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Al día siguiente, temprano en la mañana, Bianca despertó gracias a la alarma que programó en el televisor de su habitación. Había dormido muy cómoda, demasiado para lo que esperaba teniendo en cuenta que estaba en un lugar extraño. La habitación era muy confortable, tenía una enorme cama de dos plazas, baño privado, refrigerador con bebidas y postres, un ropero espacioso donde poder guardar todo su equipaje, y una televisión de 45' con reproductor de DVD empotrada frente a la cama.

En cuanto se vistió y se lavó la cara, salió de la habitación cerrando la puerta con la llave que le habían dado la noche anterior, y se encaminó por los pasillos hacia la cafetería, siguiendo la indicación de los carteles en las paredes. Al llegar, vio que la mayoría de los hombres ya estaban allí, tan solo faltaba Jim y Fanny, que imaginó no debían tardar demasiado, o se perderían tiempo del desayuno. La cafetería era espaciosa, y no había nadie que sirviera la comida, cada uno podía ir a los mostradores y tomar lo que quisiera. Había cafeteras industriales, jugos de naranja y manzana, diversos tipos de mermeladas en botecitos descartables de plástico, panes, bizcochos salados y galletas dulces. Todo aquello era repuesto por dos mujeres militares que estaban al fondo de la cafetería, en donde Bianca suponía se trataba de la cocina, a medida que se iban agotando.

Tomó una bandeja de plástico y dirigiéndose a los mostradores, se sirvió algunos bizcochitos de queso, galletas al agua, un bote de mermelada de durazno y por último, una taza de café.

—Buenos días a todos —saludó, a medida que se acercaba a las mesas.

Todos la saludaron, mientras ella tomaba asiento, dejando la bandeja encima de la mesa. Bruce se acercó, quien también acababa de servirse a elección, y se sentó frente a ella.

—¿Puedo? —le dijo. Bianca asintió, mientras echaba tres sobres de azúcar en su café.

—Adelante.

—¿Has dormido bien?

—De lujo, ¿tú?

—Me alegra, he dormido de maravilla. Hoy va a ser un día movido, ¿qué tal lo llevas? ¿Nerviosa? —le preguntó él, mientras revolvía su jugo de naranja.

—¿Debería estarlo? —Bianca lo miró. —Supongo que será como dar una clase de bachillerato, no hay nada por lo que estar nerviosa.

—En realidad, no solo los guiarás a tener sus primeras experiencias parapsíquicas, también quiero que estés conmigo, revisando los monitores y controlando las mediciones neurológicas.

—¿Y eso por qué? —preguntó, sin comprenderlo.

—Si algo sale mal, o alguno de los sujetos de prueba registra lecturas anormales en su cerebro, ¿quién mejor que tú para indicarme que está pasando? Yo no tengo las habilidades que tienes tú, definitivamente puedo saber ciertas cosas según mi experiencia clínica, pero tú eres la experta aquí.

—No los llames sujetos de prueba, no son tus ratas de laboratorio. Si vamos a hacer esto, necesitamos ser un grupo unido, y debemos tratarlos como tal.

—Tienes razón, lo siento —se excusó Bruce, asintiendo con la cabeza y bajando la mirada.

—Pero está bien, te ayudare con las mediciones. Será un placer contribuir a terminar esto cuanto antes.

—Gracias —volvió a sonreír, mientras se acomodaba las gafas en gesto mecánico—. ¿Estás incomoda aquí?

—No, pero no hay nada como el propio hogar.

—Entiendo —Bruce hizo una pausa, como si quisiera decir algo y no sabía cómo hacerlo—. Bianca, hay algo más que quisiera pedirte.

—Dime.

Cuentos para ir a morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora