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Habiendo llegado a cierto punto, Paul, a su peculiar manera, ya avanzaba sus habilidades sociales a pasos agigantados; aún cuando él no lo deseaba así. Si por el azabache fuera, siempre se mantendría dentro de su zona de confort y claro, evitaría el contacto con el mundo exterior.

—¿Ya estás vestido?— Preguntó Sorna quien entraba al cuarto del hazel.

Paul se encontraba sentado encima de su cama y su mirada la tenía sobre una camisa blanca que llevaba entre las manos.

—No quiero irme.— Pujó desganado.

—Lo dijo tu psiquiatra, lo siento.— Respondió. —Ponte la camisa, niño.

—La ciudad huele mal.— Refunfuñó. —Yo no necesito convivir con gente.

—Debes de ir al grupo, nada más serán unos pocos muchachos.

—Mejor que sea con ninguno.

—Van a darte medicinas si continúas con esa actitud, Paulie.— Le explicó, mientras se paraba justo enfrente del chico. —Yo quiero que sigas siendo un muchachito vivaz.

Paul sabía muy bien que hacía la medicación, lo volvía lento y atontado. Como una droga que te convierte en estúpido.

—¿Van a ser buenos?— Preguntó. —Porque cuando son malos tengo que aguantar las ganas de pegarles.

Sorna rió, Paul enfadado era como un niño haciendo berrinche.

—Lo serán.

(...)

El jóven Paul observaba como las personas se iban volviendo cada vez más y más pequeñas. Desde su cómoda vista junto la ventanilla del auto se dedicaba a imaginar las cualidades de estas personas, su día a día y la casualidad que los había llevado a estar frente a él; la gente era graciosa si las miraba a la distancia, solo se volvían intimidantes en el caso de acercarse.

Entonces el auto se estacionó, detalle del que Paul no percató hasta que fue devuelto a la realidad por meneos en su hombro.

—Ya llegamos.— Habló Sorna. —Baja, anda.

—Voy.

El chico extendió su pie izquierdo afuera del vehículo y siendo recibido por los incandescentes rayos de sol invernal, tapó su rostro.

—Tú  debes ser Paul.— Le dijo una mujer extraña.

La apariencia de esta desconocida rayaba en la elegancia, su cabello rubio recogido combinado con un elegante saco café y una mirada juzgona derrochaban profesionalidad.

El pelinegro asintió, a la vez que se cruzaba de brazos en una muestra inconsciente de marcar distancia física.

—Yo soy la doctora Elizabeth Mer, puedes llamarme Liza si así lo prefieres.

—Bien.— El azabache rechazaba el contacto visual.

Elizabeth era una psicóloga que en su nombre llevaba adjudicados varios posgrados e incluso libros. Excelente en su trabajo y ahora, se embarcaba en otro estudio sobre el autismo. Paul no había sido diagnosticado con esto; sin embargo, Collins creyó que sería una buena forma de reintroducirlo a la sociedad lentamente y en un ambiente evidentemente mas controlado. Elizabeth, contenta de ayudar en un caso tan especial, brindó su apoyo a Collins y aceptó a Paul en su grupo.

—Bueno, Paul, te voy a pedir que me acompañes aquí adentro, ¿Estas de acuerdo?— La mujer apuntó un gran edificio que se encontraba detrás suyo.

Inmediatamente buscó la aprobación de Sorna.

—Anda, cariño. Yo te voy a esperar aquí afuera.

𝔽𝕠𝕣 𝕍𝕒𝕝í   ●●McLennon●●Donde viven las historias. Descúbrelo ahora