8.21 Un gran incendio

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Los movimientos de Alur eran dignos de respeto y Selim ya los había comprendido por completo, seis segundos después de que Dogo terminó su frase, el puño de Selim golpeó de lleno el abdomen de Alur y este cayó al suelo sin poder levantarse.

– Anciano, tu chico necesita atención médica de inmediato – habló con rudeza – y todos ustedes, si tienen un poco de cerebro, les aconsejo que se aparten.

Alur no peleó usando armas, tal cosa habría sido deshonesta, pero no se deshizo de la espada que colgaba de su cinturón y Selim la tomó para él, y apuntó a los hombres de la sede.

– Alto – gritó el anciano Yala levantando el brazo y los hombres que custodiaban a Videl se apartaron – un talento admirable, pero no es perfecto, todavía, si vienes con nosotros podremos encaminarte al lado correcto.

– Amenazaste lo único que me importa.

– Era una prueba y no la pasaste.

Sonrió – bien, ya me estaba hartando de ser un rey.

– Majestad – se quejaron de inmediato.

– Obedecen las órdenes que encajan en sus ideales e ignoran las que más me importan porque no son de su agrado, quieren a un rey que puedan controlar, búsquenlo donde sea, no me importa.

– Le importará a rey Gideon Astrid – anunció el rey Yala en voz alta – cuando descubra que secuestraste a su hermano – señaló a Dogo y todas las miradas lo siguieron.

Nadie más que ellos dos conocían la identidad de Dogo y se suponía que nadie más debería saberlo, menos un grupo religioso al que acababan de conocer.

– Rey Selim, hay formas en las que usted y su mascota pueden seguir con sus vidas, en tanto acepte el destino que le espera.

Una vez fue convertido en un esclavo, lo ataron, desnudaron y vendieron al mejor postor, y tuvo más libertad en ese momento de la que tenía después de convertirse en un rey.

Dogo podía caminar y estiró su mano para acariciar el brazo de Selim – estaremos bien – le susurró.

Ya no estaba tan seguro.

¿Por qué tenía que ser de esa manera?

Esa noche fue diferente, los dos podían estar en la misma cama y las ventanas eran tan grandes que podía verse toda la ciudad, pero no se sentían a gusto, desde que vivían en la misma mansión o quizá desde que nacieron, solo eran esclavos.

Si muriera esa noche, por lo menos tendría un lugar cómodo para dormir.

El aroma de Dogo siempre fue agradable, podía calmarlo sin importar qué tan mal se encontrará o cómo lo estuviera tratando ese mundo – si encontrara una ruta de escape, ¿irías conmigo?

– Harás que me sienta mal, yo no te pregunté si querías ir conmigo la última vez que escapamos.

– No me importa dónde estemos, mientras estés conmigo – subió para besarlo, fue un beso muy pequeño y sus labios apenas y se tocaron – el mundo es muy grande, encontraré un sitio donde no existan los prejuicios.

Dogo le acarició el cabello sobre su frente peinándolo hacia un lado – sé que lo encontrarás.

El siguiente beso fue más apasionado.

La guerra que tanto deseaban estaba por comenzar y de nuevo dejó el castillo, el tiempo que pasó fue contándolo, con cada guerra se volvía más eficiente, había aprendido a ser paciente, a analizar la topografía, el clima, los peligros del ambiente y a los hombres.

No soy un virus, soy un acosador (Segunda parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora