AIDEN
Podía empezar recordando cómo habíamos llegado a esto o podría simplemente rehusarme a encontrar algún lazo que nos uniera a mí y a mi padre.
Había conseguido que accediera a encontrarse conmigo, tal y como pensé que lo haría, pero no por las buenas.
—¿Dónde diablos estás? —había dicho mi padre, pensando que era uno de sus hombres.
El pecho se me estrujó con tanto salvajismo, que me hirió, parecía que mis huesos se partían.
—Seré breve, Marcos... —Marcos, no padre, no aquella figura que había admirado cuando niño, pensando que era un ser grandísimo, que entendía cómo se manejaba el mundo. La verdad es que uno veía lo que quería ver—. Tú y yo nos juntaremos en el mismo lugar donde la mayoría de tus hombres murieron hace pocos días.
El silencio se prolongó por tanto tiempo, que la tensión era increíblemente atroz.
Dania mantenía la mirada sobre mí con crudeza. La rabia la consumía. Los chicos a cada lado suyo se mantenían ilegibles, con una promesa en sus rostros.
—No puedes pensar que en medio de todo esto, voy a hacerte caso. Eres mi hijo, pero eso no quiere decir nada.
Apreté el celular.
—Sé que eso no significa nada —le di la razón—. Pero supongo que tu amante sí pesará más. Al fin y al cabo, tu debilidad son las mujeres.
Escuché un golpe al otro lado de la linea.
—¿Crees que te voy a creer que la tienes?
—No sé, ¿apostamos? —la aspereza en mi voz fue palpable.
—Vamos, eres mi hijo, te conozco, Aiden. Tú no haces estas cosas —una nota de alivio pareció domarlo, como si quisiera engañarse a él mismo.
Tomé una bocanada de control. Hablar con el hombre que tanto daño me había hecho me estaba costando más de lo que podría admitir.
—Eres un buen hombre, no te metas en estas cosas —insistió.
—Que ironía que lo digas. ¿Sabes en qué nos podríamos parecer tú y yo, Marcos? —miré por la ventana del lugar hacia la lejanía, pensando en los gritos de Venus, en lo que le estarían haciendo, en el desasosiego—. Que los dos haríamos lo que fuera por las mujeres que amamos.
Las palabras recayeron como un balde de agua fría. Sentí las miradas de las tres figuras detrás de mí. Todo dependía de que yo me asegurara de hacer ese trato con él, obligarlo a llegar.
—Luego recuerdo que tú nunca has amado de verdad, entonces, no. Gracias a Dios, no tengo nada tuyo, más que tu sangre, que no vale nada. Por lo tanto, no te debo nada. ¿Si entiendes lo que digo?
Claro que debía de entender, la amenaza estaba puesta sobre la mesa. Miré mi reloj y noté que nos quedaba poco tiempo, muy poco.
—No te creo —gruñó con rudeza.
Me giré, dándole la cara a los chicos.
—El trato es simple: nos reuniremos dentro de cinco horas en el lugar, si no estás, ella pagará por tus acciones, si tratas de pasarte de listo, ella pagará por tus acciones, si se te ocurre poner en peligro a alguien más con tal de soltarla, ella pagará por tus acciones. Y solo por si no te enteraste, antes de que fueramos por ella, nos ha suplicado por su vida; por la suya y por la que viene en camino. Enhorabuena, volverás a ser un mal padre de nuevo.
Puedo jurar haberle escuchar tragar, supe entonces que ya estaba hecho.
—Aiden, escúchame con atención...
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Entre caos y reglas
RomanceSEGUNDO LIBRO DE LA DUOLOGÍA "NUESTRO PEQUEÑO ACCIDENTE" Una chica con vagas esperanzas de salir de la cárcel, se vuelve a encontrar con un viejo amor. Aquel hombre entrajeado volverá a su vida de la misma manera en la que siempre lo había hecho: de...