, de Collins. Finalmente, al tomar una decisión, estiró su pie izquierdo y avanzó sigiloso hasta donde el psiquiatra.

Paul agarró una figurita y empezó a analizarla, sintió con la yema de sus dedos las texturas, observó el color verde brillante que la cubría, aspiró su aroma plastificado e incluso se la llevó a la boca para morderla.

𝔽𝕠𝕣 𝕍𝕒𝕝í   ●●McLennon●●Donde viven las historias. Descúbrelo ahora