4. La barra de cereal.

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Cuando despierto el martes por la mañana, mis padres todavía no han llegado a casa, pero me han dejado un mensaje de texto en el teléfono celular diciendo que llegarían durante la tarde.

Meto mi cuerpo en la ducha para bañarme y vestirme rápidamente. Peino mi cabello rubio como de costumbre y lo adorno con una cinta para el pelo.

Debo decir que se siente un poco solitario cuando mis padres no están en casa a la hora del desayuno. Normalmente cuando bajo las escaleras ellos ya tienen unos cuantos huevos preparados o algunas tostadas mientras me sonríen y me desean buena suerte.

Cuando voy bajando las escaleras noto que desde la cocina llega un olor a comida y no puedo evitar abrir los ojos con sorpresa cuando me percato de que Noel y Maia tienen la mesa lista con limonada, café y un sándwich de queso listo para cada uno.

— Hasta que te levantaste— murmura Noel cuando me observa.

Uno pensaría que después de la pequeña fiesta que tuvieron, Noel y Maia estarían muriendo de sueño y con ojeras del tamaño de sus caras, pero no es así; se ven radiantes. Sus rostros están brillando y yo, que dormí casi trece horas completas contando mi siesta con Abigail, no puedo dejar de bostezar.

— ¿A qué hora se acostaron?— pregunto confundida.

Noel y Maia sueltan una exagerada carcajada.

— Todavía no lo hacemos— explica la muchacha. Se ha quitado su playera de AC/DC y se ha puesto encima una de Noel; su cabello está mojado como si viniera recién saliendo de la ducha y el perfume que siempre usa se ve opacado por el de mi hermano mayor.

— ¿No tienen sueño?— levanto una ceja mientras bebo un sorbo de mi café.

Noel rueda los ojos y se acerca a mí para dejar reposar su brazo en mi hombro de manera fraternal.

— Ay, Valerie...— el niega con el rostro— lo comprenderás cuando tengas nuestra edad.

— ¿En un año?— arrugo la nariz. Noel corta una mitad de su sándwich para llevarla completa a su boca, ignorándome por completo.

— ¿Dormiste bien?— pregunta Maia en un tono de voz completamente suave. No la estoy observando pero puedo sentir la presencia de sus enormes ojos encima de mi rostro.

— ¡Más te vale que hayas dormido como un bebé, Val!— mi hermano interrumpe antes de que yo tenga oportunidad de responder— Maia se adueñó de la música para que nadie le suba el volumen.

No quiero confundirme. Nunca me ha gustado ver cosas donde no las hay porque siempre termino decepcionada, pero, ¿acaso las mejillas de Maia han tomado un color rojizo?

Maia agacha la cabeza y suelta una pequeña risita, pero no me observa. Y Maia siempre me observa.

— Valerie, coge tu sándwich y lo comes en el camino— gruñe Noel tomando las llaves del auto— quiero llegar temprano a la escuela— explica mientras desliza su cuerpo a lo largo de la cocina para desaparecer.

Maia y yo lo seguimos; yo le envío un mensaje de texto a Abigail para avisarle que vamos en camino y me subo al auto mientras espero que Maia y Noel terminen de jugar a una especie de fútbol imaginario en el patio delantero de nuestra casa. Cuando se suben al auto, ambos están jadeando como si hubieran estado corriendo durante horas.

— Necesitas dejar de fumar— murmura Maia divertida, llevando su mano hasta su pecho. Noel junta sus cejas y le lanza una pequeña sonrisa traviesa.

— ¿Qué cosa?— pregunta intrigado, y ambos lanzan una ruidosa carcajada.

Maia pone la música como de costumbre; yo observo. Noel conduce. Cuando llegamos a casa de Abigail ella ha cambiado su abrigo por una sudadera negra y corre hasta nuestro auto con cierta expresión de cansancio en el rostro.

La chica nubladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora