Capítulo 14 (Ahora caer es un verbo diferente)

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Bruno y yo habíamos llegado justamente cuando Esteban entraba a la casa de Lila con bolsas en las manos.

Me ajusté el traje y me quedé mirándolo de manera cruda. Solo unos pasos nos mantenían al margen. Juraba sentir una impotencia apabullante de exigirle que me dijera qué le había pasado, porque estaba seguro que él tenía que ver.

—Me vas explicando qué.pasó.con ella —solté las últimas palabras lentamente, esperando que fuera cauteloso con su respuesta.

Bruno me miró de soslayo.

—Me encantaría quedarme a charlar contigo, pero ella necesita cuidados —alzó las bolsas con obviedad —le compré todo lo más pronto que pude. Lila está con ella —hizo un gesto con la cabeza, señalando la casa de dos plantas, con un jardín al frente donde solo había puro cesped.

Me abstuve de responderle no más porque Bruno me dirigió una mirada cargada de reproche.

Esteban se adelantó.

Subimos las escaleras, dirigiéndonos hacia el dormitorio, y cuando estuve a tan solo unos pasos de la habitación, sentí que todo el cuerpo se me congelaba.

Bruno abrió la puerta y cuando la vi tirada a la cama, con Lila mordiéndose las uñas y moviendo la punta del pie con desesperación, quise morirme.

No importaba cuantas veces haya pasado por el mismo miedo y pánico de verla en una cama, sin consciencia, siempre me golpeaba de igual forma.

Apreté los puños, resistiéndome, pero no pude...

Ella descontroloba absolutamente todo de mí, cualquier autocontrol.

Una vez que Esteban dejó todo en la cama, lo cogí de la camisa con furia.

—Te exigí una respuesta, Esteban –gruñí a centímetros de él —se supone que eres su amigo —no pude fingir calma como normalmente hacía —se supone...—respiré hondo, aunque no me ayudaba —que no deberías exponerla a peligros. No te lo preguntaré otra vez...

Nadie habló. Todos entendían que era un caso perdido decir palabras de aliento como si fueran un calmante.

Cualquier hombre en sus sentidos estaría con ganas de matar a quien sea que haya tocado al... a una mujer.

Esteban me mantuvo la mirada con firmeza.

—Suéltame —me ordenó con sequedad y sentí el impulso de golpearlo.

Bruno se acercó y posó ligeramente su mano en mi brazo, bajándolo.

—Déjalo. Entiendo que te enfurezca esto, pero déjalo explicarse despacio —dijo en un tono de voz bajo.

—¿La estás viendo? —rechisté entre dientes —está herida, de pies a cabeza. No me pidas que me calme —zanjé con furia.

Lila iba sacando todo lo de la bolsa para ir viendo qué podía hacer.

Esteban se soltó de un tirón y me miró molesto.

—Hablas como si yo obligara a Venus a estar metida en peligro. ¿Te recuerdo quién es ella? No, que tal si mejor te recuerdo que ya no es tu mujer.

Un silencio descomunal se instaló. Ese silencio que avisa la tormenta, del peligro.

Todos estáticos.

Él me estaba buscando, y me iba a encontrar.

—Esteban, creo que no es prudente que saltes con tus mierdas —se interpuso Bruno. Miró a Lila por un segundo y se relajó. Bajó su mirada y posó su brazos en su cintura, pensando.

Entre caos y reglasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora