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El viernes había transcurrido sin noticias de Richard, y con una lentitud que crispaba de los nervios a Grace, además de que continuaba lloviendo. No había parado de pensar en el club desde que le había llegado la tarjeta a su domicilio, ansiosa por recorrer esos ostentosos pasillos y habitaciones, conocer gente nueva y tener una oportunidad inmejorable para ser editada, por fin. Era extraño, se repetía una y otra vez. Antes no quería tener contacto con la gente, a ser posible, y ahora estaba deseosa de conocer estas personas, incluso hasta de editar con ellas. Ya podrían irse a la mierda los putos bohemios hippies de los bares nocturnos, ya podía irse a la mierda también la editorial de Richard, que se hacía de rogar para darle un simple "sí" o "no".

También, como producto de la ansiedad, había comenzado a tener problemas de sueño. No lograba poder dormir, y si lo hacía, tan solo era por un par de horas. Se despertaba con inquietud, clavaba los ojos en la oscuridad de su habitación y daba vueltas en la cama durante varios minutos, hasta que encendía la lampara a su lado y tomaba la tarjeta de membresía para observarla, como si fuera su Anillo Único, pensaba, haciendo una vaga comparación con Frodo Bolsón. Observaba su metal labrado, la textura de sus letras grabadas en ella a saber con qué maquinaria, los destellos que hacía al reflejar la luz de su lampara en ella. Y sonreía, sintiéndose al fin parte de una sociedad. Y no cualquier sociedad, sino quizá la más rica e importante que pudiera haber al menos en el país.

El sábado fue un día en que, si pudiera ser físicamente posible, habría corrido por las paredes de su casa. Se despertó tempranísimo por la mañana, antes de las cinco y antes de que siquiera despuntara el sol por el horizonte. Se preparó la taza de café más grande que pudiese beber, y encendiendo su computadora, se puso a buscar en Google cualquier información que pudiera encontrar acerca del Loto Imperial. Sin embargo, para su sorpresa, no encontró nada. ¿Cómo podía ser que no hubiera información en la web para un grupo como ellos? Se preguntaba, mientras bebía su café sin azúcar y miraba las letras en la pantalla. Buscó en páginas de sociedades honoríficas, incluso en foros ocultistas o sectarios. Nada. No había un solo indicio de su presencia en el mundo.

Cuando se aburrió de indagar inútilmente en su historia, apareció otra cuestión en su cabeza: ¿Con qué iría vestida? No podía ir con la ropa que tenía, ni siquiera con su mejor ropa. Aquella gente lo consideraría una ofensa, teniendo en cuenta las prendas refinadas que debían usar, tal vez Louis Vuitton o Prada, y eso como barato. Incluso hasta pensó en desembolsar parte de sus ahorros y alquilar alguna prenda acorde a la reunión. Pero claro, luego de consultar en su cuenta el saldo ahorrado de sus tarjetas, se dio cuenta que esto último no era una opción. Tendría que ponerle los pechos a las balas y buscar lo mejor que tuviese dentro del closet, le gustase o no.

Se decidió al fin por un pantalón de lycra con unas botas de media caña, de cuero marrón. De la cintura hacia arriba, se vistió con un suéter de lanilla color beige, haciendo juego con el calzado, y una chaquetita de jean por encima. En lo que más tardó fue en el cabello, que decidió hacerse un moño por encima dejando la mitad suelto por debajo. Se maquilló lo más discreta posible, y casi una hora antes de las ocho ya estaba lista, mirando la televisión en su sofá sin mirar realmente, distraída gracias a la ansiedad que la dominaba. Cada pocos momentos, revisaba en el bolsillo de su chaqueta tener el celular, las llaves de su casa y la tarjeta metálica a mano.

Puntual, como siempre era su costumbre, llegó Richard. En cuanto le tocó timbre, Grace ya estaba sonriendo frente a la puerta abierta.

—No me digas que estabas haciendo guardia en la ventana —le comentó él, con tono divertido. Estaba elegante, pensó ella. Tenía una camisa nueva, de un blanco liso perfecto, un pantalón formal negro, zapatos de cuero y el cabello peinado al costado. El aroma a su colonia llegaba a ella en suaves y varoniles oleadas cítricas.

Cuentos para ir a morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora