Capítulo 49 (El amor, a veces, no es suficiente)

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—Amo tus cicatrices —susurró contra mi hombro, depositando suaves besos con leves caricias.

Suspiré, perdiéndome en él.

—No es gracioso, me lastimé fuerte —me quejé.

Noté su respiración contra mi cuello, y luego, paró.

—Déjame ver —se preocupó.

Había tenido un accidente dentro del auto que él me había dado de cumpleaños. Lo había estropeado todo por completo.

Tocó mi hombro como lo haría un experto, que sabía lo que hacía. Allí fue mi herida más grave, y él, era el que siempre las curaba, pues me negaba a tener que ir a que me revisara una persona desconocida e hiciera preguntas que no tenía intención de responder.

—¿Te duele si lo muevo así? —movió mi hombro despacio y espeté un gruñido poco femenino.

—Maldita sea, sí, me duele —rechisté

Lo vi suspirar y verme con detenimiento.

—Necesitamos ver qué tan grave es. Por favor, deja que te lleve al...

—Ya sabes mi respuesta —formulé sin medir mi tono.

Suavicé mis gestos y suspiré.

No pasó desapercibido su rostro en señal de desaprobación.

—Buscaré hielo —informó, pero antes de irse, empezó a quitarme la ropa con suma lentitud, sin querer topar ninguna parte que doliera.

Sonreí en silencio cuando se acercó lo suficiente para quitarme la blusa.

—Sabes que... me duele aquí también —me quejé, señalándole el cuello lanzando un gesto adolorido.

Él me revisó, creyéndose mis palabras.

Tomó mi cuello entre sus manos, y empezó a ayudarme con ligeros movimientos en ese lugar.

—Ahora, más abajo —le pedí e hizo caso —más... —seguí, y seguí...

Sus ojos viajaron hacia mí con la ceja alzada, llena de una ironía maquillada.

—Al parecer te duele en todo el cuerpo, debería hacer una revisión más exhaustiva —dictó y me acarició la clavícula, y siguió viajando, descendiendo.

Sostuve el aire y asentí.

Puso sus dos manos sobre la cama, acorralándome mientras continuaba sentada en la orilla.

Acarició mi nariz con la suya, como siempre hacía y sonrió.

—Pero no hasta que nos aseguremos que todo está bien en ese lindo cuerpo de muñeca que traes —su tono lo dijo todo para mí: no aceptaba un no.

Fruncí el ceño.

—¿Me estás chantajeando? —formulé una O con mis labios, sin emitir sonido alguno, ofendida.

Él se rio, y me perdí por un segundo en esos labios, que me exigían probarlos...

Bajó su mano con una lentitud demasiado exasperante para mí. Cerré los ojos, intentando sentir en su totalidad cómo me tocaba, haciendo un recorrido tortuoso por todo mi cuerpo, sin durar ni un minuto en una sola zona de mi cuerpo.

Se acercó a mi cuello y depositó pequeños besos, tan suaves, y tan deliciosos que no pude reprimir un gemido por lo bajo, apenas audible.

Me removí, buscando más de él, acercándome, pero me paró en seco, apartándose.

—O vamos a chequearte al hospital, o te quedas hasta nuevo aviso sin boleto al cielo.

Gruñí con molestia.

—Con eso no se juega —refuté y lo miré como si fuera un enemigo.

Acarició mi cabello, peinándome rápidamente.

—¿Y quién dijo que estaba jugando? —me besó la frente y desapareció para ir a vestirse y de paso, sacar lo que llevaría yo puesto.


VENUS


Me había vestido con tanta rapidez como me fue posible. Mi madre estaba en la cocina, me había levantado al ver que se me pasó la hora. Hoy tendría que ir con las chicas y debía llevar un bulto con ropa para quedarme a dormir con ellas. Lo íbamos a coger como una despedida de solteras, si se le podría llamar así.

Cogí el bulto colgando en mi brazo, mientras bajaba las escaleras corriendo, recogiéndome el cabello en un moño alto, para nada decente.

En cuanto bajé el olor a comida rellenó mis fosas nasales y suspiré.

—No tengo mucho tiempo —me fui acercando, y luego, cuando alcé la mirada, vi a Aiden en una de las sillas altas frente a la isla.

Me quedé perpleja y ralenticé mis movimientos.

—Bien, come un poco, o llévate la comida si quieres, amor —respondió mi madre, dejando un plato al lado de Aiden, que obviamente era para mí.

Tragué saliva.

Aiden estaba leyendo el periódico, como si nada hubiera pasado. No se dignó a mirarme, como si no fuera merecedora de ello.

Había hecho lo que me advirtió ayer, me maquillé las señales que me había dejado Nicolás la noche anterior. Aún sentía un pequeño punzón en el pecho al verlo y saber que él estaba consiente de lo que pasó.

Respiré hondo disimuladamente y me fui acercando, hasta llegar al asiento de al lado.

Mi madre se giró a verme y me plantó un beso en la frente.

—¿Te irás a trabajar hoy? —empecé por decir y ella asintió, frotándose las manos con un paño —¿estás segura de que no necesitas ayuda? Ya no estoy en la universidad puedo...

—Mi amor, estoy bien —me sonrió apenas.

Me quedé más tiempo del que era prudente, observándola. Mi corazón se encogió, pues sabía que no era así.

—Cariño, ¿quieres algo más de café? —preguntó mientras yo le daba una mordida a la tostada. Pensando que me hablaba a mí, le respondí:

—No —y la voz de Aiden y la mía salió al unísono.

Mastiqué con lentitud y tragué forzosamente.

Un silencio se instaló en la cocina, y mi madre lo sintió como un filo de un cuchillo.

Intentó disimular su desconcierto.

¿Qué hacía Aiden allí? ni idea. Sabía que había dormido aquí, pero ya era tarde para llegar a su trabajo.

—Pensé que habían pasado unos buenos días —resaltó mi madre y me erguí.

¿Qué?

Abrí la boca con tal de contestar, pero él se adelantó.

—Sí, habíamos estado juntos, pero Dennise tuvo que hacerse cargo de cosas del centro —pasó la hoja del periódico y me quedé frisada. Parecía una idiota.

¿Le había dicho a mi madre que había estado con él cuando en verdad estaba con Nicolás?

Señor dame fuerzas...

Me llené la boca con tostada para darme tiempo a pensar. La coherencia no estaba llegando hacia mí.

Sentí el peso de la mirada de mi madre y evité mirarla, sabiendo que me estaba exigiendo una respuesta.

Maldita sea.

Carraspeé, incómoda. Alcé el mentón y le sonreí dulcemente.

—Sí, tenía cosas que hacer. Un amigo me necesitaba.

Me quedé sorprendida en cuanto Aiden se rio agriamente y trató de disimularlo, ubicando el periódico más cerca de su rostro.

Lo martillé con la mirada.

Mami se recostó de la isla, cerca de nosotros, del otro lado.

—¿A qué amigo?

Me lleva quien me trajo.

—Un nuevo amigo del centro, mami —le fui sincera.

Ella alzo la ceja, mirándome suspicaz.

—Deja de estar jodiendo con tantos chicos, y menos con los de ese lugar —había cierta molestia en su tono de voz. Miró a Aiden como si estuviera reprendiéndole algo—. ¿Y tú? Pensé que ibas a cuidarla.

Él se tensó y bajó el periódico para mirarla fijamente, con confusión.

Parecíamos dos niños siendo regañados.

—No puedo cuidar a quien insiste en hacer lo que le de la gana —refutó con calma, lanzándome la indirecta muy directa.

Respiré hondo, tratando de no responderle de una mala manera.

—Yo no necesito que me cuiden, corrección —rechisté entre dientes—. Me fui con un amigo, no esperaba que te molestara —le dije a mi madre.

—No necesitas un niño que siga complicándote aún más la vida —soltó él, sorpresivamente. Me quedé observándolo pensando en qué tan malo sería si le asestara una abofeteada.

—¿Y a ti sí? —me reí agriamente —como si estar contigo no me ha provocado peores problemas, cariño.

—No ninguno con probabilidad de que vuelvas a esa cárcel de muerte —soltó con seriedad—. no ninguno con el que tengas que pensarte bien las cosas dos veces por estar arriesgando tu vida. Lo estás empezando a ver como un apoyo, pero no es así. Que él te apoye todas tus decisiones extremas, no quiere decir que realmente le importes.

Carraspeé incómoda ya por donde iba la conversación. Mi madre continuaba mirándonos como un juego de pimpón. Él había hablado delante de ella, bueno, yo también lo iba a hacer.

—No sabía que debía preguntarte a quién querer.

Formó una línea con sus labios. Su mirada me provocó estragos.

—¿Crees que tu felicidad es un juego para mí?

—No sé lo que signifique mi felicidad para ti, pero te aseguro que ya ese no es tu problema —le sonreí con ironía.

Aiden respiró tan hondo, que creí que iba a agotar el aire existente en el espacio.

—Si acaso te preocupa un poco, déjame ser feliz a mi manera —tragué seco.

Él alzó la mirada aún con la cabeza gacha. Me miraba con tanta fiereza que quemaba mis huesos.

—Perdón, pero esta vez escojo no ser tan caballeroso —alzó la cabeza para añadir—: sé que pueden hacerte feliz, pero seré lo suficientemente egoísta, porque sé que solo yo te puedo amar como tú te mereces.

El hueco en mi pecho se hizo más profundo al escucharlo. ¿Enserio me estaba diciendo aquello?

Me acerqué hacia él con lentitud, atravesando el silencio que nos envolvía y la intensidad de cada mirar y respiración que tomábamos.

Estuve a centímetros de él, casi podía sentir su calor corporal.

—Te deseo suerte —conecté mi mirada, consumiéndolo —porque la vas a necesitar.

Me giré con la intención de alejarme de él, de volver a la realidad, de cortar las cosas, pero entonces, escuché su voz por encima del silencio:

—Nicolas solo te ha mostrado lo que tu quieres ver, por eso crees que es lo mejor que tienes ahora —el peso de las palabras se asentó y cerré las manos hasta convertirlas puños.

—¿Y tú que mierda le conoces? —dije apretando los dientes.

—Lo mismo que tú, al parecer: nada —soltó finalmente, y se levantó con total elegancia y tranquilidad. Se acercó a mí, pero me sobrepasó, abriendo la puerta. Antes de salir, me repasó una última vez, petrificándome con sus ojos. Alcé el mentón con una mirada fría y se fue.

Se fue.

Tiré mi bulto al suelo con fuerza por el coraje.

—¡Maldito idiota!

Mi madre se había quedado callada, muy cómoda viéndome.

—Más vale que arreglen esto —alzó la ceja con ironía y se le escapó una sonrisa pequeña, delatándola.

—Estás disfrutando esto, ¿no?

Ella suspiró.

—Extraño lo duro de la juventud —se mostró nostálgica y me observó con más detenimiento—. No le hagas pasar otra vez esto, Amor.

—¿Te recuerdo que él me dejó por Abril, ma'? —hice gestos desesperados con mis brazos. ¿Cómo podía estar de su lado?

Caminó lentamente hacia mí y me acarició los brazos.

—¿Y acaso tú no buscaste felicidad en Thiago, también?

La miré como si hubiera perdido la cabeza.

—Yo no tenía memoria, no me puedes estar hablando enserio.

—No estoy diciendo que lo que pasó en ese lapso de tiempo sea tu culpa. Pero tienes que entender, que así como tú no tuviste la culpa, no le puedes culpar a él por querer un respiro, luego de sostener lo que había quedado, aún cuando había pocas posibilidades. Fue un desgaste mutuo, ninguno tiene la culpa.

Tragué, reprimiendo los sentimienros asfixiantes.

—Él la eligió por encima de mí —dije, reafirmando mi posición—. Lo hizo en su sano juicio, me dejó, ¿cómo le llamas a eso?

Ella me sonrió con calidez y me abrazó, acariciando mi cabello. Me envolví en aquel gesto, sintiendo que lo necesitaba.

—¿Es así? ¿Realmente la eligió? Si lo hubiera hecho, no hubiera vuelto por ti.

Apreté mis brazos contra su cuerpo.

—Si en verdad me hubiera querido, nunca se hubiera ido, en primer lugar.

Ella respiró hondo.

—Estás condenándolo, quizás, por la única cosa que ha hecho mal, amor. Él te ha perdonado más veces de las que puedes contar, y no te lo ha echado en cara nunca, ¿o me equivoco?

Se separó de mí, para mirarme.

—¿Por qué lo defiendes tanto? —fue lo único que pude decir, sin querer responder a lo que había dicho.

Ella cogió un mechón de mi cabello y lo enredó entre su dedo con cariño.

—No sabría dejarte en mejores manos que en las que te han sostenido tanto tiempo con el mismo cariño y devoción con la que tu padre me había sostenido a mí —la nostalgia se hizo palpable en su voz, y me quebró.

AIDEN

Había llegado tarde. Tarde y de mal humor. Enserio me seguía preguntando si valía la pena estar todo el tiempo pendiente a sus pasos, solo para salir peor.

Suspiré pesadamente, con la vista hacia el techo. Bruno continuaba hablándome de la boda que se realizaría mañana y de la fiesta de empleados a la que no podría asistir. era la primera fiesta en la que no estaríamos juntos, eso no ayudaba.

Se le veía emocionado y aterrorizado al mismo tiempo, no es como que uno se case todos los días.

En un momento, supo que mis ánimos no estaban tan bien como los suyos, aunque había intentado para no hacerle pasar un mal rato.

—¿Y qué vas a hacer? —me preguntó cuando le expliqué lo que había pasado con ella.

—Esperar —solté aire.

—¿Y esperar qué?

Jugué con el lapicero en mi mano, pensando en cómo sería tener el control de todo de esa misma forma.

—Esperar que llegue su tiempo. Entendí que, las personas no cambian, se estabilizan o se dan cuenta de lo que quieren cuando tu quieras, sino, cuando sea su tiempo. El tiempo siempre estuvo en mi contra, solo me sentaré y la veré. Dejaré que vuelva, ella se sabe el camino a mí.

—Tienes mucha fe de que volverá.

—Lo que es mío, volverá a mí —dejé el lapicero a un lado y dirigí mi mirada hacia él —el tiempo es la única carta que tengo para utilizar.

—¿Y Nicolás?

Endurecí la mirada. Algo se revolvía en mí cuando escuchaba su nombre.

—Eso no durará.

Bruno volvió a reirse como si fuera un chiste.

—Ella está enamorada de lo que él le está mostrando, pero sabes qué pasa con eso, ¿querido amigo? —le sonreí con naturalidad, ya estudié cada situación, los pro y contra su actuaba de x manera—que uno siempre muestra lo que quiere que los demás vean.

—Y se mantendrá así hasta que él lo decida, ¿tú qué sabes cuando quiera enseñarse como es?

—Él no lo hará, Venus indagará. Es curiosa, querrá saber con quién se mete. Al él no darle respuestas, va a terminar obligándola a hacerlo.

Bruno dejó de mostrarse tan divertido.

—Pensaste en todo por lo que veo.

Miré el ventanal que mostraba los altos edificios que nos rodeaban. La ciudad parecía tan tranquila, y yo con un huracán de sentimientos que amenazaban con tumbarle hasta que me ahogara.

—¿Por qué piensas tan mal de él? No es como que no nos hemos topado con chicos iguales.

—Algo muy malo tiene que tener si está con ese grupo de chicos, que si me lo preguntas, ya los investigué. Tienen historial —le dirigí una mirada analítica—. Uno muy interesante. Cada uno parece tener algún tipo de especialidad en delitos. Ellos no son como Thiago o Esteban, menos como Venus. No hay manera de sacarle algo bueno a ese tipo de personas —sentencié sin rodeos—. Ella no soportará esa vida, aunque crea que es igual que la suya.

—Ah, ¿no? —había una nota de preocupación.

Negué con certeza.

—Dennise puede ser lo que sea, amar la adrenalina, el caos, la independencia —mis manos casi rompen el bolígrafo de tanto apretarlo —pero no es como ellos, Bruno.

VENUS

Lila continuaba jugando con sus manos con nerviosismo frente a mí, mientras Vicky la miraba con una sonrisa tranquilizante. Dania estaba frente a nosotras, recostada de la pared. Por increíble que fuera, Isa estaba también, Lila la había invitado por cordialidad, pero la verdad es que, la que había estado más alejada del grupo era yo. Hasta habían salido varias veces, y yo ni me enteré. El saberlo fue un golpe amargo, pero fingí no darle importancia.

—A veces siento que él no quiere hacerlo —se sinceró.

Todas nos miramos entre nosotras.

—Los hombres son así, no dejes que los nervios también te engañen —respondió primero Vicky.

Estábamos en una pequeña salita, sentadas en los muebles, con una mesa central. Todo parecía como una casita de muñecas. Las paredes de color lila, el amplio espejo que llegaba de un extremo de una pared al otro, la lámpara colgante de color negro, y el piso con una alfombra blanca. Sí, definitivamente, este lugar no era mi estilo.

Solo un día, un solo día para que Lila se casara con aquel hombre que había sido un total Don Juan. Aún no me lo podía creer lo lejos que habían llegado.

Continuaba mirando sus manos con intranquilidad y le pasé una mano por el hombro.

—Yo lo veo muy enamorado, Lila —le sonreí amablemente. Y era cierto.

Isa asintió al otro lado.

—Mi madre también decía lo mismo de mi padre y míralos. Felizmente casados —se rio con suavidad y nosotros le seguimos.

Habían unas galleticas encima de la mesa, y Dania cogió la última que quedaba. A ella también se le notaba un tanto intranquila, aunque no sabía por qué, pero lo averiguaría luego.

—¿Eso creen? —preguntó ella, observándonos como si quisiera asegurarse de que decíamos la verdad.

Vaya, lo que hacían los nervios. Ella nunca había dudado de Bruno, aún cuando la situación se prestaba para hacerlo.

Respiré hondo.

—Él... —escogí bien mis palabras—. ¿Ves la forma en que él te mira? —Ella me miró con cierta sensibilidad y se me apretó el corazón, estaba asustada y lo podía entender. Cogí su mano y la apreté—. Es la manera en como todas aquí quisiéramos que nos miraran —me reí—. Tienes a un gran hombre, y él tiene la suerte de haberte tenido. Los dos se merecen. Sé que amas la libertad, así como yo, así como siempre fuimos, pero luego te das cuenta de que... la paz que te brinda esa persona, aún con ciertas guerras por temperamentos, no la cambiarías por nada. Encuentras libertad en los brazos de la persona correcta.

Mi voz se fue volviendo lejana. La miraba a ella, sí, pero me di cuenta de que me había perdido por un solo segundo, y todas se quedaron mirándome en absoluto silencio.

Fue incómodo cuando caí en cuenta.

Los ojos de mi mejor amiga brillaban como bombillas y se secó la lágrima deprisa. Me dedicó una de esas sonrisas tan suyas y se la devolví.

—Espero que recuerdes esas mismas palabras más adelante —miró a Vicky y luego a Dania con complicidad. Para mí, ya perdió la gracia. Fue una estocada al corazón, porque sabía qué estaban pensando, y no podían estar más equivocadas.

La señora que nos atendía nos permitió el paso, y enseguida, entramos. Listas para arreglarnos las uñas de los pies y de las manos. Además, Lila había pedido un masaje. Ya saben lo que dicen, todos los caprichos son aceptados y perdonados antes del día de la boda.

***

Resultó refrescante, como paz al alma, cobijo, estar nuevamente. La compañía solamente de chicas era algo que no sabía que había necesitado.

Estábamos en la casa de Lila, con todas las chucherías existentes por haber alrededor. Éramos un desastre.

Las papitas estaban tiradas por el suelo, las botellas de bebidas desparramadas por cada esquina, hermosamente horrible.

Algunas estábamos tiradas en la cama amplia de ella, otras, en el suelo. El cansancio nos estaba cobrando factura. La música seguía sonando, rellenando cada espacio, generando un sentimiento extraño de querer soltar todo e irnos, perdernos.

Claro que, en una noche de chicas, los chismes nunca faltaban. Nos pusimos al día con todo, absolutamente todo. Mis risas fueron verdaderas. Nunca me había faltado tanto el aire como ese día. Me dolía el estómago y pensé que moriría al no poder respirar por las risas multiplicadas.

—No sé cuál historia es más trágica de las de ustedes —expuso Lila con la botella en alto, burlándose de nuestras desfavorables situaciones, y nosotras por igual.

—Pues sí, la única bien aquí eres tú, suertuda —le dije, con la cabeza casi al explotar y los párpados adormecidos.

Vicky había contado su historia con Bruno, pero lo mantuvo en anonimato. Al final, Lila nunca sabría lo que había pasado con esos dos, y aunque no estaba de acuerdo, lo respeté.

—Pero veámoslo así. Dania, en cualquier momento, puedes irte a donde nadie los pueda encontrar jamás y ser feliz si así lo deseas, junto a él —su lengua se trababa por el alcohol—. Isa, tu... ehh...—se quedó pensativa, mirándola con gran enfoqué—. No, mana, no sé qué sería de ti—resopló y solté una carcajada.

Sí que estábamos jodidas.

—Soltarlo, eso es lo que tengo que hacer. Quizás a la persona que debería enamorar sea a mi misma. Es hora, ¿no creen? —pude notar la nota agridulce que salió de su voz y me callé abruptamente.

Hubo un pequeño silencio de cordura, aunque la música seguía su melodía.

—Pues sí. Si alguien te deja tirado, procura que cuando vuelva, no te encuentre donde te dejó —respondió Dania con un quejido y todas estuvimos de acuerdo.

Isa era muy buena, demasiado diría yo, no estaba preparada para el mundo que le tocó.

—Salte de todo ese mundo, Isa —le dije, sintiendo las palabras en el pecho—. Tu futuro está gravemente en peligro si continúas allí.

No podía verla, ella estaba tirada en el suelo, yo estaba en la cama, pero intuí que todavía seguía analizando mis palabras con un nudo en la garganta. Entre nosotras, ella era la que había llorado como una magdalena.

—Lo haré —le escuché decir con decisión y me llené de alegría por ella. Era su momento.

La vida tenía algo mejor para ella, algo que Thiago no podía darle.

—Y tú, Venus...—siguió Lila con su anécdota de cada una—. Tú no estás con el amor de tu vida porque no quieres.

La miré amargamente.

—No es tan fácil. Tampoco es como que él sea para mí, ya no.

—¿Cómo estuvo la cogida con Nicolás, apropósito? —preguntó Dania y todas soltaron una carcajada por su comentario inoportuno.

Pasé mis manos por el rostro, espantando el sueño.

—No, no, nada de Nicolás —Lila se enredó con las palabras—. Ya es tiempo de que te des cuenta que siempre fue y será Aiden.

—Lila...—empecé a decir, con la intención de que parara.

—Bruno mira a Lila como si fuera su mundo entero, mientras que Aiden mira a Dennise como un ciego mira el mundo por primera vez. Como si estuviera frente a todo lo innombrable e identificable y aún así, le encantara —sostuvo Isa con cierto sentimiento agobiante, como si le doliera reconocerlo. Porque a ella no la habían elegido nunca en la vida, y era triste saberlo.

Sus palabras pesaron.

—Eso es cierto —añadió Dania con una sonrisa adormilada a mi lado e hipó.

Respiré hondo, dispersando todo recuerdo, todo dolor, cualquier amargura.

—Sé que no me preguntaste, Dennise, pero yo si elegiría a alguien que me acepte tal como soy —soltó Isa y suspiró.

Arrugué el ceño.

Dania esbozó una carcajada.

—Aiden ve lo malo en mí y aún así piensa que valgo la pena. A Nicolas nunca le costará, es más fácil decir que me conviene cuando no tendrá que cargar con cosas que no le gustan de mí, porque aceptará todo.

No es que estuviera entre la espada y la pared, porque no los veía a ellos dos como caminos que escoger. Le tenía cariño a Nicolas y hasta lograba llegar a decir que le quería, que me importaba. Nada de lo que pasamos en este poco tiempo fueron momentos en vano ni a la ligera, al fin y al cabo, se había arriesgado por mí varias veces. Por otro lado, resultaba hasta increíble que los demás pensaran que estaba indecisa; no lo estaba. En caso de que lo hiciera, era imposible que escogiera a Nicolas por encima de Aiden, no por lo menos en este mismo instante, y es que nadie había sobrepasado el amor, la conexión, la pasión con la que había permanecido con aquel hombre entrajeado. Nadie superaría lo que hemos pasado, nadie superaría los sentimientos, nada. Una cosa era aprender a aceptar que él no era para mí e intentar ser feliz, otra muy diferente es decir que alguien se haya convertido más especial que él, y eso, en tal caso, no sería construido en poco tiempo. Lo de Aiden y yo no fue cosa de días o meses, fue toda mi jodida vida entera.

—Pensé lo mismo —Intuyó Vicky—. No es por ser tóxica, pero la forma en que él te ama no se acerca para nada a como lo haría Nicolás. Aiden te ha amado toda su vida a pesar de las diferencias, no sé si Nicolas hubiera hecho lo mismo, realmente.

Asentí, tragando saliva.

—¿Entonces, qué haces con Nicolás si amas a Aiden? —preguntó la morenita.

—Todas nos preguntamos lo mismo —resaltó Lila.

Me removí en la cama. No era bueno hablar con alcohol en el sistema. Parpadeé varias veces.

—El que ames a una persona, no significa que tengas que estar con ella —respondió Dania por mí.

—El amor a veces no es suficiente —hablé con un nudo en la garganta. —dicen que solo te enamoras una sola vez en la vida, y luego te pasas toda tu existencia buscando algo que se le asemeje a ello.

Sin saberlo, ya estaba apretando la pulsera que compartía con él, con fuerza desmedida.

—No creo que lo de ustedes haya terminado —volvió a hablar Isa.

—No todo se repara —atinó Vicky por decir. —por más que se quiera.

Sentí que esas palabras no eran totalmente dirigidas hacia mí, se sentía algo más para ella.

—¿Y a Dania cómo la miran? —preguntó la futura esposa a mi otro lado en la cama, tirada despreocupadamente, cerrando los ojos. Quería desviar el tema, y es que, hablar de Aiden como si fuera tan pasado, me resultaba un sabor amargo, y ella lo sabía.

Miré el techo, perdiéndome en incontables palabras, recordando la primera vez que se vieron luego de tantos años de haberla pensado muerta. A cada una de nosotras nos había tocado una historia diferente, pero no menos dolorosa.

—Logan mira a Dania como si hubiera olvidado el sentido de la vida y ella fuera su salvavidas. Como si fuera su sustancia agridulce, adictiva.

—¿Una droga? —soltó Vicky con diversión y asentí.

—Supongo que todos vemos el amor como le han visto la cara —Volvió la chica que mañana estaría caminando por el altar.

Dania a mi lado seguía pensativa y sonreí para mí misma.

—A todas nos ha tocado una suerte que está para nunca querer volver a enamorarse —relajé mi cuerpo, sintiéndome anestesiada—. Pero sabemos que lo volveríamos a repetir si fuera necesario.

Todas allí estuvieron de acuerdo.

El silencio recayó nuevamente y supe que ya habíamos dado las últimas palabras por hoy. El sueño nos había agarrado. La noche ya estaba culminando y la música seguía sonando, envolviéndome los sentidos.

—Entonces...—Dania me asustó al hablar repentinamente—. ¿La cogida no estuvo bien?

Entre caos y reglasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora