52. Ver el pasado no sirvió

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Cristal

Blas y yo nos encontrábamos en la academia principal, específicamente en la habitación del segundo piso donde guardan las espadas sagradas y los otros objetos importantes. Había decidido contarle lo de mi padre y le pedí ayuda para que pudiera ver el pasado de la espada con piedras rojas. Necesitaba saber quién era mi papá para que, de alguna manera, me ayudara o explicara qué es lo que pasa con ese poder de los campos de fuerza.

Esa no era la única razón porque claro que también quería conocerlo, pero dada las circunstancias y todo lo que está pasando con el demonio, necesitábamos toda la ayuda posible y muchas veces la sabiduría y experiencia era más importante que una habilidad poderosa.

Blas miraba atento la espada frente a él, pero no se atrevía a tocarla ni siquiera un poco. Lo miré impaciente y decidí darle el tiempo que necesitase porque no sabía exactamente lo que se sentía tener una habilidad como la suya.

—¿Estás segura que quieres saberlo? —preguntó haciendo una mueca.

Sus cejas se elevaron un poco y su mirada reflejó nerviosismo, pero no lo estaba más que yo.

—Totalmente segura. Necesito saber quién es y tú eres el único que puede ayudarme.

—No puedo creer todas las cosas que hago por ustedes —dijo y suspiró—. De hecho, no puedo creer que mis tres mejores amigas tengan vidas tan caóticas. 

Reí un poco, pero salió más como un bufido. Él volvió a suspirar y finalmente se decidió a tomar la espada de una buena vez. Cerró sus ojos y la energía casi transparente comenzó a salir de su cuerpo mezclándose con la espada.

—No hay nada —dijo de pronto.

—¿Cómo que nada? ¿De qué hablas?

—No hay nada, Cristal. Lo único que veo es desde el momento en que tu madre encontró la espada junto a la canasta en la que estabas.

—¿Pudiste ver eso?

—Sí.

—¿Me viste a mi?

—No pude. 

—¿Por qué?

—No sé —dijo —. Fue como si al llegar hasta ese momento, hubiera una barrera que me impidiera avanzar. 

—¿Crees que esté hechizada?

—No sabría decirlo porque no soy experto en brujería —dijo riendo—, pero de que está algo encantada, lo está.

Mordí mi labio y estiré mi mano frente a él.

—¿Qué? —preguntó confundido.

—Ve mi pasado. Si no pudiste ver el de la espada, entonces el mío sí. 

—Veinte años atrás —dijo.

—Claramente, Blas. 

Tomó mi mano y la apretó un poco, mientras yo puse dos de mis dedos en su cien.

—¿Qué haces?

—Leeré tu mente mientras ocupas tu poder y así no tendrás que explicar nada —dije encogiéndome de hombros.

Cerré mis ojos y escuché que suspiró profundamente, lo cual me causó escalofríos en la espalda. De un momento a otro, millones de imagines pasaron por mi mente. Eran recuerdos tan cercanos pero que a la vez se sentían muy distantes, como si jamás me hubiera pasado a mi.

De pronto, todas las imágenes comenzaron a ralentizarse a medida que llegábamos al momento que deseábamos. Tal como Blas explicaba siempre, las imágenes se veían desde un punto de vista objetivo, es decir, se veía el momento por completo y no desde la perspectiva del objeto o persona, yo en este caso.

Los Caídos #3 - Ángeles caídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora