80. Amor

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Tristán

No sé cuánto tiempo ha pasado exactamente desde que llegué aquí, pero había estado mucho rato dando vueltas por la ciudad, esperando a que algún milagro ocurriese. Todo lucía exactamente como en mi mundo y no vi nada sospechoso. 

Me quedé mirando unos adornos en la vitrina de una tienda, mientras que pensaba tranquilamente en qué podía hacer para buscar a alguno de los hermanos de Declan. Debí traer un poco de su sangre y a Valentín conmigo para haber buscado con un hechizo, ya que así sería mucho más fácil. Todo con magia era más fácil, pero supongo que en esta ocasión debía recurrir a mi ingenio.

¿Si yo fuera el hermano muerto, pero no muerto de Declan y si estuviera esperando a que me rescataran, dónde rayos me escondería? ¿Iría con el doble de mi hermano? Quizás Declan ni siquiera logró sobrevivir aquí, pero si no está vivo, entonces Cristal tampoco, ¿verdad? Tampoco existirían las academias, lo cuál sería aún más terrible. 

—Algún arcángel bondadoso que se apiade de mi y me ayude —susurré—. Me rindo ante todos ustedes. 

Miré hacia arriba y vi la luna brillando sobre toda la ciudad, pero su linda luz se vio opacada por las frías luces de todos los enormes edificios. Sin embargo, yo podía sentirla fluir a través de mi. Era como si me diera más fuerza de la que ya sentía como nefilim.

Decidí entrar a la tienda donde vendían los adornos, ya que me parecieron interesantes. Dentro todo estaba muy callado y no había nadie atendiendo el local, así que me dispuse a mirar todo a mi alrededor con mucho detalle hasta que una voz muy conocida me hizo dar un salto.

—Cuan peculiar estar frente a un lobo cuando están extintos en el país entero —dijo Christopher.

Había salido de una puerta que daba a una habitación tras de la tienda y me miró desafiante.

¿Por qué de todas las personas en este planeta tenía que toparme justo a quién odié mucho cuando lo conocí? Por supuesto ahora todo era diferente, especialmente por Mia, pero aún así tenía un poco de distancia con él. 

—¿Disculpa? —pregunté haciéndome el desentendido.

—Pude oler tu esencia de perro desesperado a penas entraste —dijo sonriendo un poco.

—Buenos sentidos tiene el murciélago —dije riendo—. ¿También puedes volar?

Sus ojos se enrojecieron al instante y no tuvo que abrir la boca para saber que había sacado sus colmillos. Sin embargo, no se movió de su puesto ni por un instante. Yo, por otra parte, levanté las manos en señal de paz.

—No busco pelear con nadie —dije—. No es mi estilo.

Él asintió y luego sonrió un poco, lo cual me pareció extraño. Mi atención fue directamente a su muñeca donde se supone que estaría la marca, pero no la tenía. Fruncí el ceño y pensé cómo podía preguntar si las academias existían o no.

—¿Cómo te llamas? 

—Tristán —respondí—. ¿Tú cómo te llamas?

—Christopher.

Asentí sonriendo ligeramente y luego se me ocurrió la pregunta perfecta.

—¿Reconoces esto? —pregunté.

Levanté la manga de mi chaqueta y le mostré mi marca de familia. Si las academias existían, no habría problema en que la viera y si no existían, tampoco porque no sabría de qué se trata.

—Jamás la había visto —dijo—. ¿Una marca de nacimiento?

—Sí, estoy buscando a mi padre biológico —mentí—. He preguntado por todos lados, pero no he conseguido nada útil.

Los Caídos #3 - Ángeles caídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora