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e x t r a  I

Debía ser franco, honesto y sincero conmigo mismo al respecto. Estaba cansado, soportando un día más de un castigo que me merecía en demasía a causa de las decisiones y errores que había cometido, por los que seguía cometiendo, por no mencionar, los que podría llegar a cometer.

Me marearon tantos murmullos al respecto de las dos chicas nuevas que llegarían ese día, sobre todo porque Alice no paraba de parlotear al respecto, repitiendo sin parar cuan emocionada la tenía el por venir, confundiéndonos, pero la conocíamos, entendíamos que ella funcionaba de una forma diferente.

Quizá por eso es que se había convertido en mi mejor amiga. Le brindaba a mi inmortalidad y don ese toque de alegría que a mí me faltaba. Ella decía que debía intentarlo más, lo cual era cansino y estaba de más, puesto que llevaba décadas luchando por conseguir cambiar mi perspectiva, pero ¿cómo se supone que iba a conseguir algo como eso cuando Genevieve seguía recriminándome aún después de tanto tiempo su desdicha?

En mi cabeza, a pesar de que ya ha pasado más de un siglo, ella seguía presente. Acababa de volver de Texas, como hacía cada mes sin falta para poder hablar en donde descansaba. Me era curioso el hecho de que siguiese siendo tan fácil poder comunicarme con Vi. Me entendía como a nadie, y yo la entendía a ella. Era sinergía pura y armoniosa encontrándose.

Inhalé antes de bajar del auto y proseguí a continuar con mi actuación, como si estar allí no fuese un suplicio, como si aún tuviese alguna clase de esperanza.

Emmett iba enfado conmigo, lo cual me seguía causando gracia. Me dio una miradita de advertencia y yo le sonreí burlón, siguiendo a una pequeña y saltarina Alice.

Sé bien que se movía preocupada por mí. Su estado alerta me lo contagió. No sabía si hoy era uno de esos días donde todo se me complicaba más para contenerme la sed o uno de esos otros en los que Genevieve revoloteaba en mi mente.

Por otro lado, Edward me daba miraditas de soslayo mientras que Rosalie las dirigía a cualquier lugar que pudiese permitirle ver su reflejo. Había aprendido a estar vigilante y alerta por mero instinto desde la milicia, así que aunque Edward y Alice creyeran que no lo sabía, podía entender a la perfección sus señas cuando hablaban entre ellos.

La única razón por la cual él no se hallaba enterado, es porque nos bloqueaba la mayor parte del tiempo a nosotros, lo cual me permitía poder pensar como quisiera casi siempre.

El resto del día siguió como todos: tranquilo y vano, con el pulso de mis compañeros llamándome tentador a probar del elixir rojizo que corría por sus venas. Sería fácil acabar con la escuela entera en un dos por tres, pero llevaba un nuevo récord que trataba de cuidar. No quería caer tan fácilmente en las fauces del pecado, por lo cual me propuse a contener el aire al menos ese día. No era como que lo necesitara, pero me incomodaba a sobremanera y más con esa chaqueta blanca que Alice me había obligado a usar.

the 1 (Jasper Hale)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora