61. Las mariposas, el rubor, los nervios...Maia.

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— ¿Cómo está Gilly?— me atrevo a preguntar finalmente, después de varias horas de conversar sobre la escuela. Debido a que Maia ha estado ausente, tuve que ponerla al día con todo lo que ha sucedido. Incluso le conté mis sospechas sobre quien pensaba que había enviado la pizza.

Había estado intentando evitar hablar sobre Gilly porque no quiero que Maia se sienta incómoda. Además, tomando en cuenta que Gilly ha sido su único foco de atención durante semanas, puedo asumir que ya está un poco aburrida del tema, o al menos, necesita despejarse.

Sin embargo, no puedo no preguntarle; lo que le suceda a Gilly me importa tanto como a Noel o a cualquier persona que ame profundamente a Maia, porque yo también la amo. Quizás incluso la amo más que todo el resto del mundo juntos. 

— Está bien— suspira ella finalmente, clavando sus ojos en los míos. Su cuerpo reposa relajadamente sobre la silla en frente de mí; su cabello esta atado y su gorra da vueltas y vueltas sobre su mano derecha mientras ella habla. 

Hemos estado durante vario rato mirándonos las caras, es cierto, pero aún así no puedo evitar seguir poniéndome nerviosa. Me pregunto si será normal que una sola persona te cause este tipo de sensaciones durante tiempos tan prolongados. 

Recuerdo aquella vez que hablé con mi madre sobre su enamoramiento por mi padre. Le pregunté qué se siente tener mariposas en el estómago y ella simplemente soltó una enorme carcajada; obviamente yo nunca me había enamorado, así que no logré comprender su risa hasta que ella misma me lo explicó. 

— Ay, Valerie— recuerdo su media sonrisa y el atisbo de nostalgia en su mirada— hace mucho tiempo que no siento mariposas en el estómago. 

Yo no podía estar más sorprendida. Lo primero que se me cruzó por la mente fue que mis padres se iban a divorciar. Pensé que quizás mi madre simplemente había encontrado el momento adecuado para decírmelo; yo le había tirado una bomba detonante y ella había aprovechado la oportunidad, así que no pude evitar tragar saliva en señal de terror. 

Obviamente mi madre no sentía mariposas en el estómago porque ya no estaba enamorada de mi padre, ¿no? 

— ¿Qué quieres decir con eso?— pregunté yo en un desesperado intento por revertir la historia, y afortunadamente mi curiosidad mi jugó a favor porque comprendí que mis padres estaban lejos de divorciarse. 

— Tu padre y yo ya no nos hacemos sentir de esa manera— murmuró. Una vez más yo fruncí el ceño. 

— ¿Ya no están enamorados?— me atreví a preguntar. En ese entonces mi madre cuidaba un poco más las palabras que elegía para decirme, pero tengo la sensación de que ese día no lo hizo. 

Ella se quedó pensativa y después de un rato, asintió.

— Si lo estamos— me aseguró— pero no todo es siempre como te lo pintan en las películas, Valerie. Un día te vas a enamorar y sí, vas a sentir mariposas en el estómago, nerviosismo. De un momento a otro tu mundo entero se volverá color rosado, pero ten presente que no siempre será así; quizás va a pasar un mes o un año y de pronto dejarás de sentir esos nervios y esas mariposas, pero eso no significa que ya no estés enamorada... o quizás sí, pero no siempre.

— ¿A qué te refieres?

Mi madre suspiró.

— El principio de los romances siempre va a tener un millón de mariposas en el estómago, pero esas mariposas se irán. El común de la gente no puede hacerte sentir magia todo el tiempo.

Yo fruncí el ceño.

— ¿A dónde?— pregunté incrédula. A ese punto sentía algo de miedo de que mi madre pudiera estar hablando de mariposas reales y no mariposas de mentira, como había detallado mi profesora de literatura cuando nos explicaba las figuras literarias.

La chica nubladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora