Capítulo 56 (Se te juntó el ganado)

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AIDEN

Me empujó con enojo, sin medir su fuerza. Venus ni siquiera parecía frágil, pero tenía más fuerza incluso de lo que pensaban, de lo que ella misma creía tener.

Yo poseía un amor cegador y ella una rabia que la consumía.

—Nunca fuimos de hacernos promesas que no pensábamos cumplir, pero aquí, delante de ti, te prometeré algo que sin duda, se cumplirá: me vas a extrañar y te dolerá saber que fuiste tú el responsable de que yo me fuera. Luego me cuentas qué se siente saber que tuviste la culpa de dañar tu propio corazón.

Soltó con una ira cegadora y no pude evitar que sus palabras me apuñalaran, tocando una fibra sensible.

—Amor... —traté de alcanzarla, lo hice de verdad, pero el mundo se transformó en una noche turbia. La niebla se apoderó de nuestro alrededor y la perdí de vista.

Giré buscando una señal, la busqué, y no la encontraba. Cuando por fin creí verla caminar, corrí tras ella y entonces...

Me la arrebataron en tan solo un abrir y cerrar los ojos.

Vi cómo ocurrió el accidente desde otro lado, y colapsó contra ella, que se había alejado de mí.

Volví a sentir como el miedo arrasó con mi ser, colocando una locura incalculable, alterándome y paralizando cada rincón de mi cuerpo. No había lugar que no doliera, el dolor estaba espercido por todo mi cuerpo, por dentro, por fuera...

Grité, destrozando mis cuerdas vocales. No me dieron los pulmones. La impotencia se apropiaba de mí y exploté como lo hace una persona cuando se le es arrebatada su vida entera.

Mis pies dejaron de funcionar, mi propio cerebro se paralizó y la sangre dejó de correr por mi sistema. Me estaba muriendo, estaba muriéndome de solo sentir cómo se le iba la vida frente a mí.

El auto en medio de la carretera empezaba a humear y todo estaba tan desolado, sin nadie que pudiera sacarla, sin nadie que estuviera allí realmente.

Grité su nombre, y lo sentí tan profundamente, que juraba sentir el alma irse por medio de mi voz.

No podría. Me asfixiaba el saber que tendría que vivir como un alma desolada sin ella. No, me negaba. Me negaba a siquiera plantearme la idea de vivir, y es que una vida sin ella, ¿acaso sería vida?

Sentí entonces que me llamaba, me susurraba al oído, y me paralicé. Luego una vez más, más alto y con más frenesí.

Sentí ahogarme con mis propios sentimientos que me nublaban el juicio y cogí aire como si estuviera ahogándome en un mar de oscuridad, de tristeza.

—Aiden, Aiden, amor, estoy aquí —su voz tan firme se escuchaba dócil, suave como terciopelo, dulce, demasiado dulce.

Palpeé sus manos alrededor de mi cuerpo, tratando de llevarme a su mundo, tratando de enfocar mi mirada en la suya, obligándome a darle la cara.

Su pelo negro, corto... sus ojos azules, su piel clara como porcelana, sus rasgos tan adornados de vida y de todo lo que amaba...

Tragué seco. Mi garganta dolía y mis manos estaban temblando. Mi respiración era forzosa. Apenas sí podía escucharle, pidiéndome calmarme mientras me miraba con angustia.

Tomó mi rostro entre sus manos y me analizó.

Estaba allí, ella estaba allí. La palpeé, por Dios, podía palparla.

Las lágrimas estaban inundando mis ojos y parpadeé varias veces, maldiciendo a mis adentros el que no me permitieran verla otra vez.

—Fue una pesadilla, solo una pesadilla —me susurró, acariciándome el rostro con su pulgar y me permití respirar como era debido.

Entre caos y reglasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora