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Para cuando despertó, Liam se dio cuenta que además de estar completamente entumecido, Abby no estaba a su lado. El resplandor del sol se colaba por las ventanas con las cortinas a un lado, por lo que imaginó era temprano en la mañana. Se frotó los ojos mientras se sentaba en el sillón, para vestirse con su ropa tirada encima de la alfombra, en el preciso momento en que Abby bajaba las escaleras, vestida con su uniforme celeste de ejecutiva bancaria y el maletín de documentos en una mano. Al verlo despierto, se acercó a él, sonriendo.

—Buenos días, dormilón —le saludó. Liam se puso de pie, mientras se ponía el short. La rodeó por la cintura y le dio un corto beso en los labios, respirando con fuerza el olor de su perfume.

—Creí que me despertarías, ¿qué hora es?

—Te vi durmiendo tan tranquilo que me dio pena hacerlo, son las seis y media, ya me voy a la oficina. Tomaré la camioneta, ¿de acuerdo?

—Adelante ­—Liam caminó hacia el portallaves colgado de la pared cercana a la puerta de entrada, tomó las llaves de la camioneta y se las extendió—. ¿Te espero para almorzar?

—No lo sé, por las dudas no pierdas de vista el teléfono, te avisaré cerca del mediodía, en cualquier caso —antes de cruzar la puerta de entrada, le dio un nuevo beso a su esposo—. Que tengas buena mañana, querido.

—Igual tú.

En el mismo momento en que Abby iba a dar un paso hacia afuera, se interrumpió sorpresivamente, casi dando un salto hacia atrás.

—¡Oh por Dios! —exclamó.

Ambos miraron hacia abajo. Encima del tapete de bienvenida frente a la puerta, se hallaba el cadáver de un pájaro negro, de pico grande, sin alas. Aparentemente se las habían arrancado de alguna forma. Abby miraba la escena con asco, Liam, por su parte, con asombro.

—¿Qué demonios? —comentó él.

—¿Qué es? ¿Por qué está aquí?

—Parece ser un cuervo —respondió Liam, acuclillándose para verlo mejor—. No hay cuervos por esta zona, o al menos, no debería. Que extraño.

—¿Cómo llegó aquí? ¿Crees que se haya estrellado contra la casa por la noche?

—No lo creo. Si hubiera sido así habría alguna mancha de sangre en algún lado, y evidentemente no estaría sin las alas. Es posible que quizá un gato lo haya medio comido y abandonado aquí, quien sabe —Liam se dio media vuelta, caminó hacia la cocina, y volvió al instante con tres servilletas grandes de papel de cocina. Bajo la mirada de Abby, tomó al pájaro en el papel, lo envolvió rápidamente, y lo arrojó al cubo de basura ubicado en la acera—. Ya está, no hay de que alarmarse.

Se acercó a ella para darle un nuevo beso, pero Abby se retiró un paso hacia atrás, levantando las manos en señal de rechazo.

—Ni siquiera se te ocurra tocarme con esas manos —dijo. Liam puso los ojos en blanco, se colocó las manos a la espalda como si las tuviera atadas por detrás, y acercó el rostro hacia ella.

—De acuerdo, que tengas buena jornada, cariño.

Estiró los labios para que ella le diera un corto beso, se giró mientras caminaba hacia la camioneta, la vio subir y encender el motor, mientras levantó una mano en silencioso saludo. La Subaru arrancó dócilmente, y una vez que Abby ya estaba fuera del barrio privado, Liam se giró para volver a la casa.

Se lavó las manos en el fregadero de la cocina, y luego de encender la cafetera, se dedicó a la tarea de acomodar las pocas cajas de vajilla y minucias que habían quedado en el living, luego de la mudanza, ya que todos los muebles grandes habían sido colocados en su sitio por los empleados de la compañía. Una vez que hubo terminado, se sirvió una taza de café humeante y delicioso, y se sentó en la mesa del living, frente a la computadora portátil, para revisar sus correos y su página de trabajo. Desde la última crisis que había asolado la pareja, cuando Abby fue diagnosticada con el síndrome de Otelo, Liam se las había tenido que ingeniar para continuar recibiendo ingresos económicos sin moverse de su domicilio. Para ello, encontró una página estable y segura de trabajo desde casa, con la cual pudo firmar un contrato y ser aceptado de buena manera. Desde aquel entonces, había destacado en la industria de las finanzas en bolsa.

Cuentos para ir a morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora