17. La cruz

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Atalana 1835

Todas las chicas estaban muy emocionadas, especialmente las hermanas de Davina, ya que usualmente andaban mucho en caballo por entretención. En cuanto a mi, me sudaban las manos y quería salir corriendo. 

Había combatido demonios, lobos, elementales furiosos, vampiros, hermanas locas y ángeles caídos igual de locos; pero esto cruzaba todos los limites. Tenía miedo de caer y dañarme la espalda, de no saber cómo subirme o cómo controlar el animal. 

— ¿Estás bien, querida? — Davina se acercó hasta mi y tomó mi mano —. Te ves algo pálida.

— Estoy perfectamente — dije para tranquilizarla —. Es solo que me dan miedo los caballos.

— Oh, realmente quiero mostrarles el invernadero y está tan lejos. Tú puedes ir en el carruaje con mi madre si es más cómodo para ti.

La miré espantada porque lo último que quería era estar a solas con esa mujer.

— No, está bien así — sonreí.

— Le pediré a Daniel que te ayude para que te sientas segura — volteó a mirarlo.

Estaba tan sumida en mi sufrimiento que no había notado que estaba ahí también. Se acercó cuando Davina le hizo una seña con la mano y luego hizo una reverencia.

— Su majestad, señorita James — dijo educadamente.

— Necesito que ayudes a Adelaide con su caballo porque le da miedo y debemos llegar al invernadero. 

— Será un placer — dijo él.

Davina sonrió y volvió junto a su caballo. Vi como se subió agilmente y afirmó las riendas fuertemente. El resto de las damas hizo lo mismo, al igual que Maia y Claire lo que me dejó impresionada. Comenzaron a alejarse lentamente y no podía dejar de mirarlas a todas ellas.

¿Quién era la delicada flor de jardín ahora? 

— ¿Está lista?

Miré a Daniel que estaba a un lado del caballo y tragué duro porque no estaba lista en absoluto. 

— Ven — dijo.

Me acerqué hasta él y observé al caballo que pacientemente esperaba.

— Acércate a él y acaricialo. Ambos deben acostumbrarse a estar con el otro.

Asentí a todo lo que dijo y acaricié un poco al animal. Se sentía tan extraño, pero a la vez tan bien. El caballo se movió un poco, lo cual me hizo dar un paso hacia atrás rápidamente.

— No debes temer — Daniel rio un poco.

¿Dónde se había ido toda la formalidad?

— Le tengo respeto, ¿qué pasa si me patea? — hice una mueca al imaginarme la situación. 

— Si no siente miedo de ti, no hará nada. 

— ¿Cuál es el siguiente paso?

— Montarlo, pero creo que Davina no te dijo que para eso se ocupa otro tipo de vestimenta — me miró de arriba abajo y sonrió.

Recordé a Davina subiéndose en aquel caballo y efectivamente usaba unos pantalones gruesos y un abrigo largo de color azul que la cubría como un vestido lo haría.

— Creo que será mejor que espere acá hasta que vuelvan — dije.

— No puedo permitirlo. Ella me dio una orden y debo acatarla, así que tendré que llevarte allá quieras o no.

Los Caídos #3 - Ángeles caídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora