11.6 Templo

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Año con año, la familia Saete hacía un largo viaje desde sus campos de cultivos hacia el templo de la diosa Era, los veinticuatro miembros le ponían un alto a sus actividades y caminaban por medio mes, en contra del tiempo, bajo la lluvia o el clima caluroso, incluso en tempestades se las arreglaban para llegar y subir los escalones hasta el templo en lo alto de la montaña y pedirle a la diosa por un año fructífero y abundante.

El año anterior, mientras volvían, Cara, la segunda hija del señor Saete dio a luz en el camino y tuvo una hermosa niña de cabellos rubios y ojos claros, Cara ya tenía tres hijos, pero esa era su primera hija y fue atribuida a la diosa, le agradeció por el milagro y al año siguiente la llevó en brazos al templo para darle las gracias por el milagro de haberle dado una hija a la que amaba con todo su corazón.

La sacerdotisa del templo se levantó de su asiento y salió desde detrás de las cortinas que la apartaban de los fieles, al verla muchos bajaron la cabeza y ella se abrió paso hasta llegar a Cara y mirar a la pequeña con los brazos extendidos.

Cara no dudó en entregar a su hija feliz de saber que recibiría la bendición directamente de la sacerdotisa, de esa forma su hija crecería llena de salud, sonrió al ver como la pequeña recibía un beso en la frente y miró como la sacerdotisa la llevaba al templo y atravesaba las cortinas, solo entonces se dio cuenta - espere, ¿cuándo va a volver?, se..., se llevó a mi hija - comenzó a gritar.

- La diosa, está feliz con su sacrificio.

El rostro de Cara perdió el color - no puede, es mía, es mi hija - siguió gritando.

La pequeña, ungida con el aceite sagrado fue puesta sobre un cojín - desde hoy - le dijo la sacerdotisa - serás Sary, mi pequeña hija.

Ser aceptada como aprendiz en uno de los templos de la diosa se consideraba un honor, pero Cara no lo sintió de esa forma y año tras año volvía, con la esperanza de ver a su hija entre las niñas que recibían las ofrendas o las mujeres que escuchaban las peticiones, nunca pudo verla.

Sary creció, sin saber que no nació en el templo o que la sacerdotisa mayor no era su madre, todos los días le recordaban lo afortunada que era, o lo fuerte que era su alma y muchas veces se preguntó de dónde venía tal fuerza o por qué ella no podía verla.

- No corras, devuélvemelo - gritó una niña y su compañera lanzó la bola de harina al aire.

Sary recibió el postre con la cabeza y se vio llena de mermelada. Al instante las dos chicas se culparon mutuamente - fue ella.

- La próxima vez, ponganlo en un plato - respondió, no lo decía porque fuera a comerlo, desde su perspectiva sus compañeras bien podían lamer el plato o escupir en el postre antes de dárselo. Sary no sabía si eso era a lo que todos llamaban ¡fuerza!, pero estaba segura de una cosa, desconfiaba de todos.

Cada vez que escuchaba una noticia su primera reacción era dudar, asumía que todas las personas eran mentirosas y que nadie a su alrededor era confiable sin siquiera conocerlos y era especialmente precavida con aquellos que le lanzaban halagos o insistían en acercarse. Esa era su forma de ser.

- Sary, ven aquí - la llamó la sacerdotisa mayor en su cumpleaños número dieciocho - hoy es un día importante - en el equinoccio de verano la diosa visitaba su mundo y por eso el día era más largo y más brillante, pero faltaba un mes para ese día - hoy te llevaré al templo mayor, conocerás a su santidad.

De entre todas las sacerdotisas, solo había una Santa y Sary supo desde mucho tiempo atrás que ese sería su puesto, sus mirada bajó - no merezco el honor.

- Has sido bendecida, debemos prepararte.

El viaje tomaría dos semanas y después de eso sería ungida y dedicaría toda su vida al templo, no se sentía feliz ni molesta, en realidad, su estado de humor era apático, sus dedos tocaron el cristal de la ventana del carruaje y respiró profundamente.

Su llegada al templo fue anunciada y un gran número de personas la recibieron, había un velo cubriendo su rostro y al mirar la comitiva tuvo la extraña sensación de que estaba en su funeral y no en una ceremonia de bautizo, caminó despacio y subió los escalones.

La sacerdotisa se detuvo - sé obediente - dijo y dio un paso atrás, hacia donde Sary se dirigía, ella no podía ir.

Sary respiró profundamente y siguió subiendo, con cada paso se acercaba un poco más al templo y al resto de su vida. Llegó al último escalón y se detuvo, dos mujeres a su costado la recibieron y la acompañaron al interior del templo hacia una habitación con largas cortinas y una tina, ese lugar le dio la sensación de ser un baño.

Alguien tiró de su túnica y ella se sobresaltó.

- Sacerdotisa, debe ser purificada.

Le tomó un minuto darse cuenta de que efectivamente, era un baño y ella debía desnudarse y sumergirse en el agua aromática. Su corazón estaba latiendo muy rápido y su lado desconfiado se despertó, la idea de que del otro lado la esperaba un hombre o un grupo de hombres entró en cada uno de sus poros y sus ojos se mantuvieron abiertos, si llegaba la oportunidad, debía usar un arma y defenderse.

La cortina del otro extremo fue abierta y ella se cubrió, pero del otro lado solo había mujeres, la ayudaron a secarse y la vistieron con una nueva túnica de un tono dorado, avanzó hacia otra habitación y la dejaron sola.

Lo que le esperaba al final del templo, era la santa, una mujer de casi noventa años con el cabello canoso y una expresión apacible, al darse cuenta de donde estaba Sary se puso de rodillas.

- Bienvenida, hija mía.

Su educación comenzaba en esa pieza, aprendería de la santa y en algunos años tomaría su lugar y para llegar a ese punto nadie la golpeó, ni la daño, ni trató de violarla.

¡Muy extraño!

Su rutina era pesada, despertaba a las cinco de la madrugada, se purificada, oraba, ayunaba, oraba, meditaba y escuchaba los preceptos de la diosa y transcribía las escrituras hasta memorizar como fue que la diosa aplastó al demonio encerrándolo en una vasija y después ella se sentó encima de la tapa.

Básicamente todo lo que hacía era orar.

Bostezo.

Después de cinco años todo se volvía igual, entendía que su deber era orar a la diosa y compartir sus reglas, pero entre más tiempo pasaba en ese lugar, más lejos se sentía de las personas, de la vida, de los creyentes a los que supuestamente protegían y cuyas condiciones no les permitían purificarse todos los días en una tina con bordes de oro.

Se sentó a orar y escuchó un quejido, a su lado, la santa vomitó sangre.

- Santidad - corrió a sujetarla.

- Está luchando, tienes que detenerlo, yo ya no puedo contenerlo.

- ¿Contener qué?

- Al demonio - dijo y cubrió la boca de Sary con la suya.

En sus esculturas la diosa estaba sentada sobre una vasija, una representación del vientre de la santa, lugar donde se almacenaba el demonio y por el resto de su vida, Sary debía luchar contra él.

Sobre el suelo del templo sus ojos se llenaron de lágrimas, sentía que algo trepaba por su interior y la desgarraba.

- Es muy pronto, no está lista.

- Aguanta niña, tienes que luchar, no dejes que te venza.

Sary quiso hablar pero no pudo hacerlo, y entonces lo escuchó, una risa estridente perforando su oído.

- ¿Luchar?, ¿Por qué tienes que luchar?, ¿Qué han hecho estas personas por ti?, Tú, que desconfías de todos, ¿Por qué luchar en nombre de otros?

La santa intentó levantarse y al mirar a la nueva santa tuvo un mal presentimiento - ayúdenla, tienen que contenerlo.

Los ojos de Sary se volvieron oscuros, todos en su camino reconocieron su fuerza, pero nadie miró su falta de confianza y el demonio se aprovechó de ello para consumir su alma y tomar posesión de su cuerpo.

La marca que Dogo dejó en el alma de su hermana resplandeció y el demonio se detuvo, en el techo del templo surgió una grieta que se fue agrandando hasta permitir la entrada, desde otro mundo un alma muy oscura se lanzó contra el demonio que atentaba contra la vida de Sary.

No soy un virus, soy un acosador (Segunda parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora