La música suena. Maia, Esme y yo recogemos los platos y los llevamos hasta la cocina donde Carol los está lavando. Todo el mundo se ha ido a excepción de Esme, Carol y su esposo, quien está guardando algunas cosas en el auto.
Cuando terminamos de recoger las cosas, diviso a Gilly y a Bernard a lo lejos doblando algunos manteles en el patio así que aprovecho la ocasión para acercarme a ellos mientras Esme y Maia ríen a carcajadas por alguna anécdota divertida.
— ¿Necesitan ayuda?— pregunto en una voz suave al acercarme a ellos. El rostro de los ancianos se alza en mi dirección y como si lo hubieran ensayado docenas de veces, ellos niegan al unísono.
— No te preocupes, querida— murmura Gilly— ya estamos por terminar.
— Insisto— murmuro, tomando las esquinas del mantel para ayudar a doblarlo. La mujer medio esboza una sonrisa.
— Gracias— dice finalmente.
— Iré a ver si Carol necesita ayuda— anuncia Bernard desapareciendo de nuestra vista. Nosotras asentimos en su dirección y luego nos miramos durante varios segundos. Gilly me examina cautelosamente; se ve que es una mujer pacífica, pero por alguna extraña razón siento como si tuviera ganas romper esa tranquilidad.
Ella le dirige un rápido vistazo al interior de la casa como si quisiera asegurarse de que no venga nadie y luego vuelve a fijar toda su atención en mí.
— ¿Te comentó algo a ti?— pregunta con cierta expresión de tristeza. Yo frunzo el ceño confundida; no sé exactamente a qué se refiere, pero creo saberlo.
— ¿Sobre la universidad?— me atrevo a preguntar— lo único que sé es que está entre...
— Sobre la adopción— me interrumpe, ahora un poco más seria. Mi corazón se detiene de pronto y no puedo evitar abrir la boca en modo de sorpresa— ¿ni siquiera te lo comentó?— su tristeza parece hacerse aún más notable.
— No—admito, aún un poco impactada— lo lamento— sacudo el rostro— honestamente, Maia no habla mucho sobre sus casas de acogida. Desde que la conocí sólo habla de ser independiente para no tener que vivir con nadie, así que...
Yo me quedo en silencio. No es como si tuviera mucho que decir.
— Lo entiendo— murmura la mujer en un hilo de voz. Ella suelta un enorme suspiro por lo bajo; está a punto de decir algo más cuando Maia se aparece por el patio esbozando una enorme sonrisa.
— Carol y Esme están listas para irse— anuncia a Gilly— ve con ellas y yo terminaré de ordenar esto.
Gilly esboza una enorme sonrisa.
— Gracias, cariño— ella posa una mano encima de su brazo para acariciarla dos segundos antes de desaparecer por la puerta, dejándonos a Maia y a mí completamente solas en el patio. Las pequeñas luces que decoran el patio siguen prendidas; el reloj marca las doce de la noche y afortunadamente, mi madre todavía no llama para preguntarme cómo estoy.
Maia sigue ordenando el patio mientras yo le doy vueltas a la conversación que acabo de tener con Gilly.
— Está enferma, ¿sabías?— pregunta Maia como si pudiera leer mis pensamientos. Ella se gira de golpe para observarme; sus enormes ojos se clavan en los míos mientras deja reposar sus manos en su cintura— me refiero a Gilly— se explica— está enferma.
— ¿Qué tan enferma?— me apresuro a preguntar. Ella se encoge de hombros.
— No tan enferma— me asegura, tomando asiento en una de las sillas. Maia le da tres pequeños golpecitos a su regazo para que yo acerque mi cuerpo al de ella y me siente también. Lentamente camino en su dirección y me dejo caer suavemente encima de sus piernas mientras mi brazo derecho recorre su cuello y mi mano izquierda coge su gorra para dejarla encima de la mesa y así poder apartar un mechón de su cabello detrás de su oreja.
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La chica nublada
Teen FictionValerie cree que Maia tiene una novia, pero no le pregunta porque no es de su incumbencia. Además, es la mejor amiga de su hermano. Y la conoce desde que eran niñas. Y sus padres la tratan como si fuera de la familia. Incluso para la última navidad...