8.15 Recluido

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Al entrar a la ciudad recibió cientos de miradas, muchas de ellas tenían un toque de respeto, nadie lo miraba hacia abajo o lo estaba insultando, pero todos esos detalles no le hicieron ignorar los gestos de desprecio que le lanzaban a Videl.

Las puertas del palacio se abrieron.

– Ateza, por aquí – le dijo un hombre con la apariencia de un guerrero y al verlo caminar extendió una lanza – él no.

Era suficiente, respiró profundamente – no necesito escuchar más, espero que encuentren al príncipe que buscan, nos vamos.

– Alteza, por favor espere – lo siguió el consejero Bialur mostrando su respeto – si nos da un minuto, se lo explicaremos.

– ¿Qué pasará con Dogo?

Todos se mostraron hostiles.

– Él podrá esperarlo afuera, las reglas de nuestro reino son muy antiguas, un hombre de su clase, no puede poner un pie en el palacio, se considera un lugar sagrado.

– ¿Y él le parece sucio?, se lo diré una sola vez, no entraré a un sitio en donde el hombre que amo no es bien recibido, busque a otra persona, nos iremos hoy mismo.

– Alteza – dijeron al unisonó todos los presentes y bajaron una rodilla en su presencia.

Estaba realmente molesto.

– Oye, ¿qué es eso de que nos iremos? – le habló Videl con los brazos cruzados – hace frío, tengo hambre y quiero dormir sobre algo que no sea un duro trozo de madera, no me iré hasta que descanse.

– Pero...

Videl giró la cabeza dejando en claro que no repetía sus órdenes dos veces.

– Entiendo, buscaré una casa para que te quedes.

El consejero dio un paso al frente – señor Dogo, el palacio tiene una torre para los invitados, si usted lo permite, lo llevaremos a su habitación.

– ¡Una torre!, ¿dónde?, ¿cuántos pisos tiene?, soy muy exigente cuando se trata de torres – la mano de Videl se sintió pequeña y escurridiza cuando lo soltó – debe tener cinco pisos como mínimo.

Selim lo detuvo – iré contigo – no confiaba en ese reino.

Videl le sonrió – no seas tonto, estaré bien – se estiró para darle un beso y Selim le acunó el rostro pegando su frente a la suya.

– No tardaré.

Mirándolo irse, tuvo un mal presentimiento.

– Alteza, no tomará mucho tiempo, si me acompaña.

Esperó los tres minutos que le tomó a los soldados llevar a Videl hacia una torre de por lo menos seis pisos, la miró muy detenidamente marcando las ventanas, los escalones y la estructura generalizada.

– Alteza...

Tomó el cuello del consejero y deseó golpearlo contra la pared.

¡Torre para invitados!, esa era una prisión.

– ¿Qué lugar es ese?, responde, ¿por qué las ventanas tienen barrotes?

La expresión del consejero se mantuvo serena – ese lugar, es a donde son enviadas las concubinas que caen de la gracia del rey. Mi señor, si el joven Dogo entra al palacio, ni siquiera yo podré garantizar su seguridad, pero..., si se queda en la torre, le doy mi palabra de que estará a salvo, solo deme cinco minutos de su tiempo.

Su humor no fue tan negro como antes y aceptó acompañarlo al palacio.

La gigantesca construcción no les perdía a las otras ciudades, los techos con forma de cúpulas, los jardines, piscinas y balcones, todo gritaba que Cretan era una ciudad prospera y en el salón principal, se encontraba la pintura de un hombre muy parecido a él, salvo por la barba crecida y las cicatrices en el pecho.

No soy un virus, soy un acosador (Segunda parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora