Epílogo

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Mis manos arrugadas se posan en frente de mis ojos mientras una lágrima se desliza por mi mejilla. Sé que me pongo de este humor todas las vísperas de navidad, pero es que no puedo evitar recordarlo. 

No puedo evitar recordar aquella víspera de navidad porque todo viene a mi mente como un recuerdo medianamente borroso. A mi edad, uno podría esperar que todo se me olvide, pero no es así; Valerie sigue viéndose como una muchacha risueña en mi mente incluso con ese rostro arrugado y esa lentitud en su caminar. 

— Valerie— suspiro apenas. Ella se gira para observarme; las luces de nuestro árbol navideño palpitan una y otra vez a medida que yo me voy acomodando a su lado para sentir un poco de su calor— ¿qué es eso?— pregunto, observando aquel sobre que reposa en sus manos. 

— ¿No lo recuerdas?— pregunta divertida. 

Pero claro que lo hago, porque ese día fue uno de los mejores días de mi vida. 

Fue el día en el que el juez en frente de nosotras se puso de pie y cuando sabía exactamente lo que iba a decir, pero no sabia si estaba preparada para escucharlo. 

O quizás sí que estaba preparada para escucharlo, pero no estaba preparada para darme cuenta de que lo que estaba sucediendo era real; estaba a punto de ser adoptada. Estaba a punto de pertenecer legalmente a una familia y ni siquiera es como si esa fuera la mejor parte; había un montón de personas que amo acompañándome como si yo realmente importara.

Quizás realmente importaba. 

Todo ese tiempo me estuve preguntando a mí misma si es que realmente valía la pena, y la verdad...

— Gilly, Bernard, Maia— el juez recitaba nuestros nombres provocando que una oleada de nerviosismo invada mi cuerpo. Yo alzaba la mirada solamente para observar su canoso cabello y su media sonrisa mientras Valerie sostenía mi mano con fuerza como siempre lo ha hecho desde que estamos juntas— los declaro, legalmente, una familia.

Legalmente, una familia. 

Me giraba para observar a mis padres y descubría que estaban llorando desde hace ya bastante rato. Quizás era yo la que todavía no podía soltar lágrimas, ¿o quizás ya las había botado todas? De todas maneras, me acercaba a ellos para abrazarlos tan fuerte que sentía que todos aquellos pedazos que estuvieron rotos en mi interior durante tantos años se reconstruían. 

El sueño que tenía de niña por fin parecía ser realidad. 

— Los amo— les decía, una y otra vez. Y ellos asentían porque en el fondo lo sabían; no me hubiera quedado con ellos si no los amara. No hubiera renunciado a la universidad a de mis sueños si no fuera por amor.

Por amor es que hago la mayoría de las cosas y por más que a veces Valerie insista en que debo pensar en mí primero, no tengo cómo explicarle que siempre lo hago. 

Quizás ella no logra comprender que el epicentro de mi felicidad son las personas que más amo, pero así es. No tengo felicidad si estoy lejos de ellos y tampoco quiero tenerla porque me gusta mi vida así; cerca de todos, feliz con todos. 

Cuando me giraba para observar a Valerie, ella estaba sonriendo como si fuera un ángel que vino a salvarme de todos los malos ratos que pasé; incluso sin saberlo. Valerie estuvo para alegrar mi día durante tantos años y ni siquiera era consciente de que lo estaba haciendo, pero, ¿Cómo podría saberlo? Quizás yo nunca me hubiera acercado a hablarle si no fuera por lo que ocurrió en la fiesta de cumpleaños de Elliot.

Quizás seguiría viéndola de lejos, con su vestido negro y su cabello amarrado. Seguiría haciendo playlists de canciones que me recuerdan a ella y fingiría querer ver a Noel todos los días solamente para poder presenciar la divertida manera en la que come sus cereales.

La chica nubladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora