29. Aparentemente nadie quiere que Maia se marche a la universidad.

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Las imágenes se reproducen frente a mis ojos como si fuéramos parte de una escena en cámara lenta. Mi mano tomada con la de Maia como si nada pudiera importar menos; el rostro de las quince personas que están en el patio trasero girándose para mirarnos, nuestras tímidas sonrisas dirigiéndose a ellos y la música de fondo. 

Luces doradas cuelgan de un árbol a otro. El patio no enorme ni tampoco pequeño, quizás es del mismo tamaño que el de casa.  

—  ¡Maia!— una mujer anciana se acerca a nosotras esbozando una sonrisa de alegría. Sus cabellos blancos reposan por encima de su frente y dan espacio a unos enormes ojos celestes casi cristalinos. Ella sostiene un vaso con agua— ¿por qué tardaron tanto?

La mujer desvía la mirada de la muchacha para posarla en mí. 

— Gilly— Maia sacude el rostro mientras me toma por los hombro— esta es Valerie, mi...— ella se queda algo pensativa. 

— Un gusto— la interrumpo, estrechando la mano a la delgada mujer. Ella la recibe inmediatamente y acto seguido un anciano se aparece por detrás de ella sosteniendo una espátula de acero en el aire. 

— ¡Tú debes ser Valerie!— exclama divertido observándome, provocando que Maia y Gilly se lleven la mano a la frente— ¿qué?— pregunta haciéndose el desentendido— ¿dije algo que no debía?

— Un gusto, señor— esbozo una media sonrisa, pero no me molesto en decirle mi nombre dado que ya lo conoce. 

— Valerie— murmura saboreando mi nombre en sus labios— Maia siempre nos habla sobre ti. 

— ¡Suficiente, Bernard!— gruñe la mujer dándole un pequeño empujón en el hombro mientras Bernard suelta ruidosas carcajadas— ¡vuelve a las hamburguesas! ¡se te están quemando!— el hombre desaparece rápidamente y la anciana se gira a observarme con una mirada cargada de disculpas— no hagas caso a lo que dice. Nunca habíamos escuchado tu nombre. 

Maia vuelve a golpear su frente con la palma de su mano mientras yo río por lo bajo.

— ¡Pasen, pasen! ¡Maia, invita a Valerie algo para beber!

Maia se gira en mi dirección para observarme a medida que la mujer se aleja de nosotras. Ella está riendo por lo bajo y yo no puedo evitar el leve ardor de mis mejillas.

— Eso fue exactamente lo que les pedí que no hicieran— murmura algo avergonzada. Yo sacudo la mano en el aire quitándole importancia y acto seguido, Maia me lleva de la mano alrededor de todo el patio para presentarme a cada una de las personas que están allí; las dos hijas de Gilly y Bernard, las dos parejas de las hijas de Gilly y Bernard, unos cuantos primos y uno que otro tío. 

Supongo que todas esas veces que imaginé a Maia en una casa de acogida nunca imaginé que fuera de esta manera, y sé que esta casa de acogida es excepcional y que las otras eran basura, pero de todas maneras, me sorprende la manera en la que todos allí tratan a Maia como si fuera parte de la familia hace años. 

— Felicidades por el compromiso— suelto cuando Maia me presenta a Eva, la hija menor de Gilly y Bernard. 

— ¡Gracias!— exclama ella posando sus ojos azules en los míos— sólo nos tomó unos veinte años— se gira para fulminar a su prometido con la mirada. El hombre se encoge de hombros haciéndose el desentendido. 

— ¿Quieres un refresco?— me pregunta Maia, y antes de que yo pueda decir algo, ella añade— ¿agua, soda, o jugo?

— Jugo está bien— le aseguro. 

— Jugo está bien— se repite para sus adentros. 

En menos de cinco segundos Maia desaparece al interior de la casa dejándome a solas con las hijas de Gilly y Bernard. Carol, la mayor de ellas, me examina con la mirada por unos cuantos segundos pero cuando repara en que me doy cuenta simplemente esboza una sonrisa en mi dirección y yo se la devuelvo, algo incómoda. 

La chica nubladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora