Me dirigí a la habitación donde normalmente Thiago y Esteban dormían cuando se quedaban en mi casa en aquellos tiempos.
Sentí una presión a cada paso que daba, como un fuego abrazador derretirme a cada segundo, ardiéndome sin darme respiro, a sabiendas de que compartiriamos el mismo espacio.
¿Qué esperaba? Nada bueno.
Me quedé paralizada antes de entrar y suspiré con cansancio. Cuando abrí la puerta, allí estaba él, de espaldas hacia mí.
Su espalda se veía llena de heridas que continuaban sanándose cada día. Los músculos de se comprimían por cada movimiento que hacía, buscando no se qué, ya que no lograba ver.
La contextura de su cuerpo no era como antes, pero no dejaba de verse arropado por una sábana de frialdad y altitud ensombrecida.
Di un paso más, adentrándome y cerrando la puerta delicadamente a mi paso y sus músculos se tensaron abruptamente.
Él sabía que la única persona en la casa era yo.
Tragué fuerte, aunque quise esconder todo mi nerviosismo y otros sentimientos descontrolados que desbordaba en cada respiración, para no darle motivos de hacerme sentir peor.
Mostrar debilidad, no estaba en mi vocabulario, y menos en el de él. Podía estar completamente herido, pero eso no le quitaba ese aire de dureza y suficiencia.
No dijo nada, se dignó a seguir con lo que hacía, hasta que noté cómo sacaba un T-shirt rojo vino. Era bastante raro verlo sin color negro.
Su cabello estaba mojado, y gotas le caian en sus hombros. Tenía la cabeza agachada.
Se puso la prenda lo más lento que pudo para que no le doliera y me abstuve de ayudarlo, ya que no era prudente, no ahora mismo.
Me quedé paralizada, mirándolo desde donde estaba, sumida en un silencio que me daba las fuerzas necesarias.
Cuando se giró hacia mí, con esa mirada fria desbordando frialdad e indiferencia, quedé pendida de un hilo. Fue como darle cara a un pasado que sostenía los buenos recuerdos en el borde, amenazando en convertirse tristes momentos.
Alzó el mentón con arrogancia y se quedó escudriñándome bajo esa mirada de ojos grises.
—Puedo oler tu miedo desde aquí —su voz sonaba casual, pero bajo eso, podía identificar un destello como el filo de un cuchillo.
Adopté su posición desenfadada y llena de arrogancia a la vez. No le permití verme más pequeña que él.
—Los sentidos al parecer te están fallando. Quizás hasta sea el tuyo —aproveché para analizarlo de pies a cabeza. Su rostro seguía magullado, pero persistía esa belleza natural y glacial que ocupaba desde que nos conociamos.
Las palabras estaban quedadas en el aire, las que no nos atreviamos a pronunciar. Todavía.
Alzó la ceja y se recostó con suavidad de la mesita que descansaba al lado de la cama. Contenía mis libros encima, y a decir verdad, la habitación estaba llena de ellos.
—¿Qué quieres, Dennise? —era la primera vez que pronunciaba mi nombre después de todo este tiempo y se me hizo un nudo en el estómago. Su voz sonó cautelosa. Estaba mejor que antes, pero Thiago era Thiago, no dejaba de portar esa característica forma de ser tan directo y callado, sigilozo y depredador.
Me encogí de hombros, como el que no quiere la cosa.
—Vengo a hablar con un viejo amigo —quise tantear a mi suerte diciendo aquello. Juré jaber visto una chispa de ira e incredulidad surcar sus hermosos ojos.
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Entre caos y reglas
RomanceSEGUNDO LIBRO DE LA DUOLOGÍA "NUESTRO PEQUEÑO ACCIDENTE" Una chica con vagas esperanzas de salir de la cárcel, se vuelve a encontrar con un viejo amor. Aquel hombre entrajeado volverá a su vida de la misma manera en la que siempre lo había hecho: de...