62. De entre todas las personas en el mundo

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Mis piernas reposan encima de la manta mientras la silueta de Maia se levanta a mi lado. Ninguna de las dos dice una palabra; nos limitamos a observar las estrellas y la luna, y a dibujar pequeñas sonrisas en nuestros rostros. Es como si ambas estuviéramos volviendo de ese pequeño viaje al paraíso que decidimos tomar juntas. 

Puedo escuchar su respiración incluso con la suave música que suena de fondo; puedo sentir los latidos de su corazón y estoy segura de que si me esfuerzo tan sólo un poco más, podría leer sus pensamientos. Y es que ella está tendida, rendida, tranquila; casi como si estuviera entregada al mundo. 

Me gusta cuando se produce un silencio y no es incómodo; me gusta la sensación de saber que puedo estar con alguien durante horas sin decir una palabra y tener consciencia de que el ambiente nunca se volverá tenso, o raro.

El cuerpo de Maia está cubierto con apenas una playera mientras que el mío se cubre con su sudadera negra. Yo intento hablar, pero sólo luego soltar una risita así que ella hace lo mismo. 

De vez en cuando me giro para observarla solamente para descubrir pequeños destellos en tonalidades rosadas y moradas que se pasean detrás de ella; las luces, la música y su rostro hacen que se me sea imposible no mirarla. 

Las yema de sus dedos comienzan a juguetear en mi pierna como si estuviera imitando pasos por mi piel e inmediatamente la piel se me pone de gallina.  El tacto de Maia es como una montaña rusa y yo ahora descubro que quizás soy un poco fanática de la adrenalina. 

Sus dedos siguen subiendo hasta mis muslos, los mismos que hace unos minutos atrás estaban recibiendo las desesperadas caricias y toques de la muchacha; ahora, un poco más tranquilas, puedo recibir ese mismo cariño sin tanta rapidez ni jadeos.

Quizás eso es lo especial después de todo, ¿no? Saber que puedo tener el mismo amor en un millón de maneras distintas y estar segura de que nunca me aburriré de ello. 

Nunca podría aburrirme de Maia. 

Mis labios dibujan una suave sonrisa y yo me atrevo a subir la mirada hasta la suya; ella está sonriendo, pero su expresión no tarda en volverse un poco seria y determinante. Por más que yo intente coger la misma postura, no puedo; estoy demasiado feliz como para hacer otra cosa que no sea sonreír. 

— ¿Qué sucede?— pregunto en un hilo de voz. Maia deja caer su cuerpo por completo en la manta, provocando que su mirada se vuelva hacia el cielo una vez más. Nuestros cráneos se juntan apenas un poco cuando ella se mueve de manera suave y su mano comienza a bajar lentamente hasta que sus dedos se entrelazan de manera completamente perfecta con los míos. 

— Lo que dijiste antes — susurra, y su simple voz hace que esas mariposas que se habían escondido durante breves segundos nuevamente salgan a revolotear por todo mi estómago— respecto a la universidad.

No parecen querer parar; no quiero dejar que se detengan. Quiero que Maia me cause un montón de sensaciones distintas durante el resto de mi vida; quiero respirar su aire, su perfume y sus pensamientos durante millones de años más. 

— ¿Que te extrañaría?— pregunto, frunciendo levemente el ceño. Maia se gira para clavarme la mirada encima y asentir suavemente con el rostro— lo haré, Maia, ¿por qué lo dudas siquiera?

Maia suelta una pequeña y nerviosa risa por lo bajo.

— No lo dudo— me asegura— pero quizás no tengas que hacerlo. 

Ahora mis ojos se abren con sorpresa; siento que estoy en un sueño.. ¿o quizás es una pesadilla? 

— ¿Es que acaso no te admitieron en la Universidad de Bellas Artes?— pregunta confundida, y debo decir, un poco asustada de la respuesta.

La chica nubladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora