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Si alguien le preguntara cómo se sentía, Cassiopeia diría que 'extraña' sería la palabra que más podría definir lo que sentía. Pero nadie le preguntaba, por suerte. Bueno, nadie excepto su amiga Luna, pero era fácil distraerla hablándole de cualquier otra cosa. No había pegado un ojo en toda la noche. En parte lo agradecía, porque temía con lo que podía soñar, definitivamente no iba a ser nada lindo o agradable.

Notaba que la gente la miraba más de lo normal, pero ella sólo los ignoraba, pues ya estaba demasiado acostumbrada a las miradas y a la atención indeseada. Pero bueno, ni siquiera ella sabía porqué los dementores parecían tan empecinados con ella.

Sin embargo, su mente estaba en otro lugar.

Tomó la mano que estaba en su hombro. Puso su mano libre en el brazo del adulto, a la altura del codo, y dobló su brazo. De un movimiento rápido y con el peso del propio cuerpo suyo, hizo que el hombre diera una vuelta en el aire y cayera al piso de espaldas. Puso un pie sobre su pecho, impidiéndole levantarse.

—Espera, ¡no voy a hacerte daño! —exclamó Sirius Black, adolorido.

Cassie lo miró burlona.

—Como si pudieras —respondió—. Más vale que empieces a hablar.

Definitivamente no había reaccionado de la mejor manera la noche anterior cuando Sirius Black se le apareció. Pero en su defensa, el hombre era en prófugo. Tenía todo el derecho del mundo a asustarse.

Volviendo a la actualidad, su primera clase del día era Adivinación, así que se dirigió a la torre donde se daba la clase. El día anterior Gryffindor había tenido su primera clase y se había enterado que, al parecer, su hermano iba a morir, o algo así le habían dicho sus hojas de té. Como sea, Cassiopeia estaba segura de que eran patrañas, muy pocas personas tenían el don de adivinar el futuro y dudaba que la profesora Trelawney sea una de ellas. Se acomodó en un almohadón en el piso cuando llegó al aula. Era un lugar un poco oscuro y muy, muy caluroso. Para ser honesta, era algo raro, pero la profesora también lo era.

Cuando el aula se llenó, en la mesa con ella se sentó Blaise Zabini. Draco, con su brazo herido vendado, y Theodore se acomodaron en la mesa de al lado, y en la siguiente se sentaron Parkinson y Greengrass. Cassie suspiró y tomó su bolso para irse, pero la profesora apareció justo en ese momento.

—Señorita Rogers, siéntese —ordenó.

La morocha soltó un bufido, pero obedeció.

Mientras la profesora hablaba sobre el ojo interior, Blaise se inclinó para hablarle en susurros.

—Me duele que no me quieras cerca, Rogers Romanoff.

Cassiopeia rodó los ojos.

—No es por ti —respondió con honestidad. No le molestaba la presencia de Zabini. Probablemente él hacía su estancia en Slytherin más llevadera al ser el único, junto con Theo, que no la odiaba, pues hasta Draco volvía a rechazarla—. El problema es otro.

The Avenger PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora