Cuando llegan las vacaciones de invierno ni siquiera parece invierno en la ciudad. El sol que entra por la ventana ese lunes es fastidioso y mi habitación queda tan calurosa que apenas puedo dormir.
Mi teléfono suena desesperadamente y, a pesar de que apenas sean las diez del día y de que ayer me haya quedado hablando por el teléfono con Maia hasta las cuatro de la madrugada, logro despertar y coger el móvil para responder.
Me acomodo un poco en la cama, algo somnolienta.
— ¿Diga?— pregunto en medio de un bostezo, sin siquiera ver el nombre de quien me está llamando.
— ¡Nos vamos!— exclama Jude desde el otro lado. Yo frunzo el ceño; ¿sigo durmiendo o ya desperté?
— ¿A dónde?
— A mi casa en el campo— murmura Jude desde el otro lado como si fuera obvio. Sí, creo que alguna vez mencionó una casa en el campo pero no creo haber escuchado en ningún momento que iríamos.
— ¿A qué?
— A aprovechar el sol— suelta— ¿estabas durmiendo?
Yo asiento como si él pudiera verme siquiera; le cuento que me quedé conversando con Maia como lo he hecho todos los fines de semana desde que somos una pareja oficial, y a pesar de que mis padres parezcan ir aceptando cada día un poco más nuestra relación, evitamos todo tipo de muestra de afecto al interior de casa.
Supongo que eso hará que todo sea un poco menos incómodo.
Además, desde aquel día que mis padres se enteraron ella no se ha podido quedar a dormir en casa ni yo me he podido quedar a dormir en casa de ella; son las nuevas reglas que ellos han implementado para que toda esta convivencia siga funcionando de manera adecuada.
He asistido a todas las barbacoas de la familia de Maia, he conversado con sus padres de acogida e incluso he intercambiado unas cuantas palabras con Esme, pero siempre que el reloj marca las doce mi padre o Noel me están esperando afuera para llevarme de vuelta a casa. Ya me estoy sintiendo un poco como la Cenicienta, pero sin hermanastras malvadas (bueno, Noel puede llegar a ser bastante malvado).
Lo bueno es que ya no tenemos que escondernos en las instalaciones de la escuela y honestamente, dejando de lado la primera semana donde gritamos nuestro amor al mundo, ya a nadie en la escuela parece importarle lo que Maia y yo hagamos con nuestra vida y supongo que es lógico; no debería por qué importarles.
Dicho esto, he podido besar a Maia todos los almuerzos y coger su mano cada vez que caminamos por la calle y juro que nunca en mi vida me había sentido tan...
— Enamorada— murmura Jude al otro lado del teléfono, y yo, quien no estaba escuchando una palabra de lo que estaba diciendo mi amigo, quedo con las mejillas completamente sonrojadas.
— ¿Qué?
— Dije que ya ni siquiera me escuchas porque todo el día te la pasas enamorada— suelta frustrado, y luego desvía el tema nuevamente hasta su cabaña— ¿irán o qué?
— ¿Irán?— pregunto confundida.
— Maia y tú.
— ¿Maia?
— Ay, Valerie. Te dije que vayamos tú, Noel, Maia, y yo.
¿Yo, Noel, Maia, y él?
No debería extrañarme; desde que Noel y Jude tuvieron esa cita que no han dejado de estar juntos, aunque no en un sentido romántico. Según ellos se están dando todo el tiempo del mundo que sea necesario para conocer al otro y además, Noel todavía no habla de su salida del clóset con mis padres. Supongo que se están tomando mucho más tiempo del que nos tomamos Maia y yo y eso está bien; cada uno tiene sus momentos. O al menos, eso es lo que dice Maia.
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La chica nublada
Teen FictionValerie cree que Maia tiene una novia, pero no le pregunta porque no es de su incumbencia. Además, es la mejor amiga de su hermano. Y la conoce desde que eran niñas. Y sus padres la tratan como si fuera de la familia. Incluso para la última navidad...