14. Con el corazón en la mano

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Atalana 1835

A medida que caminábamos por el largo pasillo del palacio, todas las personas que habían allí — en su mayoría asistentes, sirvientes y demás — hacían reverencias a la reina quien sonreía ampliamente. Yo iba a su lado muy nerviosa por todas aquellas miradas de extrañeza que me daban, realmente odiaba que las personas me miraran. 

Subimos unas enormes escaleras de cemento hasta el segundo piso y nos dirigimos hasta el final del pasillo donde había una habitación con sillones de madera acolchados y cubiertos con una tela roja brillante. Habían candelabros por todos lados y estaban llenos de velas derretidas. 

¿De verdad solo se alumbran con solo velas?  Creo que no estaba preparada para todo esto.

En las paredes habían retratos de mujeres y hombres que no conocía, pero claramente eran pinturas. Las enormes ventanas iban desde el techo hasta el suelo y estaban cubiertas por unas gruesas cortinas del mismo color de la tela del sillón. 

Al fondo había un escritorio enorme de color café oscuro y encima había unos artefactos que no distinguía del todo bien desde aquí. 

— Esta era la habitación de mi difunto padre — dijo Davina, quitándose el extraño adorno que tenía en la cabeza.

Una chica que vestía un vestido largo y negro se acercó y la ayudó a quitarse el resto de accesorios que llevaba puesto. 

— ¿La habitación? — pregunté confundida porque no había ninguna cama aquí. 

— Parte de la habitación — corrigió y apuntó una puerta tras ellas—. ¿Qué usaras para la fiesta, querida? Tendré que prestarte alguna de mis cosas.

— En realidad, venía con el disfraz puesto — sonreí forzadamente.

Ella y su asistente, o como sea que la llamen, me miraron sorprendidas. 

— Que costumbres tan raras tienen en su ciudad, Adelaide. Aquí viajamos con distinta vestimenta y al llegar a casa la cambiamos — sonrió ampliamente —. ¿Podría mostrarnos?

Tragué duro y las miré nerviosa. Quité el nudo que le hice a las tiras de la capa y la dejé caer al suelo. Ellas me miraron aún más sorprendidas, analizándome por completo. 

— Que atrevido — dijo su madre entrando a la habitación.

Claramente le disgustaba mi presencia.

— ¿Atrevido? — Davina miró a su madre —. Es maravilloso, madre. Rompe todos los estereotipos que existen en este país. Quien diría que vería a una mujer vestida como un cazador.

— ¿Cómo un cazador? — miré mi ropa rápidamente y luego a ellas.

— Los cazadores de animales salvajes suelen ocupar ropa de ese estilo — explicó ella.

Y claro que mataba como los cazadores, pero feos y mal olientes demonios. 

— Oh — dije —. Me pareció que sería buena idea, pero si les molesta puedo cambiarme.

— Es perfecto así, Adelaide — dijo Davina.

— ¿Te das cuenta que los hombres la miraran indebidamente, Davina? 

¿Esto era indebido para la época? ¿Una chaqueta cerrada hasta el cuello, unos jeans negros ajustados y un par de botas largas? Me imagino que a la señora le daría ataque si me ve con un vestido corto.

— Madre, los hombres miraran así a cualquier mujer, incluso si visten una brillante armadura. Además, ha de ser muy cómodo vestir así.

— Lo es — sonreí y la madre me miró mal.

Los Caídos #3 - Ángeles caídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora