Capítulo 3 (Si volviera a nacer, lo encontraría de nuevo)

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Antes de permitirme ir a visitar a Venus, no pude evitar pararme por la casa del hermano de Abril.

Todo estaba igual. Cesped brillante, una fuente de agua en el medio del jardín. Por dentro cada cosa en su lugar, más cristal que paredes. Se sentía frío allí.

Una mujer, que recuerdo como la encargada de que todo se mueva perfectamente en aquel lugar, me llevó hacia donde se encontraba Logan. Había trazado un plano mental del recorrido, por si algún día lo necesitase. La señora con cara amargada me acompañó, sin despegarme el ojo. Allí en el fondo, en la segunda planta había una puerta blanca que destacaba, donde me imaginé que estaría, y así fue. No más abrir la puerta, pude verlo con las manos en el rostro, como si estuviera dándole mente a todos sus problemas.

—Señor, aquí se lo traigo —dijo la señora, haciendo una pequeña reverencia. Eso era totalmente ridículo.

La miré con el ceño fruncido, sin evitarlo.

Él dirigió su mirada hacia mi y resopló. Entré, sin que me lo pidiera.

—Gracias, puedes irte —le indicó la puerta con la mano, como si ya no supiera cual fuera la salida.

Una vez en el espacio silencio, los dos solos, sentí la pesadez en el aire.

—Por favor, siéntate —dijo con ese tono ignorante y a la vez cordial. Lo hice.

Logan miraba el ventanal que quedaba a su derecha, el que daba al extenso jardín, con el cesped estrictamente cuidado. Desde aquí se podía ver todo, rodeado con bombillas de luces; sin embargo, estaban apagadas.

—Tardaste más de lo que pensé en venir —se recostó de la silla de forma despreocupada y se acomodó su traje. Tenía una de esas medias sonrisas que tantas ganas me daban de quitársela del rostro. Lo que parecía su despacho, estaba lleno de carpetas y libros. Cada pared era un estante donde permanecían las diferentes historias, y alguna que otra fotografía de la que fue alguna vez, el amor de su vida. Había muerto.

—Creo que fui claro cuando te dije que te encargaras de ella ¿O es que todavía se te hace difícil encargarte aún estando encerrada?

Sus ojos se enfocaron en mi, de manera profunda, sin titubeos. No se le veía ese aire de cinismo, más bien, era como si estuviera la cabeza puesta en otro mundo.

—¿Y quién crees que le había puesto al mejor abogado, digo... antes que llegaras tú? —me sonrió con ironía, pero se esfumó apenas siguió —yo la protejo.

—Sí, me queda clarísimo. Exactamente, dime cómo. Porque en lo que a mi me concierne, ese abogado no iba hacer tantos malabares. Pudiste encargarte de una manera más eficaz —solté con rudeza.

Una cosa. Una cosa le pedí en toda mi vida.

Se quedó un lapso de tiempo callado, escudriñándome. No me dejé amedrentar. Estaba molesto, bastante. Las veces que ha tenido la oportunidad de tenerla a ella en sus manos, se le escurre, como si fuera agua, era absurdo.

—¿No estás molesto por eso o sí, cuñado? —ladeó su rostro. Odié ese apodo, y él se imaginaba por qué —estás molesto, más bien porque no te llamé a ti.

—Soy el único que la hubiera sacado a como de lugar —fui sincero.

—Sí, sí. Ya me lo has dicho —hizo un gesto con las manos, restándole importancia —eres el único que daría la vida para mantenerla a salvo. Ya lo he entendido antes, no tienes que recalcármelo. Si no te llamé es porque ella ya no es asunto tuyo.

Me quedé callado, intentando interpretar esas palabras de la mejor manera.

¿Que no lo es, dice? ¡Es Venus, por Dios! Siempre va a ser mi problema, no importaba qué...

Entre caos y reglasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora