EPÍLOGO

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MUCHOS AÑOS DESPUÉS

AIDEN

El aire arropaba mi cuerpo, envolviéndome con furia; era como si el mismísimo mundo rugiera una canción ante su ausencia. Mis piernas aún se desestabilizaban cuando pisaba este lugar. El sol estaba en su máximo esplendor, calentando mi cuerpo como una suave caricia, y si cerraba los ojos, me atrevía a decir que podía escucharla.

Me agaché, recogiendo fuerzas, sosteniéndome de todo el amor que quedó, de todo los momentos grabados.

Respiré hondo, tomándome mi tiempo, tratando de escoger palabras certeras. Podía escucharme, lo sabía.

Miré alrededor, y era como si viera el mundo siguiendo su curso, pero algo se sentía erróneo, vacío.

Apreté las manos y dejé las flores, sus favoritas.
Su tumba siempre tenía flores, nunca estaba vacía.

Miré su nombre en la lápida y sonreí melancólicamente con un peso en el pecho.

—Fuiste la mejor hija, la mejor madre, mejor amiga, te convertiste incluso en la mejor hermana de personas que nunca tuvieron la dicha de tener una de su lado.

Venir aquí cada año era parte de mi vida, pero que lo haya hecho antes no significa que no fuera difícil aún.

Me relamí los labios, sintiendo de pronto la garganta seca. Tenía el corazón en la mano.

—Fuiste la mejor esposa, confidente, tía y el delirio de muchos —casi me rio con lo último—. Lo fuiste todo, y lo sabías. Tenías un don para atar a las personas a ti con esa sonrisa tan salvaje y esa alma de conquistadora, arrasabas con todo. Aún escucho la canción de nosotros, sigue sonando cada vez que nos recuerdo en esa sala.

Leí el nombre en la lápida otra vez, sin poder evitar que se me encogiera cada hueso, y sentir los pálpitos desenfrenados que parecía querer sacarme hasta el alma.

"VENUS DENNISE DE ALVARADO"

Tenía un nudo en la garganta que no me permitía siquiera hablarle como debía.

—Hiciste un gran trabajo con Damien y Zoe, tuviste tanto miedo, y fuiste la mejor madre que pude tener para mis hijos.

Empecé a recordar como una pelicula en retroceso. Los momentos destellaban uno encima de otro con rapidez y supe que fui totalmente feliz. Anhelaba volver a oler su perfume, escuchar sus quejas, su risa, hasta verla correr.

—Lo mejor de todo es que me puedo ir feliz sabiendo que viviste cada minuto como si fuera el último, que siempre fuiste tú, no importaba quién te tambaleara.

Acaricié la lápida como si fuera a sentir mi tacto. Juré no volver a caer destrozado allí, a sabiendas de que lo que menos querría ella es que lloraran por cosas que son inevitables.

Mis manos temblaban, quizás por la edad, o quizás por el tener que soportar lo que nunca pensé soportar. Me había anclado a los recuerdos con ella, a la vida preciosa que tuvimos, y a la fuerza que me dan los hijos que me dio.

Una llamada me entró, y aunque quise ignorarla, seguía con insistencia, así que descolgué, pero no tuve la fuerza para dirigir palaba alguna.

—¿Estás allí? —escuché.

Temblé, mi alma tembló.

Tragué saliva.

—Hoy es su cumpleaños —le recordé.

Habían muchas razones por las que venía a visitarla, cuando estaba muy mal, o muy feliz y quería comentarle cómo iba todo desde que partió.   Cuando me sentía apunto de morir, llorando como un niño implorando que me llevara con ella. Quería seguirla, pero parecía reprocharme mentalmente. Iba a cumplir la promesa de seguirla en cualquier vida, y por más viejo que esté, no lo voy a olvidar.

Entre caos y reglasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora