Capítulo 2 (Y tú nunca pierdes)

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No hubo ni un momento en que mi mente no se empapara de recuerdos al tenerlo cerca.

Habían pasado meses, meses pensando en una esquina con frío, que no sería capaz de volver a respirar con tranquilidad. Que la sensación de estar cayendo en picada, ese revoloteo en el estómago, nunca iba a volver a mí. En ese preciso momento yo estaba espantada, aterrada. Había tratado con todas mis fuerzas recordar todo lo malo que tuviera que ver con él para poder sobrevivir a los tormentos por las madrugadas donde sentía que se me iba la vida, donde las lágrimas no eran por estar en una maldita jaula, sola; sino por estar sin él. Había estado agonizando, temblando por no tenerlo y había sentido que me rebataron la oportunidad de reemendarlo todo. Era como tratar de arreglar algo que yo no había roto y aunque lo intentara, no tenía manera de repararlo.

Las ganas de llorar no me dejaron en ningún momento.  A veces sentía su mirada fija en mí y tenía ganas de hacer lo mismo, pero él solo lo hacía cuando quería reprocharme algo sin decir palabra y me faltó corazón para voltear a verlo. Podía ser fuerte con todo lo que el mundo tuviera para tirarme y romperme, pero no con él...

Él era mi talón de Aquiles.

¿Cómo diablos le plantas cara al que fue el amor de tu vida, cuando sabes que se fue con otra y que tú le hiciste la vida imposible?

Me llevé las manos al rostro, tratando de recomponer cada parte quebrada de mí. Sentía un nudo en la garganta que no me permitía siquiera respirar. No, no era en la garganta, era en el pecho, en el cuerpo completo, me dolía el alma.

Al terminar todo en aquella sala, al Aiden meter sus manos e intentar todo lo que estuviera a su alcance hacer —que no era mucho —todavía estaba en el aire. Realmente no me interesaba escuchar a los demás. Me había estancado en mi cabeza, que me decía crueles verdades y me hacía sentir como si fuera un chiste mal contado. Una pérdida de tiempo.

Aiden se levantó a mi lado como si no pudiera soportar estar más tiempo para largarse, alejarse todo lo posible. No me quería ni ver.

Genial.

Los guardias me apremiaron para que me levantara y así lo hice, lentamente, tomándome mi tiempo.

Ni siquiera se despidió...

Llevé mi mirada, intentando seguirlo, pero me maldije por ello.

Allí estaba él, en brazos de la rubia esa. Ella parecía susurrarle algo, tocando sus brazos con firmeza y él no pareció quedarse de manos cruzadas, se acercó y le plasmó un beso... en los labios.

Ella besó esos labios, que eran míos.

Sentí aquello como una ofensa. Una rabia arrazó con todo dentro de mí.

—Camine —me ordenó el guardia detrás de mí.

Aprete la mandíbula sin siquiera darme cuenta.  Sentí la necesidad de ir y exigirle explicaciones.

Se presentaba, me reprochaba, y ya. Listo, adiós Venus, jódete.

Solté una breve risa carente de gracia. Esto tenía que ser una puta broma.

Mi madre me obstaculizó la hermosa vista, con una sonrisa forzada. Se acercó a mí y me acarició los brazos.

—Cariño, tuve que llamarlo —me dijo y siguió hablando pero sus palabras eran lejanas. Aún seguía torturándome.

Sin darme cuenta, mis ojos empezaron  a soltar lágrimas. Además de que me ardían, también lo hacía mi pecho.

¿Cómo cabía tanto vacío en una sola persona?

Entre caos y reglasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora