8.17 Promesas

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No importaba cuánto resentimiento guardara Emir, nunca, ni una sola vez, falló en mostrarle su respeto en cada ocasión en la que se encontraron. Hacía más difícil lo que debía hacer – no conocí al rey anterior, para ti, ¿qué clase de rey era?

– El rey Sallet amaba a su pueblo, fue un gran hombre – alzó la barbilla al decir esas palabras – y nos guio sabiamente.

– Hacia su muerte – lo interrumpió – un hombre lleno de odio, lo llamas grande porque su espada derramo la sangre de inocentes.

– No eran inocentes y sí eso es lo que importa, Majestad, su espada está muy reluciente.

Casi quería reír y de hecho sonrió de forma burlona – en el tiempo que tu grandioso rey gobernó, el índice de pobreza subió y las enfermedades aumentaron, esto que no es tan lindo para mostrar es el número de personas que fallecieron porque las prisiones estaban llenas de ¡espías!, a los que olvidaron alimentar y dejaron tirados en la calle convirtiéndolos en un foco de infección.

En el rostro de Emir pudo ver que no estaba interesado en el lado político de un gobernante y los sectores de salud y pobreza por los que él ocupaba tanto tiempo, le eran indiferentes.

– Quieres un general como rey, no un hombre que se preocupe por las personas, entonces lárgate a otro reino, porque no seré el rey que quieres.

La mirada fría de Emir se posó sobre su rey y bajó la mirada – en los últimos meses desde que usted asumió el puesto..., las muertes por enfermedad disminuyeron..., las personas están más tranquilas y las calles están más limpias, tampoco hay riesgos de inundación, puedo aceptarlo, es un rey capaz, pero lo que no puedo soportar es a esa cosa.

No necesitaba preguntar a qué se refería con ese tono despectivo, o, mejor dicho, a quién.

– No somos ciegos, siempre toma el camino al comedor que atraviesa el jardín que da a la torre, siempre que tiene una oportunidad mira en esa dirección, envía hombres para cuidarlo, cada tres órdenes está preguntando si él ya comió, si todas sus necesidades están atendidas, usted es un amante de sacios.

El Sacio, era un platillo blando y espeso hecho con verduras que la gente pobre usaba como alimento, carecía de sabor y las personas solo lo comían porque no podían pagar algo mejor, la gente de su reino comenzó a llamar a las personas de piel clara con ese apodo porque cuando el sacio caducaba, conservaba su color blanco.

Tan blancos que es imposible saber que por dentro están podridos.

Emir mantuvo la mirada fría – si estoy equivocado demuéstrelo – gritó Emir – lleve a una verdadera mujer a su cama, o a un hombre, no me interesa, en tanto lleve a alguien digno.

Por ¡digno!, se refería a alguien que compartiera su mismo color de piel.

Comenzó a odiar sus días.

... ... ...

– Dijiste que como rey crearía un sitio donde Dogo y yo podríamos estar juntos.

El consejero Bialur mantuvo las manos sobre el suelo y la cabeza baja – majestad, por favor, retire su orden de ejecución.

– Insultó a mi pareja, si no soy capaz de matarlo, ¿de qué sirve este puesto?

– Majestad, lo que le dije no era mentira, pero es demasiado pronto, cuando todos vean lo buen gobernante que es, aprenderán a tolerarlo.

Bufó, eso era lo que tenía que esperar, que otras personas toleraran al hombre que amaba, a todos ellos, ¿qué les importaba?, si quería cogerse a una mujer o a un hombre, era asunto de él y de la persona que llevaba a su cama, de nadie más.

No soy un virus, soy un acosador (Segunda parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora