8.9 Perdiendo el favor

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El día en que Selim recibió su collar, no se sintió esclavizado, Videl eligió el material con cuidado, el cuero negro que no dejaba marcas y que se sentía suave contra su piel, la cadena plateada, el diseño de los eslabones en forma de corazones con las puntas curveadas para no lastimarlo, el largo perfecto entre su cuello y la mano de Videl, y el candado que respondía a una única llave cuidadosamente colocada en la cadena que colgaba del arete de su pezón.

Si quería quitarse el collar, Selim debía bajar una rodilla y subir el mentón hacia el pecho de Videl para que él acercara la llave.

El símbolo que representaba sumisión, se convirtió en una prueba de cuan apreciado era.

El ganador reclamaba su premio y no existía un premio que fuera mejor.

Esa parte que se abría para recibirlo, la piel que se contraía cuando sus manos la presionaban, los gestos y el sonido melódico que llenaba sus oídos.

– Deja..., deja de mirar.

– No puedo – dijo al quitar las manos de Videl de su camino, no importaba de qué forma lo hicieran sentía que no era capaz de detenerse, el lubricante se regaba y una parte quedaba vertida sobre el pecho de Videl, con cada pequeño roce escuchaba sus gemidos que poco a poco se transformaban en gritos y en lugar se detenerse quería escucharlos más.

Inconscientemente le dio una mordida en el hombro.

Las manos de Videl se deslizaban por su espalda, podía sentir que estaba agotado y si fuera un hombre decente, lo limpiaría y lo recostaría sobre la cama tal y como su consciencia le gritaba que hiciera.

Los ojos de Videl se entrecerraron cuando lo levantó y lo acomodó sobre sus piernas, podía sentir su cansancio al verlo recargar la cabeza sobre su hombro en actitud soñolienta.

– ¡Ah!, espera... – despertó de pronto.

– Solo una vez más.

– Bastardo mentiroso, dijiste eso hace una hora.

– Es la última.

Videl reclamó con los dientes apretados, pero no hizo algo más por detenerlo y se recargó dejando que Selim hiciera el trabajo levantando su cadera.

Despertaron muy tarde a la mañana siguiente.

El acto de armar una competencia entre Selim y Mirza se repitió la noche siguiente y de nuevo Mirza acabó con la espalda sobre el suelo. Selim fue muy cuidadoso al no lastimarlo, no había necesidad en dañar a un hombre que no representaba una amenaza ni estaba armado, todo lo que necesitaba era ser declarado vencedor y eso era todo.

Con el paso de los días Mirza buscó diferentes formas de enfrentarlo, moviéndose rápidamente, esquivando sus ataques o girando la cadera y su trasero de manera seductora, como si quisiera impresionar a Videl, pero una y otra vez, fue aplastado por la desbordante fuerza física de Selim y acabó en el suelo.

Una tarde, lo vio llegar a la sala donde entrenaba y detuvo su entrenamiento.

– Yo, no quería molestar.

– No lo haces, estoy terminando.

– Quería pedirte un favor – le lanzó una mirada suplicante – tú, estuviste esa noche cuando llegué a la mansión, fui enviado como una ofrenda de paz para el rey Astrid, pero él ni siquiera me miró dos veces antes de enviarme con su hermano y ahora estoy aquí.

– Eres su consorte – lo interrumpió – tienes comida, un techo y sirvientes, nadie te molesta.

– Pero solo a ti te favorece y los sirvientes lo saben, hablan en secreto de cómo jamás podré tener una noche con su alteza, les da igual si estoy o no en la misma habitación, por eso, pensé que podrías darme una oportunidad, podría ayudarte, debe ser cansado para un hombre como tú, aunque seas grande, ser molestado todas las noches, si me dejas ganar una sola vez, podrías descansar, sería bueno para todos, solo una noche, ellos dejarán de burlarse y no me sentiré como un completo fracaso.

No soy un virus, soy un acosador (Segunda parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora