48. ¿Por qué no puedes aceptar la mejor parte de alguien?

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Cuando Noel me llama y bajo las escaleras, Jude y Maia ya están en la puerta con una enorme sonrisa en el rostro y con sus mejores trajes de playa, pero yo no puedo sonreírles de vuelta. No puedo sonreír ante la mano que me ofrece Val para bajar el último peldaño ni ante la broma que Jude hace sobre mi atuendo despreocupado; simplemente no puedo dejar de pensar en la conversación que he tenido con Abigail. 

— ¿Está todo bien?— me pregunta Maia de inmediato, y no sé porqué, pero asiento. Le digo que si y es lo último que sale de mi boca antes de besar a mi madre en la mejilla y subirme al carro. Todo lo hago de manera mecánica; casi robótica. Mis movimientos se convierten extraños y todo el mundo parece estarse dando cuenta de aquello, sobre todo Maia, que no deja de observarme con el ceño levemente fruncido. 

Dejo caer mi cuerpo en el asiento de atrás y clavo mi vista en la ventana para observar el paisaje. A pesar de que Jude se ofrece para acompañarme en el asiento de atrás, es Maia quien toma la decisión de ir conmigo. 

Ellos dejan las cosas en el auto y luego se unen, pero yo no puedo acompañarlos en las risas ni en las bromas, ni en las pequeñas charlas sobre lo bien que la pasaremos. 

Maia se desliza hasta el asiento de al medio para dejar caer su mano encima de la mía, pero yo la quito. Y no es que no quiera aclarar las cosas ni preguntarle; es el miedo a la respuesta lo que me mantiene en silencio.

— Val— insiste Maia en un susurro mientras Noel pone una canción a todo volumen en la radio, y la melodía es tan melancólica que me dan ganas de arrancarme todos los cabellos de la cabeza. Yo levanto la vista lentamente hasta Maia y una vez más, intento esbozar una sonrisa, pero esta vez no puedo hacerlo. Definitivamente no puedo mentir de esta manera— ¿me puedes hablar?— pregunta ella, ahora algo inquieta.

Noel ríe a carcajadas con Jude por encima de la música y quiero decirles que se queden en silencio; que dejen de hablar. Que no pueden estar tan felices mientras mi corazón parece estar rompiéndose en un millón de diferentes pedazos. 

Maia se está poniendo algo nerviosa, puedo notarlo. Ella no deja de observarme con la esperanza de que le diga algo sobre lo que me sucede, pero, ¿qué tal si la respuesta es demasiado terrible como para aguantarla?

Supongo que al menos lo sabré ahora. 

— ¿Te has estado viendo con Aria a escondidas?— pregunto de golpe. Yo le clavo la mirada encima a la muchacha sólo para observar la manera en la que abre los ojos con evidente sorpresa. 

— ¿Quien te dijo eso?— pregunta confundida. 

— ¿Eso es un sí o un no?— insisto, esperanzada de que la respuesta sea un no.

Maia traga saliva durante unos segundos; su pecho entero se llena de aire y sé en ese momento exacto que debo prepararme para lo peor. 

Así que lo hago. 

— ¿Podemos hablarlo con tranquilidad?— pregunta en medio de un suspiro. 

¿Con tranquilidad? Me lo hubiera hablado con tranquilidad hace una semana atrás o hace unos días, pero no ahora cuando me tuve que enterar por otra persona. Siento que las lágrimas están a punto de salir de mis ojos y no puedo hacer nada para contenerlas. 

Amo a Maia. La amo con locura y con fuerza y de alguna manera, eso provoca que todos los sentimientos que vengan con relación a ella sean igual de intensos. 

— ¿Cuantas veces?— pregunto. Maia lleva la yema de sus dedos hasta el arco de su nariz para frotarlo durante unos cuantos segundos antes de contestar. 

— Dos veces, Val. Pero no es lo que parece en absoluto. 

No me interesa lo que parezca; Maia me ha mentido, y eso es motivo suficiente para desaparecer de ese lugar y mandar a la mierda ese estúpido viaje. 

La chica nubladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora