48. No puedo ser así de egoísta

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Adam

La triste melodía que había escuchado constantemente volvió a aparecer y al igual que siempre, la escuchaba desde muy lejos. No sabía dónde estaba ni qué me había pasado y lo único de lo que fui consciente era del sonido de aquella guitarra hasta que, de un momento a otro, comenzó a hacerse muy claro y cada vez más fuerte. 

Abrí los ojos lentamente e intenté mover la mano izquierda, pero tenía puesta la aguja para el suero y me dolía un poco. Pronto recordé todo lo que pasó con el demonio, pero no recuerdo cómo llegué aquí ni quién me trajo.

La música se detuvo y alguien se inclinó para ver si había despertado. Era Oliver que estaba muy sorprendido, pero sonriente. 

—¿Cómo te sientes? —preguntó con voz suave.

—Creo que bien —dije medio adormilado.

—¿Recuerdas algo?

—Muy poco, ¿qué pasó?

—El demonio casi... te mata. Will y los demás te trajimos hasta aquí.

—¿Cuándo?

—Ayer.

—¿Cuántas horas pasaron?

—Muchas —dijo sonriendo.

Reí un poco e intenté sentarme, pero él me ayudó de inmediato. Miré mi ropa y llevaba una de esas feas camisas de hospital y estaba tapado con las mantas de la camilla.

—Debo lucir terrible, ¿no? —pregunté mirando hacia todos lados.

Solo estábamos él y yo en esa habitación.

—Igual que siempre —dijo bromeando.

Lo miré mal y sonreí divertido.

—Ni en mis peores momentos dejas de molestarme.

—Por supuesto —dijo sonriendo—, llamaré a Will y a los demás porque estaban muy preocupados.

—Espera, déja que me acostumbre a esto primero. —Me restregué los ojos con los dedos y bostece—. ¿Me podrías dar un poco de agua, por favor?

Sentía sueño y mucha sed, pero nada más que eso. Ni rastros habían de que un demonio me haya hecho daño.

Oliver llenó de agua el vaso que había en una de las mesas y me lo entregó. Su mano rozó la mía y lo vi sonreír para luego volver a la silla que estaba al lado de la camilla.

—Por suerte ya entraste en calor —comentó.

Me tomé el vaso de agua de una sentada y enarqué una ceja.

—¿A qué te refieres?

—Estuviste muy frío durante toda la noche, principalmente tus manos —dijo.

—¿Durante toda la noche? ¿La enfermera te lo dijo? ¿Me tocó sin mi consentimiento? —dije fingiendo indignación.

—Claro que noo, yo...—dijo riendo un poco— yo me quedé contigo. 

—¿Por qué?—pregunté.

—Quería asegurarme de que estuvieras bien y los demás debían descansar. 

—Osea que no te caigo tan mal después de todo —dije.

Rio un poco más y negó con la cabeza. Miré hacia su lado donde estaba su guitarra y todo tuvo sentido. Probablemente él fue quien tocó aquella melodía durante la noche.

—Eras tú quien tocaba la guitarra.

—¿Qué? —preguntó confundido

Apunté a su lado y reaccionó de inmediato al tomar el instrumento entre sus manos para ponerlo sobre sus piernas.

Los Caídos #3 - Ángeles caídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora