Maia y yo tomamos el autobús y viajamos durante casi dos horas hasta el otro extremo de la ciudad, y no durante media hora como me aseguró Maia cuando estábamos en su habitación, pero supongo que da igual porque ya estamos aquí; afuera de una pequeñísima casa de color celeste y puerta amarilla.
El sol nos pega directo en el rostro mientras observamos la puerta con detención; ninguna de las dos se atreve a tocar, y pesar de que supongo que yo ni siquiera debería hacerlo. Es Maia quien debe decidir si realmente quiere conocer a su madre.
Ambas balanceamos nuestro cuerpo en nuestros propios talones; Maia lleva una mirada cargada de nerviosismo y lo que parece ser miedo, y por más que me gustaría poder entender por lo que está pasando, es algo que nunca seré capaz de lograr, así que lo único que me queda es observar, apoyar, y querer.
— ¿Estás segura?— pregunto finalmente, rompiendo esa cadena de silencio que nos venía siguiendo desde que nos bajamos del autobús. Maia se gira de golpe para observarme como si yo la hubiera despertado de una especie de trance; cualquiera que la observara se daría cuenta de lo obvio. Maia no está preparada para tocar esa puerta, pero, ¿en serio se puede estar preparado para conocer a la persona que se suponía que debía amarte más en el mundo pero te abandonó?
— Esta es una pésima idea, Val— me asegura Maia dando un paso atrás, haciéndome sentir repentinamente aliviada— deberíamos simplemente irnos.
¿Soy mala por alegrarme? ¿soy una persona malvada al recibir una sensación de satisfacción cuando Maia se gira para caminar de vuelta a la para de autobús? Probablemente sí, pero no es como si ella fuera a saber alguna vez sobre lo feliz que me siento por eso, e incluso si lo supiera, probablemente me entendería. Comprendería mi miedo porque alguien pueda hacerle daño porque Maia es así; siempre comprende a todo el mundo y siempre se pone en los zapatos del resto incluso cuando la tierra está constantemente girando para arruinar su día.
No es posible que las mejores personas tengan las peores de las suertes.
Yo me giro para caminar con ella; estoy a punto de hacer el acto romántico del siglo y tomar su mano en un intento por hacerla sentir mejor y hacerle saber que no hay nada en el mundo que pueda separar el cariño que yo siento por ella cuando la puerta de la casa se abre de golpe. Por inercia, ambas nos giramos en esa dirección y nuestras miradas parecen congelarse al mismo tiempo que abrimos los ojos con sorpresa.
Una mujer se detiene bajo el umbral de la puerta y no hay que ser un genio para adivinar de quien se trata; para empezar, el parecido es impresionante. Pareciera como si se hubieran puesto de acuerdo para tener el mismo corte de cabello e incluso el mismo aroma a bebé que Maia siempre anda trayendo encima.
Además de eso, es realmente joven. Probablemente tuvo a Maia cuando era apenas una adolescente y eso podría terminar de barajar toda la fila de opciones sobre el porqué no pudo hacerse cargo de la muchacha desde un principio.
Yo le clavo la mirada encima a Maia esperando que diga algo, pero parece estar tan impactada que ni siquiera puede sacar el habla, así que lo único que se me ocurre hacer es estrechar la mano en dirección a la mujer, y, afortunadamente, ella la toma.
Su tacto es cálido, pero está temblando levemente.
— Soy Valerie— murmuro— ella es Maia, y nosotras...
— Nos íbamos— interrumpe Maia de golpe sacudiendo el rostro. Suena nerviosa; ese tipo de voz que te sale cuando estás a punto de llorar en una discusión o cuando acabas de leer tu libro favorito.
La mujer frunce el ceño confundida.
— Disculpa, Elspeth— suelta finalmente Maia para coger mi mano. Si la mano de Elspeth está temblando, entonces la de Maia es un terremoto entero.
ESTÁS LEYENDO
La chica nublada
Teen FictionValerie cree que Maia tiene una novia, pero no le pregunta porque no es de su incumbencia. Además, es la mejor amiga de su hermano. Y la conoce desde que eran niñas. Y sus padres la tratan como si fuera de la familia. Incluso para la última navidad...