3. La fiesta de Noel.

10.2K 910 240
                                    

Abigail me lanza miradas de cansancio mientras caminamos a casa; el primer día de clase ha sido sinónimo de agotador.

La buena noticia es que no me volví a topar con Maia y Noel. La mala noticia es que la última clase— la de historia— la tuve sin Abigail y tuve que sentarme al lado de una silenciosa chica llamada Chloe que ni siquiera me dirigió la mirada cuando le mencioné lo lindo que era su resaltador rosa pastel.

— ¿Irás a casa?— le pregunto con la mirada cargada de esperanza. Abigail asiente con el rostro; el día está caluroso y nuestros pies se arrastran por el pavimento en vez de moverse uno detrás del otro.

— Tu casa está más cerca— murmura— y quiero dormir.

— Sí— concuerdo— también yo.

Yo ingreso la llave en la cerradura de la puerta de mi casa y grito el nombre de mi padre con la esperanza de que su reunión haya terminado; quizás incluso cocinó pizza para nosotras y está sentado rellenando unas galletas de chocolate cocinadas especialmente para mí.

Pero no. Mi padre no está en casa.

— Ya vamos a dormir— le murmuro a Abigail. Ella asiente nuevamente sin siquiera titubear; los primeros días siempre son los más cansadores, pero al menos no tuve que preocuparme por evitar a la mejor amiga de mi hermano.

Nosotras dejamos caer nuestro cuerpo en mi cama.

— ¿Viste algún chico lindo?— pregunta mi amiga. Yo dejo que el colchón acaricie mi espalda mientras mis desnudos pies se entierran en mi peluda alfombra.

— No— admito— no vi a nadie interesante.

Sólo a Maia, pero no podría decirle eso a Abigail a pesar de que sea mi mejor amiga.

Maia es como ese grupo de música que nadie sabe que te gusta; como esa canción que guardas en tu playlist como favorita, pero que nunca dejarías que alguien escuche porque quizás el resto la encontraría patética. Pero no lo es.

— Creo que me gusta el profesor de matemáticas— bromea, y yo suelto una breve carcajada por lo bajo que probablemente sería muy ruidosa si no estuviera tan cansada porque el profesor de matemáticas tiene alrededor de setenta años y mide lo mismo que un niño de doce años.

— Cállate— río, cerrando mis ojos— creo que quiero...dormir...

Los gritos me despiertan de golpe. O quizás es la música sonando a todo volumen desde el piso de abajo. O una mezcla de ambas.

Yo abro los ojos completamente confundida y me siento encima de la cama para intentar despertar de forma completa. Apoyo mis manos en la cama pero mis dedos se entierran en el rostro de mi mejor amiga provocando que yo ahogue un grito.

— ¡Abigail!— exclamo. Ella se pone de pie de manera completamente rápida y ahoga otro grito.

— ¿¡Qué sucede!?— pregunta mirando a todas direcciones. Yo suelto una risa por lo bajo.

— Olvidé que estabas acá— admito, y luego frunzo el ceño. Ya se está haciendo de noche y nosotras parecemos haber dormido toda la tarde; quizás hubiéramos pasado de largo hasta el otro día si no fuera por aquella horripilante música proveniente del primer piso.

— ¿Tus vecinos están teniendo una fiesta?— pregunta Abigail confundida, llevándose la mano a la cabeza como si tuviera una jaqueca terrible. Yo niego con el rostro mientras arrugo la nariz.

— Creo que es aquí— respondo extrañada— creo que proviene desde la sala de estar.

Abigail y yo nos lanzamos una rápida mirada de confusión; mis padres odian la música fuerte, así que eso sólo puede significar una cosa.

La chica nubladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora