the 1 (Jasper Hale)

C h a p t e r 2 3

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Seguía abrumada por todo en tanto metía cosas en mi mochila. Las manos de Jasper intentaron ayudarme, a tal grado en que él continuó y me dejó quedarme sentada, sopesando todo lo que pasó, lo que dolió.

Mi corazón no podía soportarlo. Hice mi mejor esfuerzo para estar relajada en el enfrentamiento y ahora todo aquello me estaba pasando factura. Podía ver aún las expresiones de los Cullen, salvajes, feroces, manos colocadas para desmembrar.

Podía recordar a Jazz con sus orbes dorados ahora oscurecidos en el más profundo de los azabaches, su cuerpo rígido protegiéndome cuando descubrieron que iba con Bella.

La mirada de los vampiros nómadas me congeló, casi hizo que flaqueara en mi neutral estado de ánimo. Sus orbes carmesí, intensos y brillantes en rojo, producto de su dieta basada en sangre humana...

En ese instante ya podía sentir miedo, y me sentí bien por eso. Estaba viva... había logrado salir de eso viva.

Pero morí cuando escuché los gritos de Bella, los de Edward. Morí cuando vi el rostro lleno de dolor de papá. Morí cuando vi que yo no podía hacer nada para evitarlo.

—Y-yo lo lamento, pero no puedo dejarla sola —susurré soportando el llanto, porque verlo preocupado y angustiado no me gustó en lo absoluto.

—Claro —masculló, su voz tirante y pastoza.

Entré a mi habitación, donde Jasper aguardaba escondido en mi armario.

Y ahora estábamos allí, yo sin saber en lo que me estaba metiendo, sin entender porqué estas cosas le sucedían a Bella, por qué me sucedían a mí.

—¿Quieres que...?

—No —interrumpí con velocidad, entendiendo bien que ofrecía relajar mis emociones, pero necesitaba emanarlas, ansiaba mucho vivirlas, porque en ese momento necesitaba recordar que lo estaba.

Antes de marcharse, los gritos de papá afuera pidiendo explicaciones a ambas, plantó un firme y pausado beso en mi frente, el contacto frío de sus labios dándome algo de alivio al acongojo que sentía en mi ahora frágil corazón.

—Estarán bien todos, te prometo que lo estarán —masculló con seguridad.

Ansiosa asentí. Me permití ver sus orbes ambarinos, deseosa de encontrar tranquilidad en ellos.

Dios, la forma en qué me miró.

Sí, él me quería. Tanto como yo a él.

—Te veo abajo —prometió, marchándose por la ventana con agilidad.

Suspiré montándome la mochila a la espalda, lista para ver a papá sufrir por la partida que dejaríamos.

—¡January! —Exclamó cuando me vio, toda la aflicción marcándose con potencia en cada una de sus facciones— por favor, dime qué es lo que ocurrió, ¡¿qué pasó?!