Capítulo 48 (Le di donde dolía y me dolió más a mí)

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¿Te imaginas tú y yo con otras personas?

Estaba en ropa interior tirada en el suelo, viendo la caja que había decorado lleno de cosas de nosotros, fotos, cartas, regalos... recuerdos.

Sonreí al mirar una fotografía donde Aiden me cargaba y yo le besaba la mejilla, acercándolo a mí. Su sonrisa complacida y feliz era como una gota a mi alma de anestecia en medio de toda la locura a nuestro alrededor.

Él seguía en el computador, terminando algún trabajo importante. Siempre tan atento.

No respondió y me quedé callada, aceptando su silencio para no interrumpirlo.

Me mordí el labio mientras en silencio, mentalmente, leía sus cartas. Debía de aceptar que mi hombre era un romántico desde cuna.

Sentí su calor impactar contra mi cuerpo desde detrás.

—¿Qué me decías, disculpa? —se había acuclillado cerca de mí, observando todo lo que tenía en frente, todo lo que nos resumía a nosotros.

—Te había preguntado si te podrías imaginar con alguna otra persona —pregunté otra vez.

Él se quedó mirando por un momento la carta que tenía en mis manos, y luego sonrió para dirigirme una mirada cariñosa.

—Si imaginarme un futuro donde no estemos juntos no me doliera, quizás debería pensar qué estamos haciendo algo mal —bromeó, pero sentí la verdad maquillada entre sus palabras.

Su barba quedaba a la perfección, bien tratada, enmarcando su lindo y divino rostro. Me sentía afortunada de haber contado toda mi jodida vida con ese hombre.

Le dediqué una pequeña sonrisa y le acaricié la barbilla. Su barba me raspaba un poco las manos, haciéndome cosquillas.

—¿Y tú? —susurró.

Le di un pequeño piquito, y me quedé observándolo con deleite.

—Nunca se me había ocurrido tal cosa —y era la realidad, no mentía.

Mordió mi dedo con suavidad de manera juguetona y le sonreí ampliamente.

Volví a ver las cosas de nosotros, pensando en que tardaría en organizar todo. Sentí los brazos de Aiden rodearme desde atrás, sentándose en el suelo junto a mí. Pocas veces dejaba su rectitud de lado, permitiéndose pequeños placeres como el tirarse al suelo, sin pensar en que tu traje se ensuciara o tendrá arrugas. Me encantaba el saber, que las razones por las que aceptaba en ocasiones, era por mí.

—¿Piensas mantener esa caja para nuestros futuros hijos? —se rio.

Nuestros hijos...

La sola idea se veía lejana, y a la vez, tan real.

—Ya te dije que nuestro hijo se llamará Damon, ¿ok?, no está en discusión —añadí con determinación.

Él gruñó, en desacuerdo, pero decidió no refutar y darme el gusto.

—¿Y si es niña? —preguntó, ubicando su mentón en mi hombro.

—Ese sí lo puedes elegir tú.

Se quedó pensando por unos largos minutos, mientras yo seguía leyendo y viendo las fotos, riéndome con alguna mueca de alguno de los dos, mayormente, mías.

—Se llamará Caroline —atinó por decir y me quedé pausada.

—Que quede claro que no quiero ponerle Damon por la serie esa —me burlé. Me gustaba el nombre Damon por muchas otras razones, aunque la serie también tiene que ver, no mentiré, pero no era la principal razón.

—Lo sé. Pero me gusta Caroline.

Asentí lentamente, aceptándolo.

Aiden entró las manos dentro de mi blusa, adquiriendo el calor de mi cuerpo, manteniéndolas en mi estómago.

—Vas a ser una excelente madre —susurró en mi oído.

La piel se me erizó de tan solo pensarlo.

¿Lo sería? ¿Realmente lo sería? Me ponía a pensar, ¿quién quisiera a una madre como yo? No tengo paciencia, me mantengo en problemas todo el tiempo, no soy un ejemplo a seguir.

Mis hombros cayeron, ante la idea de traer a personas a este mundo para hacerles sufrir por mi culpa.

Sentí un nudo en la garganta de pronto.

Sabía la ilusión de Aiden de tener hijos, siempre los había querido. La parejita. ¿Y si yo no se los lograra dar? ¿Todo esto...se iría?

Me tensé abruptamente.

Carraspeé con incomodidad y me levanté de repente.

El solo pensar en nosotros dos, cada uno por su lado, me generaba un disgusto tan grande y tan desgarrador, que no era consolable de ninguna manera.

Jugué con mis manos, dándole la espalda, llenándome de inseguridad.

—Amor —dijo él con su voz ronca llenándome los oídos. Ubicó sus manos sobre mis brazos, acariciándolos.

Continuaba dándole la espalda, sin saber cómo disimular el torrente de emociones que amenazaban con comerme viva.

Tragué en seco.

—Deja de pensar que no eres suficiente. Eres más de lo que crees —su voz baja, íntima, me marcaba por dentro.

Abrí la boca y la volví a cerrar.

Aiden me obligó a darme la vuelta y darle la cara. Sostuvo mi rostro entre sus manos, observando la angustia carcomerme por dentro.

Se quedó en un silencio total, generándome ansiedad.

—¿Qué pasaría si... si no puedo darte hijos?

La pregunta me quemó la garganta.

Un silencio horrible se alimentaba de mis miedos.

Sostuve el aire por mucho tiempo, tanto, que me empezaba a asfixiar.

Aiden suspiró.

Se sentó en la esquina de la cama y me atrajo hacia él con suavidad, hasta hacerme sentar en su regazo.

—Venus —mi nombre en sus labios era tan dulce, lleno de tanto cariño, que era inquietante—. Eso es una decisión que los dos debemos tomar, no es algo a la ligera. No puedo permitir que te dejes consumir por el miedo, pero tampoco te quiero obligar a nada. Qué te parece si esperamos que el tiempo siga su curso y luego, en unos pocos años, me dices qué piensas al respecto. ¿Te parece? —cuidaba sus palabras, teniendo miedo de decir algo inapropiado. Él sabía que yo era así, cambiaba de humor de un momento a otro, era muy volátil, y actuaba conforme, sentía era lo mejor.

Me besó los labios con delicadeza, como si me fuera a desmoronar en cualquier momento. Los movimientos fueron tan certeros y tan delicados, que me enfrasqué en ellos como una ola que iba y venía, pero quería dejarme hundir en él.

—Quiero que te quede claro: puedo vivir con la idea de no tener hijos, pero no puedo soportar la idea de no verte a ti en todos mis planes, eso no. No quiero tanto futuro si es para ver cómo te vas.

Le dediqué una sonrisa pequeña, tímida, impropia de mí.

Rozó su nariz con la mía, juguetonamente.

—Aduéñate del mundo, así como te adueñaste de mí —susurró contra mis labios y volvió a besarme con más ahínco.

VENUS

Nicolas empezaba a hacer el desayuno una vez había salido del baño. Mi cabello estaba volviendo a su color natural, oscuro, y si era sincera, creo que me lo dejaría así un largo tiempo. Fui caminando fuera de la habitación mientras me desenredaba el cabello, envuelta en una toalla, aunque tenía la ropa interior debajo puesta.

Realmente era tarde. No habíamos dormido ni una mierda, aunque no me quejaba del motivo. Además de que llegamos a altas horas a su casa, no descansamos, teníamos otros planes en mente y dejamos que nuestros cuerpos se entendieran a su manera.

Mentiría si dijera que la conexión entre él y yo seguía igual, y es que se me era imposible no crear cierto lazo con él, que se sentía con más fuerza, como si esa fuera la última pieza que debía de encajar. Todo iba de maravilla, tanto, que asustaba, pues bien sabía que a mi todo lo bueno, no me dura.

Entré a pasos cuidadosos a la cocina, con mi cabello goteando, y su cepillo para mis enredos, entre mis manos.

Nicolas estaba sin camisa, dándome una buena vista de sus tatuajes. Me lo comí con la mirada, era como una obra de arte, y es que me encantaban los tatuajes y él de paso. Su cabello estaba en todas direcciones, y se veía jodidamente sexy así.

Tuve un flashback de todo lo que pasó y se me aceleró el pulso, la sangre se me calentó abruptamente de solo recordar mis gemidos y sus gruñidos en mi oído, y más las veces en las que se había...

Parpadeé con frenesí.

¿Qué me estaba pasando?

Me lanzó una mirada rápida y se formó una sonrisa pequeña, apenas perceptible.

Ya me había dado un grandioso "buenas tardes" que me dejó con un picor dolorosamente placentero en mi centro.

—Me duele la espalda —atiné por decir solo por joderlo.

—Pues es comprensible, ¿no crees? —se burló, con la vista fija en el sartén.

Descansé en la blanca pared, ocultando que notara o leyera mi rostro y se mofara de ello.

—¿Qué haces?

—Bueno, ya que tenemos que comer algo que no sea porquerías, decidí pedir comida saludable.

Miré el sartén con carne a la plancha y alcé la ceja.

—¿De acuerdo?

Apagó la estufa y se acercó como si nada hacia mí, pero sin mirarme realmente. Me alcanzó un vaso de agua y una pastilla y entonces, caí en cuenta.

Me quedé en sumo silencio, tratando de asimilar la situación.

—¿Te duele la cabeza? —preguntó por si tenía resaca y negué, extrañada de no tenerla realmente.

Él asintió, enfocando sus lindos ojos en mí, solo en mí. Parecía pensar mientras me observaba analíticamente.

Volví a mirar la pastilla, sin poder evitarlo.

Era extraño que él me la diera, realmente extraño.

—Bébela —me ordenó y le miré con firmeza.

Después de un breve silencio, me la tomé, sin evadir su mirada.

Las cosas con Nicolas eran diferentes, y costaba asimilarlo.

—Tengo hambre —tragué con incomodidad.

Él me sonrió y cogió nuestros platos para luego dirigirnos a la cama

Yo estaba a dieta de comida saludable, a mí debían hablarme de comida grasosa, que gaseosa, que pizza, chocolates, todo lo que no debería comer, pero me tragué las palabras y me comí lo que había pedido para los dos junto con la carne que preparó.

Netflix estaba puesto, pero realmente no lo veíamos.

Nicolas tenía el ceño fruncido mientras revisaba algo en su celular y me moría por saber qué carajos estaba haciendo, qué lo tenía tan concentrado.

Yo estaba de un extremo de la cama y él del otro, así que se me era imposible.

Lo miré de soslayo y no me aguanté su silencio.

Pasé un pie por delante de su celular y logré llamar su atención. Él parpadeó efusivamente hacia mí.

—¿Qué haces que no me prestas atención?

Él frunció el ceño ligeramente.

—Con que a ese nivel estamos —bromeó, llamándome celosa en otras palabras.

—Oh, no, definitivamente no es por ahí el asunto.

Apagó el celular y me prestó su atención.

—María estaba jodiendo.

—¿Necesita de ti?

—Siempre —se rio amargamente y anoté ese gesto en la cabeza.

—¿Por qué no le ayudas, entonces?

Él apuntó sus ojos hacia mí, y me repasó en silencio el cuerpo por completo. Me sentí desnuda frente a él, aunque no pudo importarme menos. Aún estaba en toalla.

—Tengo muchas otras razones por las cuales quedarme aquí —respondió con un tonito que me empezaba a enloquecer.

Me reí en cuanto se acercó a mí, hasta ubicarse encima en un dos por tres. Su respiración chocó contra la mía y me deleité con lo rico que olía. El jabón que utilizaba realmente dejaba rastro en cada rincón de la casa.

Nicolás se quedó tan solo a centímetros de mi rostro, observándome sin premura. Su mano me empezó a acariciar las piernas con suavidad, tardándose todo su tiempo en subidas y bajadas.

—Perdón si crees que te estoy haciendo a un lado —se excusó y realmente sentí sus palabras. Parecíamos comunicarnos de una manera diferente, poco conocedora.

Me quedé en silencio, sin saber cómo responderle.

No quería palabras bonitas. No quería lindas mentiras susurradas, como tampoco excusas, porque simplemente, no éramos nada.

—No estoy preparada para una relación, y aunque sé que no es lo que estás buscando, solo quiero dejarlo en claro —puntué con detenimiento y él se enfrascó en mis ojos con tanta firmeza y profundidad, que me caló hasta los huesos.

Hubo un gran silencio, y pensé muchas cosas que él diría, quizás se riera, pero no hizo nada de lo que me planteé en la cabeza.

—Dennise, sé que piensas que no siento, y que, si lo hago, no es nada parecido al apego emocional hacia una persona —dictó sin titubear—. Te he dicho desde un principio cómo soy —sus palabras las dejó acentuadas por un rato, dándome la razón; ninguno se iba a divagar por un camino, que ambos sabíamos, no estábamos caminando—. que yo no sea una persona de tener relaciones, no quiere decir que no te vaya a querer, o que me va a importar una mierda cómo te sientas.

Tragué saliva.

—¿Y acaso te importaban las chicas con las que te acostabas cuando le ordenabas que se largaran al día siguiente? —recordaba muy bien que su hermana me había confundido con una de esas, pero luego, se dio cuenta que Nicolas no me había pedido largarme, que no me había ordenado ni por asomo que me alejara, sin un ápice de cordialidad.

Él ladeó el rostro y asintió lentamente.

—Te estoy diciendo que puedo quererte a ti, no generalicé. Mis intenciones no son iguales, deja de compararte.

—¿Y cuales son tus intenciones ahora? —pregunté, pendiendo de un hilo.

Él llevó un mechón de mi cabello detrás de mi oreja y trazó con su dedo una línea por mi cuello con lentitud.

Mi piel se erizó, dejándome al descubierto.

—Mi intención contigo nunca fue el acostarnos. Tu cuerpo siempre me atrajo, es verdad. Pero ambos sabemos que hay más que eso, y no me digas que no. Sé que lo sientes —sostuvo mi mano, pequeña a comparación de la suya. Encajó perfectamente. Se acercó a mí, abriéndose paso entre mis piernas, acomodándose—. Tú y yo fuimos cortados de la misma mala idea —sonrió a centímetros de mí, llenándome la cabeza de sus palabras que hipnotizaban—. Tú y yo, nunca seremos algo de una sola noche. Puedes mentirte con la idea de que esto carece de importancia, pero para mí... —acunó mi rostro entre sus cálidas manos—. Para mí es más, mucho más. Puedo ser un hijo de puta si la situación lo requiere, si me toca defenderte, si me toca matar —lo que dijo, me recorrió como electricidad por todo el cuerpo y lo miré con seriedad—. Pero puedo ser también quien te tome de la mano, y te susurré que todo estará bien. ¿No quieres una relación? Perfecto, pero no hará que no tome tu vida enserio, que no te tome enserio a ti —sus ojos se enfundaron en los míos, hablando más que con palabras, derritiéndome.

Me detuve a procesar lo que salió de su boca, pero me costó. Me costó un infierno.

Mi mirada divagó en él, en un silencio que oprimía.

—¿Me ves como una amiga, entonces? —podría querer cuidar de mí, pero no dijo la razón.

Él suspiró pesadamente.

—No tengo entusiasmo alguno por una relación tampoco, mi reina —me besó con profundidad, envolviéndome, arrancándome de la realidad, de mí misma, hasta hacerme olvidar dónde estábamos. Perdí el juicio en cuanto sentí su mano desenvolviendo la toalla que me rodeaba el cuerpo. Me estremecí, con la mente nublada al él bajar su mano hasta mi sexo directamente, sin preámbulos, y explotar mis más grandes deseos y sensaciones. Sus movimientos eran certeros, sin divarear, con tanta seguridad. Él sabía lo que hacía, de eso era testigo.

Cerré los ojos, sintiendo que mi sangre se calentaba y un nudo delicioso se habría paso en mí tan solo de unos cuantos toques, y es que, joder, Nicolas podía ser un hijo de puta, pero lo hacía todo tan bien...

Cogí aire, con el ceño contraído sin siquiera darme cuenta.

Me removí entre su mano, buscando más fricción y lo obtuve de su parte, cumpliendo mi pedido.

Pasó su lengua por mi cuello y la sentí caliente, incendiándome por completo.

Solté un quejido placentero sin poder evitarlo.

—Solo amigos... —susurró con cierta burla palpable en su voz y abrí mis ojos, para verle con la comisura de sus labios alzada, como si se deleitara con verme en la palma de su mano y buscando de él.

Bajé mi mano entre nuestros cuerpos, buscando su centro por igual y lo noté abultado entre sus pantalones. No mentía cuando dije que me dolía un poco luego de la larga noche que tuvimos, pero no me cansaba de sentirlo a él.

En él no había ternura, nada de romance, nada de telenovelas. Con él todo era fuego y rudeza, y probarlo era como caer en otro tipo de droga, una peligrosa, de la que estaba dispuesta a recaer una y otra vez.

Nicolás contuvo la respiración por solo unos segundos cuando lo toqué de la manera, que ya sabía, le gustaba. Disfruté ver su rostro y su control yéndose a la mierda.

Disfruté no pensar y tenerlo a él.

ABRIL

Había estado sentada en el mismo sillón en la sala durante todo el día, en un silencio agotador. Había perdido toda paciencia, me había perdido a mí. Mi cabeza ahora vivía en un constante sube y baja, sin descanso. Sentía ese vacío carcomiéndome el alma, pudriéndose por dentro.

Ya no lloraba, ya no me salían las lágrimas, y eso era incluso peor, el no lograr una manera para desahogarme.

Me bebí una pastilla para dormir y así intentar evitar la ansiedad y el cansancio por las noches sin dormir.

Mi propio hermano, mi hermanito... al final, no sabía quién me dolía más.

Logan no respondía mis llamadas, ni mensajes y no era para menos, así como yo no le respondía a mis padres, evitando contacto, evitando que pudieran manejarme a su antojo.

Parecía parte de la decoración del apartamento, en un solo sitio, dejándome llevar por el tiempo.

Había jodido todo, lo había jodido, lo había jodido.

Logan ahora pensaba lo mismo que le había plantado en la cabeza a Dania, que aquella explosión fue ocasionada por mí, con la sola idea de alejarla, quizás, hasta matarla. Por supuesto, él le había creído, ¿tendría una razón para no hacerlo? Podría contarle la verdad, decirle que no tuve que ver con ello, ¿pero de que vale la pena a estas alturas eso? De nada.

Me pregunto en qué momento las cosas empezaron a volverse en mi contra, en qué momento me metí en todo esto, y no obtuve respuesta, mi mente de un momento a otro dejó de hacerme caso y callaba cuando no debía, cuando le exigía respuestas.

Aiden, mi Aiden...

Sentí una opresión en el pecho al recordar sus palabras, al recordar cómo me había mirado. Me odiaba, me odiaba con la vida.

La puerta se abrió de pronto, y me quedé en silencio, sin prestar atención. Ya sabía que vendría, lo había estado esperando.

El silencio se sintió de pronto pesado, y lo odié, lo odié con las misma fuerza con que ahora odiaba a mis propios padres.

Ni siquiera quise verlo mientras caminaba hacia mí, quedando al frente.

Tenía el cabello canoso, con su traje formal como siempre, irradiando presencia, poder, muertos encima, manos que aún seguían sucias por la responsabilidad que estaba bajo sus hombros. Tantas vidas arruinadas por su culpa, yo fui una de ellas.

Se arregló la manga de su camisa y miró con disgusto alrededor.

Me costó no levantarme de ese sillón y abofetearlo por todo lo que tenía yo que pagar por él.

—Creí que habíamos quedado en claro cuál era tu lugar —el filo de su voz no me espantó, no causó ese miedo que antes podría haber causado.

El único signo de vida que pudo obtener de mí, fue un parpadeo. Miré el balcón, a las afueras, las calles, el sonido de la vida, una que ya se me empezaba a volver rutinaria y sin sentido.

—Explícame —ordenó con una suavidad alarmante.

Marcos no jugaba limpio, nunca lo hizo.

—Me rindo —solté abruptamente.

—¿Disculpa? —alzó la ceja.

—No pude —esta vez, le miré sin sentimiento alguno—. No puedo —me corregí automáticamente.

—¿Qué quieres decir con eso? —dijo con calma.

Tardé en responder.

—Ya agoté todo lo que tenía para mantener a tu hijo conmigo. No fue suficiente —entendía muy bien lo que decía. Yo no fui suficiente.

—Me estás diciendo que Aiden te quedó grande, a ti —soltó con ironía y dureza.

—No, realmente —negué lentamente—. Le estoy diciendo que su lealtad y su amor hacia la chica, me sobrepasó. No puedo competir con ello.

Arrugó el ceño ligeramente y me preparé para lo que pasaría.

Caminó, analizando mis palabras, por toda la sala. Me agarré con fuerza del asiento, y respiré hondo.

—Ay, Abril, Abril, ¿qué haré contigo? —se preguntó en voz alta.

No fuiste suficiente.

—No me estás dando buenas noticias, muchachita. Deposité mi confianza en ti, ¿y así me pagas?

—Usted me tenía amenazada —le aclaré sin alterarme.

—Querías a mi hijo devuelta entre tus brazos, y te lo ofrecí. Lo consentí, te apoyé —dijo como si me hubiera hecho un favor.

Apreté los dientes, resistiendo las maldiciones que tenía en la punta de la lengua.

—Mi padre y usted no saben lo que es tener buenas intenciones —mi voz salió cortante—. ¿Me utilizaron para que? Su estúpido egoísmo.

—Si esa niña de calle se casa con mi hijo, tu familia y yo estaremos perdidos, legalmente tendría ciertos derechos que no nos podemos dar el lujo de permitir, ¿acaso no entiendes lo que está en juegos? —apretó la quijada.

—¿Le soy sincera? —cogí fuerzas de todos los sentimientos que me quedaban, impulsándome; ninguno bueno, todos agarrados de ira, odio, desesperación, y vacío al mismo tiempo. Me quedé plantada frente a él, con la mirada afilada—. Me vale una mierda lo que pierdan ustedes.

—Si nosotros nos hundimos, tú también. Tienes mucho que perder. Te lo hemos dado todo, mocosa —elevó la voz.

—¿Acaso no lo ve? —le sonreí, ladeando el rostro—. Ya no tengo nada que perder.

Marcos alzó el mentón, con superioridad, intentando opacarme.

—Que no se te olvide con quién estás hablando.

—Sí, con el hombre que me hizo fingir un embarazo, con el que me mantuvo amenazada todo el tiempo para que cumpliera sus caprichos, el que se encargó de joderle la vida al hombre que amaba, sí, ¿ese? Lo tengo presente, gracias.

Le dio un golpe a la mesa, creando un ruido estridente, intentando ganar autoridad.

—Escúchame atentamente —sus fosas nasales se abrían por la ira contenida—. Mantén a mi hijo contigo a como de lugar. No voy a perder todo mi trabajo por una puta barata. ¿Se te olvida que aún puedo mandarte a la cárcel como a ella? Tengo todo a mi favor para hundirte, así que calla esa linda boquita y presta atención a lo que harás.

Tragué saliva.

—Tu padre me ha dicho que no has respondido ninguna llamada —volvió a su manera de hablar con sutileza, pero parecía destilar veneno en cada palabra—. No seas estúpida. Da las gracias que vine yo y no él.

Apreté mis manos con fuerza.

—No haré ni una cosa más —dije entre dientes.

Se enfocó en mí, y con los ojos entrecerrados, se fue acercando a paso lento. Como un animal salvaje antes de atacar.

No pude evitar temblar en cuanto sentí su cercanía.

—¿Acaso esa niñita te ha contagiando su estupidez? —en esos momentos quería ser como ella, si era sincera. Tener las agallas para incluso apuntarle con una jodida arma como ella lo había hecho. Yo no era ni la mitad de feroz y certera que era Venus—. El asunto aquí es, que no te lo he preguntado.

Alejé mi rostro, evitando cercanía.

—Quiero a esa niña muerta.

Abrí mis ojos más de la cuenta.

—¿Qué?

Mantuvo su vista a las calles, vigilando algún movimiento extraño. Que estuviera allí en mi departamento era arriesgado, pero estar en otro lugar, era peor. Yo podría manipular las bocas dentro de este apartamento, nadie hablaría.

—Tu padre la quiere lo más pronto posible fuera del radar. ¿Esa amiguita que ella tiene? Deshazte de ella.

Me quedé perpleja.

—¿Me está hablando de Dania?

Él asintió desenfada mente.

—La razón por la que no ha matado a Venus es porque sabe que se enfrentaría a un gran problema luego, no solo con Aiden, sino con los que le son fieles a ella. ¿Qué le hace pensar que mi hermano y Dennise no darían con usted y lo mandarían a cazar antes de que se diera cuenta? Matar a Dania es imposible.

—Matar a Venus es un asunto aparte —rechistó y negué con el ceño fruncido.

—Mi hermano, a diferencia de Aiden, no le importa embarrarse con tal de obtener lo que quiere. Usted no quiere esos problemas, créame. Además, Aiden le ayudaría, sabe como son los dos.

—¿Es que no he sido lo suficientemente claro? —le restó importancia y callé abruptamente.

Silencio.

—¿Y cómo pretende que la mate yo? —rechisté con enfado—. Pídaselo a uno de sus hombres.

—Tú puedes acercarte a ella sin levantar sospechas —casi me le rio en la cara.

—Yo... —abrí la boca y volví a cerrarla—. No puedo.

Me daba la espalda ahora mismo, como si lo que dijera no tuviera importancia.

—Es ella o tú, decide.

—Ya decidí eso tiempo atrás —arrastré las palabras.

—Pues ya sabemos a quién elegirás.

El odio que le tenía a ese hombre, no me dejaba manera de respirar.

—Una vez me elegí a mí por encima de mi propio hermano, no haré eso otra vez —me negué.

Él giró solo un poco un rostro, sin reparar mucho en mí.

—Aiden solo, es un peligro. Con ella, Venus y Logan siguiendo el rastro, las cosas no han estado muy fáciles que digamos —ni siquiera se detuvo a reparar en lo que le había dicho—. La amiga estará fuera del mapa, y tú te encargarás de ello. Ni a tu padre ni a mí nos conviene que respire.

"Pues se encargan ustedes solos" quise decir. Tenía las palabras en la punta de la lengua, pero otro pensamiento intrusivo me embargó.

No eres suficiente. No pudiste. No eres Venus.

Me desinflé como un globo al contacto con una aguja.

No me quedó más que aceptar, aún sin saber cómo iba a hacer eso posible. Yo no era una asesina, pero debía quitármelo de encima, ganar tiempo, pensar.

VENUS

—No sé qué le ves a fumar —miré asqueada el cigarro.

Él alzó la ceja, y sacó el encendedor. Puso los dos objetos entre nosotros, con el cigarro en dirección hacia mí, invitándome a probarlo.

—No lo haré —dije de manera sencilla.

—Solo una calada —insistió y me negué—. ¿Por qué no quieres?

—No vale la pena.

—No te morirás por darle una probada.

Lo miré por bastante tiempo, sin dejar de observarlo con gran peso.

—No sé hacerlo —fruncí el ceño.

Él se llevó lentamente el cigarro a los labios y en un gesto tan simple, inhaló y exhaló, sin despegar sus ojos sobre mí. Maldita sea hasta haciendo esa mierda se veía jodidamente caliente.

Lo volvió a extender, acercándose aún más a mí, expectante. Acerqué mis labios hacia el cigarro dudosa, y miré sus labios.

—Ahora inhala lentamente, hasta agarrarlo. No te aceleres —susurró contra mis labios. Parecía provocarle cierto placer el verme intentándolo. Hice tal y como me lo dictó. Mantuve el humo dentro, y sentí que me picaba el interior del cuerpo de una manera desagradable.

Me besó sin darme tiempo a pensar, y por instinto, recogió el humo que antes había estado en mí, a su boca.

Empecé a toser levemente, sin hallarle gracia.

Cogió mi barbilla entre sus dedos, con un brillo devorador en sus ojos.

—No sabes lo excitante que es verte haciendo eso —dijo con la voz ronca.

Le sonreí, entonces.

Me haló hacia él, pegándome lo suficiente para que nuestros pechos se unieran, apretándose uno con el otro.

Recogí aire, embobada por todo el día que habíamos tenido.

Acaricié su cabello y luego, hice que me viera.

—Tengo que irme a casa, mi madre debe estar preocupada.

Ladeó el rostro, con diversión.

—Ah, pero las niñas de casas todavía existen.

—No importa cuanto uno crezca, para los ojos de los padres siempre serás un niño o una niña —me burlé de mí misma.

Me alejé de él a regañadientes, sintiendo el frío apegarse a mi piel, horrible. Tenía ganas de quedarme en aquella cama, tan cómoda con él como lo había estado.

Él se veía tranquilo allí en la cama, devorándome con la vista, y le sonreí, mientras me vestía. Su cuerpo trabajado en conjunto con la tinta esparcida por su cuerpo, me dejaba como una colegiala enamoradiza.

Una vez me metí en mi ropa, sentí su mano repasar mi trasero y me giré.

Su sonrisa maliciosa estaba amenazando con quitarme la cordura.

—Te llevo, deja y me pongo una camisa.

Nicolas no tardó para buscar algo con lo que terminara de vestirse, y yo, no es que tuviera prisa de largarme.

Nos montamos en su motocicleta y me agarré a él como si mi vida dependiera de ello. Manejaba como si alguien estuviera buscándonos y nosotros fuéramos unos fugitivos. Casi casi habíamos chocado con un carro que no respetaba las señales de tránsito. El chico frente a mí se desplazaba por las calles como todo un profesional. Yo me sentía extraña en una de estas máquinas, pues no estaba acostumbrada. Me sentía desprotegida.

Una sonrisa me delataba en mi rostro. cerraba los ojos, sintiendo el aire estamparse contra mí y disfruté aquella sensación.

Cuando llegamos a mi casa, me despedí de él como si fuéramos viejos amigos, no más. Nuestras miradas se hablaban en códigos que solo él y yo entendíamos.

Me guiñó el ojo, y arrancó, yéndose sin más.

No miré atrás, seguí hacia la entrada. Ya estaba oscureciendo, mi madre me iba a dar una que otra queja. Estuve preparándome mentalmente para ello, pero una vez me adentré a la estancia, tan solo del olor que inundaba mi hogar, me lo dijo todo. Deseé fervientemente que hubiera sido ella la que se quedara esperándome.

Alcé la cabeza, ya al final del pasillo, con vista a la sala, y el corazón me dio un brinco al verlo sentado en medio del silencio.

¿Acaso...?

Miré alrededor, buscando respuestas, pero no las obtuve.

Sus ojos dieron conmigo y sentí aquella electricidad proponiéndose tirarme al medio para demostrar qué tanto me sorprendí su presencia.

Era como si tuviera mentiras guardadas. Era como si le debiera explicaciones de dónde carajos estaba y con quién. Se sentía tan extraño el tener secretos con él...

Apreté mis manos, conteniendo mis emociones. Era lo mejor que podía hacer en ese momento.

—¿Me esperabas? —le pregunté con la voz ronca y me aclaré la garganta. Malditos nervios.

Él me hizo un repaso por completo, y juro haber sentido aquel recorrido como una chispa correctiva o como si él hubiera halado de mí hacia él mediante algún lazo existente solo para nosotros.

La mirada que me dirigió estrujó mi corazón. Realmente me sentía como si hubiera hecho algo que no debía, como si... como si todavía fuéramos.

Tragué saliva y me enderecé, mostrando un frente tranquilo, desenfado.

Sus ojitos cafés viajaron al suelo y noté cómo apretó la quijada y disimuladamente, sus manos.

Di un paso más, y fue entonces, cuando vi todo y me quedé helada.

Aiden había preparado la mesa. Estaba repleta de comida y velas. Ahogué el dolor punzante, el revuelco en el estómago que procuraba destruir la poca sensatez que tenía en ese momento.

Me mordí el labio con fuerza y fue como estar fuera de lugar.

Había estado planeando una cena para los dos, ¿y yo...?

—No sabía que... —intenté defenderme, aplacar los pensamientos agobiantes que sé, nos estábamos enfrentando los dos, pero él me paró en seco.

Se levantó, arreglándose el traje, desenfadadamente, con la calma que lo caracterizaba.

—No tendrías por qué —dijo de forma cortante—. se supone que era sorpresa. Pensé que llegarías más temprano —movía sus dedos y volvía a apretar el puño. El único signo de disgusto que lograba reflejar, luego, su rostro era toda tranquilidad.

Abrí la boca y volví a cerrarla.

Él sabía que yo estaría en el centro ayer y no tenía una hora de llegada estipulada, así que decidió hacerlo hoy, pensando que había dormido aquí. Supongo que pensó que hoy volvería a casa con tiempo, pero no... todo fue al revés. La realidad era bastante lejana a como él lo había planeado.

Ladeé el rostro y respiré hondo.

—No sabía que hoy irías al centro —esa pregunta era de doble filo. Apostaba todo a que Aiden solo estaba jugando a que dijera lo que él, ya sabía, que terminara de confirmarlo. Por las miradas que me lanzaba, que eran como cuchillas, ya me dejaba en claro, que algo lo sacó de lugar, dándose cuenta que, en realidad, yo no venía del centro.

Dudé una eternidad en responder.

Él asintió vagamente y yo bajé la cabeza. Sabía que mi cara era un poema, y no quería permitirle ver cuánto me afectaba.

Educadamente, se fue caminando con las manos en los bolsillos, sin perder ese aura de grandeza, sin perder su esencia. Su sola presencia se hacía sentir, se hacía notar, aunque esta sala estuviera repleta de personar, él siempre destacaba.

—Venus... —dijo, con la voz distorsionada por las emociones, obligándolas a no salir a flote.

—¿Sí? —me preocupé por su tono.

Ni siquiera se dignó a girarse hacia mí para decir:

—Antes que tu madre te vea mañana, asegúrate de maquillar esos chupones en el cuello. No quisiera tener que escucharla culpándome a mí por ello —sin más, se alejó, dirigiéndose hacia la habitación designada para él.

Mi corazón dejó de latir. Mis piernas flaquearon y se me fue el aire por unos momentos. Me topé el cuello con la mano, como si acaso así palpara esas señales dejadas por Nicolas en mi cuerpo. La rabia brotó arduamente en mí, porque sabía, maldición, yo sabía que lo había hecho apropósito.

Barrí mi cabello con mis manos, y traté de calmarme. No me había movido ni un paso. Mis pies parecían haberse quedado pegados con cemento al suelo.

Sabía que tenía la libertad de hacer y deshacer, pero es que no me daba el alma para ser tan obvia delante de las narices de Aiden. Se me era imposible saber que lo estaba dañando y seguir como si nada.

No me sentía culpable por hacer algo que quería, solo sentía ese peso agobiante de que, le había herido, lo había lastimado. Sin duda, prefería mil veces ser dañada, a yo saber, con plena conciencia, que había herido a alguien que amaba.

Mis hombros se derrumbaron en medio del silencio y me sentí derrotada. Como si me hubiera pinchado con la misma aguja con la que cocía mi corazón.

Le di donde más dolía, y me dolió más a mí.

***

Cada vez los capítulos son más largos, pero es que no me satisface cuando veo el total de palabras que normalmente me tomo el tiempo de escribir. Diganme si quieren que le acorte a los cap, para que no se sienta tan pesado, me ayudarían con ello.

Pues bien, señores, estamos en una parte super importante de la historia. Muchos se preguntan con quién carajos se quedara nuestra Venus, y wao, las hipótesis también son interesantes, las razones. Si algo he querido demostrar con esta historia es que las mujeres somos independientes, no necesitamos a un hombre, eso es una decisión, no una necesidad. Dennise puede seguir su vida sin Aiden, que no lo quiera hacer es otro tema aparte. Con esto no quiero dejar dicho que ella quedaran solin solita, aunque quién sabe, todo puede pasar, hahahahahah.

Espero que hayan disfrutado de este cap, gracias por su amor incondicional a esta historia. Nos leemos pronto.

Pd: ¡escuchen esa canción!

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Entre caos y reglasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora