7.45 Corazón roto

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Habían pasado dos años desde que el chico delgado que caminaba delante de él lo mandó a conseguir experiencia, en ese tiempo pensó mucho sobre sus palabras, sobre la prueba de las parejas predestinadas y sobre el otro novio.

La tribu de los leones se encontraba al sur, muy lejos de sus hogares, para que uno de ellos estuviera en la ciudad y Yeny saliera con él, debía ser un exiliado y sí lo era, debía sobresalir, un hombre con una melena dorada y ojos ámbar definitivamente resaltaría.

En secreto, cada vez que viajaba a la ciudad por motivos de la tienda de su padre, buscaba a un león y de encontrarlo, pensó muchas veces en golpearlo, solo un poco, lo suficiente para desquitar su rabia.

Tras todo ese tiempo quiso preguntar – ya pasaron dos años, dijiste que apartarías un mes de tu tiempo.

Yeny se detuvo – no estás hablando en serio, ¿cierto?

– Fue tu promesa, un mes.

Yeny entrecerró los ojos – ya notaste que tengo un hijo, ¿cierto?, sí le pido un mes libre a mi esposo, él querrá sacarte los ojos.

– Pa, pa – se quejó el pequeño Ian, al mirarlo comprendieron el motivo de sus quejas, la manzana acaramelada cayó al suelo.

Max tomó la manzana que le restaba y se la dio.

– Papa.

– Él le dice ¡papa! a toda la comida – explicó Yeny.

– ¿Cuál es tu respuesta?

– En verdad eres algo serio – suspiró – tengo que hacer algunos arreglos, búscame mañana.

– ¿Dónde? – se negó a dejarlo ir – antes desaparecías todo el tiempo, quiero asegurarme de que no planeas hacer lo mismo.

– Bien, te llevaré a mi casa y esperarás a que mi hijo se duerma, pero, ¿estás seguro de que no tienes que regresar?, siempre te preocupó que tus padres supieran donde estabas.

– Ya no soy un niño y ellos podrán sobrevivir sin mí.

Especialmente considerando lo que estaban haciendo.

La casa era muy diferente a como Max la esperaba, para empezar, era muy pequeña, pero se notaba que ahí vivía un niño, toda la ropa tendida era del niño, los objetos alzados, la cuna llena de juguetes y la gran cantidad de fruta.

– Tardará en dormirse – anunció Yeny.

Max tomó al niño con una mano y lo lanzó al aire.

Yeny gritó.

– A mis primos los entretiene – volvió a lanzarlo y lo atrapó sin problemas – sí se cansa se dormirá.

Yeny tenía las manos extendidas para atrapar a su hijo en el caso de que el inconsciente de su exnovio lo dejara caer.

Lejos de estar asustado, Ian comenzó a reír y a gritar pidiendo que lo lanzaran otra vez.

– Eres un miserable.

– Lo aprendí de ti.

Cuando Ian bostezó y sus ojos se cerraron, fue momento de dejarlo sobre la cuna, Yeny tenía el sentimiento extraño de ver a un hombre literalmente adormecer a su hijo para poder tener sexo con él.

No había forma de que se sintiera peor de lo que ya se sentía.

– Tu hijo está dormido.

– Ya lo noté, iré a bañarme y no me sigas.

No soy un virus, soy un acosador (Segunda parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora