Capítulo 40 (Promete que siempre seremos un desastre)

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Venus corría como si el mundo se acabara mañana. Llevaba unos pantalones que se le caían un poco al ser tan pequeña, pero insistía en que se los iba a quedar. Su cabello negro estaba recién peinado, y lograba ondearse por el aire que le venía de lleno.

Estábamos a una distancia considerada de la casa donde vivía. Mi madre había ido a llevar un chocolate caliente con unos panes recién hechos, de esos que tanto le gustaban a ella.

Dennise saltaba en los charchos como si minutos antes, su mamá no se hubiera encargado de dejarla limpiecita, con la piel tan blanca, que se notaba a leguas, requería sol.

Saltaba una y otra vez, manchando su pantalón marrón, mientras se lo mantenía en su cintura. Soltó un jadeo como si hubiera hecho un ardúo trabajo con el barro y alzó la mirada para luego reirse y dejar ver con claridad sus dienticos.

-No te quedes ahí parado -expresó, para luego mirar el cielo nublado.

-Mami va a preguntar por nosotros -le dije como motivación para que se moviera. A mis cortos años de edad, seguía teniendo ese tipo de conducta precavida.

Ella dirigió su mirada hacia mí con la ceja alzada, gesto no muy común para una niña de tan pocos años de edad.

Siguió saltando, tarareando una canción extraña, y por miedo a que nos descubrieran en el charco, giré para ver la casa, por si alguna de las dos mujeres nos estaban viendo por las ventanas, pero no había nadie.

Un grito me llenó la cabeza por completo y pegué un salto para volver a enfocarme en Venus. Se había caido en medio de todo el lodazal y se quedó allí con una cara enfrascada en un dolor sordo. No lo pensé ni un segundo cuando solté su abrigo y llegué hacia ella a pasitos cortos.

-¿Estás... estás bien? -mi voz sonaba pendiente de un hilo. ¿Y si se fracturó un hueso? ¿Y si se dio duro contra la cabeza? Y si...

Soltó una carcajada.

La miré un largo rato con el ceño fruncido mientras a ella se le empezaba a ir el aire de tanto reirse.

-Mami me va a matar -lo dijo como si nada.

Me miré la ropa, primero a ella y luego a mí. Estábamos hecho un asco.

Respiré hondo, ahogándome las ganas de ir corriendo a la bañera.

Me miré las manos temblando. El frío nos abrazaba con furor y tuve la intención de abrigarla, pero me abstuve.

Venus se levantó en silencio, cogió su abrigo y me enrrolló con él sin decir palabra alguna.

-No te enojes -susurró y tomó mis manos, analizándolas -No te hiciste daño, solo fue un poco de lodo.

Aparté mis manos.

-No es eso. No bromeés así. Pudiste golpearte fuerte, ¿entiendes?

Ella parpadeó varias veces.

-¿Estás entendiéndome? -volví a insistir y ella asintió.

Ella se alzó y se miró a si misma, todo el barro envolviéndola por todos lados, grabado en su ropa, y en su cuerpo.

Oh, santos cielos, se iban a enojar.

Me quedé observándola. En ese tiempo, no sabía realmente que ella me gustaba, no sabía qué era el amor...

Ella lo es. Todo lo relacionado con la infinitud y el amor, para mí es sinónimo de ella.

Tragué.

Entre caos y reglasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora