39. Permítete llorar

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Adam

Le había pasado las llaves del auto a Oliver, ya que él sabía a donde nos dirigíamos y sería más fácil así. No tenía idea que tenía un amigo cazador, considerando que me dijo que no tenía amigos en su academia. Me causaba curiosidad acerca de si me había mentido o había alguna otra razón.

— Así que tienes un amigo cazador — dije haciéndome el desentendido.

— No lo tengo — dijo.

Lo miré sorprendido, pero no volteó ni por un segundo. Tenía los ojos fijos en la calle, una mano afirmaba el volante y la otra descansaba en su regazo. Se veía muy relajado al manejar, algo que a mi definitivamente no me pasa.

— ¿Como que no? ¿Por qué mentiste entonces? 

— No mentí, fue una manera de decir — dijo apretando la mano con la que sostenía el volante.

— No entiendo — hice una mueca —, ¿a dónde vamos entonces?

— Donde un cazador.

— ¿Estás hablando en serio? — dije agudizando un poco la voz.

Sus respuestas con mil rodeos me frustraban y confundían mucho, tanto que me daban ganas de bajarme del auto y dejarlo ahí solo.

— No seas tan dramático — dijo con una sonrisa divertida.

Pero a mi no me divertía en absoluto.

— Me frustras — dije cruzándome de brazos.

— No, te frustra el hecho de que no te diga porque siempre quieres saberlo todo.

— Y eso te divierte, ¿no? — dije indignado —. Te encanta frustrar a la gente.

Con su mano libre, dejó el dedo indice y pulgar a punto de juntarse para señalar que le divertía un poco, lo cual era mentira. Claramente se notaba que le encantaba y que era uno de sus pasatiempos favorito.

— A ti te encanta verme casi sufriendo un ataque al corazón con todas las cosas que me has mostrado aquí y jamás te he reclamado nada — pestañeó un par de veces y luego sonrió, aún con la vista fija en frente.

— ¡Oh! — exclamé —, ¿ahora me estás culpando a mi de tus problemas de control emocionales? 

— Estás loco — dijo serio.

Metió una mano a su chaqueta para sacar un dulce y me lo entregó.

— ¿Esto para qué? — dije tomando el dulce.

— Para que endulces la vida — sonrió nuevamente y yo suspiré rendido. 

Después de un par de minutos de viaje, entramos a un tranquilo vecindario donde habían casas de distintos colores adornadas con montones de flores y plantas. Era el tipo de lugar en el que vivirían muchas abuelitas o eso fue lo que imaginé.

Oliver estacionó el auto frente a una de las casas, la cual era de color blanco con terminaciones en café. Aquí no habían muchas flores como en el resto del lugar, pero sí había pasto por todos lados.

— ¿Vas a decirme dónde estamos? — pregunté.

Él quitó su cinturón y, después de todo el viaje, finalmente me miró divertido. Se inclinó un poco hacia mi y sonrió.

— No — dijo y se alejó para bajarse del auto.

Quité el cinturón y negué con la cabeza.

— Este chico va a hacerme envejecer antes de tiempo — susurré.

Me bajé del auto y seguí a Oliver hasta el porche de la casa, en donde tocó el timbre que estaba a un costado. Un par de segundos después un hombre abrió la puerta y nos miró sorprendido, especialmente al chico a mi lado.

Los Caídos #3 - Ángeles caídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora