Esa noche aprovecho que mis padres han salido a cenar y que Noel salió de fiesta (según él) para bajar a la cocina a hacer nuevos pastelitos— unos que no lleven arándanos y que puedan gustarle a Maia realmente, pero cuando comienzo a revisar el refrigerador y veo la variedad de frutas que mi madre tiene congelada me doy cuenta de que ni siquiera sé cual es la fruta favorita de Maia.
Pensé que sabía muchas cosas de ella, en serio que sí.
Sé que es excelente dibujando, que la mayoría de sus playeras tienen el rostro de sus artistas favoritos y creo conocer al menos cinco de sus canciones favoritas.
¿Cómo es posible que no sepa cual es su fruta favorita?
Finalmente me decido por hacer pastelitos de frutillas, tomando en cuenta que no conozco a nadie que no ame las frutillas. Pongo un poco de música y comienzo a sacar los ingredientes para ponerme a cocinar y si tengo un poco de suerte, Maia amará estos pastelitos.
Cuando el reloj marca las nueve yo ya tengo los pastelitos en el horno y mi delantal está cubierto de harina, así que espero a que sean las nueve y treinta para sacarlos del horno y poder ir a tomar una ducha.
Tomo un baño y cuando salgo de la ducha meto mi cuerpo en la pijama para bajar escaleras abajo a chequear si los pastelitos han enfriado un poco.
Una silueta en la cocina hace que yo ahogue un grito tan desgarrador que creo que hasta los vecinos escucharon. Maia da un respingo y pone las manos en alto asustada, provocando que yo me lleve la mano al pecho y suelte un enorme suspiro.
— Me asustaste— murmuro lo que es obvio. Maia suelta una pequeña risa y asiente; está un poco más abrigada de lo normal. Tiene una sudadera encima que, en conjunto con el gorro de lana que trae puesto, cubre por completo su cabello.
— Hiciste más pastelitos— suelta. Yo asiento y me deslizo en uno de los asientos de la cocina para tocar uno de los pastelitos, pero sigue caliente. Observo a Maia; luce algo confundida, y no me tardo mucho en entender la razón de su desconcierto.
— Val— murmura. Yo asiento.
— ¿Si?
La muchacha se quita el gorro que trae puesto lo deja reposando en su regazo cuando toma asiento a mi lado. Su semblante se dirige al mío; las palabras no salen de su boca pero amor ver la manera en la que lo intenta.
— ¿Dónde están todos?— pregunta confundida.
Yo me encojo de hombros— Noel salió y mis padres fueron a cenar con amigos— admito. La muchacha asiente una vez más.
— En realidad no era eso lo que quería preguntarte— admite. Yo suelto una pequeña risa por lo bajo al mismo tiempo que clavo mis ojos en los suyos.
— Me lo imaginé.
Ambas nos quedamos observando durante varios segundos como si el silencio interminable fuera el mejor.
— ¿Por qué no querías mostrarme el retrato que hiciste de Jude?— suelta finalmente. Yo abro los ojos con sorpresa; no imaginé que Maia me lo preguntaría, pero lo está haciendo. Supongo que no puedo esperar que nuestra conversación sea igual de superficial que antes ahora que ya somos prácticamente... ¿una pareja?
Un escalofríos recorre mi cuerpo solamente por el nerviosismo; ni siquiera sé porqué parezco estar constantemente intentando agradarle a Maia si es obvio que ya le agrado. De otra manera no estaría esperando a que yo esté lista para salir del armario ni nos besaríamos a escondidas de todos.
— No lo sé— admito— supongo que me dio vergüenza.
— Valerie, no debes tener vergüenza por las cosas que haces— frunce el ceño— al menos, no sé— ella se encoge de hombros— no me gustaría que sintieras vergüenza conmigo.
ESTÁS LEYENDO
La chica nublada
Teen FictionValerie cree que Maia tiene una novia, pero no le pregunta porque no es de su incumbencia. Además, es la mejor amiga de su hermano. Y la conoce desde que eran niñas. Y sus padres la tratan como si fuera de la familia. Incluso para la última navidad...