1 MARZO 2016

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¿Qué pasaría si un día decido que morir es la mejor y única opción que me queda? ¿me extrañará alguien en el mundo? ¿alguna persona en el planeta tierra se lamentará por no haber podido estar allí para ayudarme? Casi puedo visualizarlo en mi mente como si estuviera sucediendo ahora mismo. Puedo ver a un hombre leyendo el periódico con una enorme plana que lleva mi difuminado rostro en ella; "Joven huérfana de quince años se suicida en su casa de acogida".

Qué terrible — puedo imaginar que el hombre le dice a una niña que está a su lado; una chica de mi edad y con un rostro levemente parecido al mío — debes agradecer que tienes una casa y una familia que te quiere.

Y la niña asiente. El padre le da una caricia en la cabeza y entonces, todo parece quedar un poco en el olvido. El periódico es tirado al traste de la basura y nunca nadie más se vuelve a preguntar por mí. Nunca nadie más vuelve a recordar mi nombre porque nadie se lo aprendió realmente.

Los golpes en mi puerta hacen que dé un enorme respingo; yo observo la mochila en frente de mis ojos que reposa sobre mi cama y la ropa adentro sólo puede significar una cosa; no pasaré otra noche en esta casa. Prefiero morir antes que volver a ver a Mara, sobre todo después de que cortó mi cabello con una tijera de podar pasto solamente porque, según ella, me robé el último pedazo de pastel de arándanos que quedaba en el refrigerador.

No importa qué tantas veces le haya explicado que no fui, ella cogió la tijera de encima de la mesa y en medio de un ataque de ira agarró mi cabello.

— Suerte que no cortó tu cuello — se burló unos segundos después su hermana menor en un estúpido y patético intento por hacerme sentir mejor.

Pero ya no seré objeto de burlas; me iré de esta casa lo más rápido posible. Tomaré un tren a una ciudad enorme y luminosa como aquellas que están en las películas y ya nunca más pisaré un pie en la ciudad que me ha hecho sentir como una basura.

— ¡Maia, apresúrate! — escucho la voz frustrada de Mara desde el otro lado de la puerta — ¡la señora Thompson se enfadará si vuelves a llegar tarde el primer día de escuela!

— Tengo dolor de estómago — me quejo desde el interior intentando que la chica desaparezca, pero ella ni siquiera hace caso a mi ridículo intento de actuación porque la puerta se abre de golpe y su rostro de enfado se aparece para lanzarme una enorme mirada de enojo.

— Apresúrate — sentencia ella una vez más, y algo a regañadientes cojo mi mochila para caminar por el pequeño pasillo que adorna la diminuta casa que, de alguna manera, hospeda cuatro niñas igual de perdidas que yo.

Cuando me subo al auto de la señora Thompson todo se encuentra en completo silencio. Ella nunca dice palabra alguna y, si es que lo hace, es para regañarnos o hacernos saber que tenemos que cumplir con los deberes del hogar.

Mara y su hermana menor son las chicas que llevan más tiempo en esta casa, así que la señora Thompson les tiene algo de confianza y por lo general son las únicas que ganan las discusiones o las que pueden mentir sin ninguna consecuencia porque la mujer siempre termina creyendo todo lo que dice y somos nosotras las que terminamos siendo unas mentirosas; como aquella vez que Mara robó unas zapatillas de la tienda y toda la culpa recayó en mí y en Cinthia, la otra chica que nos acompaña. Desde ese día somos conocidas como unas atroces ladronas en el barrio de la señora Thompson.

La mujer conduce de manera descuidada, casi como si estuviera molesta por algo. Ella siempre tiene esa manía de fumar un cigarrillo de desayuno provocando que el simple olor me genere unas nauseas enormes y desgastantes.

Mara nos reparte a todas unas barritas de chocolate que ya ni siquiera puedo tolerar, así que la escondo en el fondo de mi mochila por si la necesito para unos días luego; no sé lo que me vaya a encontrar cuando me vaya de esta ciudad. Probablemente pasaré mucho hambre y frío, así que necesito estar abastecida. Si tengo algo de suerte podré vender alguno de mis dibujos o cobrar unas cuantas monedas por hacer autorretratos de personas enamoradas que caminen por el parque.

La chica nubladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora