Desde el octavo piso podía ver con claridad la ciudad iluminada de Italia. La terraza era aquel espacio donde los recuerdos resurgían, donde vivía una y otra vez lo que fue, o al menos, eso fue hace unos meses; cuando apenas había llegado. Tardé tiempo en acostumbrarme allí. Pensaba que cuando volviera, sería de distinta manera: feliz, sonriente, con sus brazos enganchados en los mios, y una sonrisa traviesa trazando aquellos labios por los que maldecía una y otra vez a todo el que le agotara la paciencia.Me forcé a girar la vista, dándole la espalda a cualquier sentimiento por esa mujer, aquel dolor de cabeza.
Mi problema favorito.
Hacía meses que había dejado de pensar constantemente en ella. Solo era una espina ahí, que a veces me rozaba algo por dentro, apenas un movimiento que sentía en el pecho, algo normal.
Había recorrido las bellísimas calles de italia; contagiado de la música, de los sonidos.
Ella tenía razón, hasta el aire se sentía distinto allí.
Abril se mantenía firmemente a mi lado, en cada momento, en cada circunstancia. Había sido un consuelo cuando lo había necesitado, y un amor eterno y constante. Aprecié cada segundo que me regalaba, el tiempo; porque eso era lo único que no se compraba, no volvía y allí estaba ella.
Pensaba al principio de todo esto, de este viaje a su lado, que iba a ser un malgaste de tiempo. Que no la iba saber apreciar, pero lo hice.
Ella es una mujer encantadora. Era una amiga, a veces se comportaba como una madre, e incluso, una buena compañera, de esas con las que cruzas miradas de vez en cuando y terminas en una cama quitandote las vendas y los miedos.
Me descubrí allí, con ella acurrucada en la silla blanca —esas que tanto quiso tener, y al final, había comprado — tenía una sábana gris encima, el pelo en una coleta alta y un pijama rosado de esos de encajes que le encantaba ponerse y más luego de...
El celular sonó en la mesita de cristal del centro.
Vi la hora en mi reloj, afirmando que no me equivocara de hora. Era de madrugada.
Me levanté a tomarlo por ella. El número era desconocido.
Dudé de responder, así que no lo hice. Me quedé viendo la pantalla hasta que dejó de sonar y decidí que mañana le diría, pero volvió a sonar.
Fruncí el ceño ligeramente. Observé que Abril siguiera durmiendo y no tuve más remedio que responder, en casi un susurro.
—¿Aiden? ¿Mi vida, eres tú? —me quedé congelado, escuchando a la madre de Dennise al otro lado de la línea.
Había cambiado de número. Debía de ser muy importante para que llamara a estas horas y a Abril.
—¿Cómo está? —respondí de manera suave, en parte agradecido de escuchar una voz familiar, pero todo pasó a segundo plano, cuando empezaron las preguntas.
Me levanté rápidamente, por inercia.
—¿Qué ha pasado? —evité hablar alto.
—Ay, mi amor, de verdad disculpa que te llame a estas horas, pero es que ya estoy desesperada, no sé que hacer —su voz se quebró y sentí que se fue la respiración.
—¿Qué le pasó a Venus? —pregunté de inmediato. Sentí como el corazón empezó a latir desenfrenadamente, sin querer escuchar algo horroso. El miedo empezó a hacer que mis manos temblaran.
—Ella —se tragó un sollozo para seguir —ha estado meses en la cárcel, Aiden. Sé que no debo de llamarte, pero —soltó un quejido lastimero —es mi hija, no puedo ver como está allí sin nadie. No puedo. Y menos sabiendo que no tuvo tiempo para recomponerse.
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Entre caos y reglas
RomanceSEGUNDO LIBRO DE LA DUOLOGÍA "NUESTRO PEQUEÑO ACCIDENTE" Una chica con vagas esperanzas de salir de la cárcel, se vuelve a encontrar con un viejo amor. Aquel hombre entrajeado volverá a su vida de la misma manera en la que siempre lo había hecho: de...