Cuando Grace le puso el punto final a su libro —en el cual había invertido los últimos dos años y medio de su vida—, no podía sentirse más feliz. Observó las letras que cubrían la pantalla, bien diagramadas en el procesador de textos de su computadora, y no pudo evitar sonreír con cierta nostalgia. Había visto nacer y morir algunos de sus personajes favoritos, también los más odiosos, y eso la enorgullecía mucho. Richard Tully, su único mejor amigo y uno de sus escritores favoritos, siempre decía que, si lograbas odiar a un personaje, entonces habías hecho un trabajo excelente.
Le dolía la espalda y el trasero de estar sentada más de cuatro horas, de modo que cerró el archivo guardando los cambios, apagó la maquina y se levantó con un bufido, mientras se despegaba la tela del short deportivo de sus nalgas. Hacía calor, y seguramente habría transpirado como una burra, además de que era ya tarde de la noche. Se daría una reparadora ducha, lo más caliente posible para refrescar el cuerpo, y luego prepararía la cena, unos tallarines al ajillo con salsa de queso. Sin embargo, antes de todas aquellas cuestiones, decidió que bien podía llamar a Richard y contarle las novedades. Caminó hasta la mesa donde reposaba su teléfono celular, buscó en la agenda de contactos y presionó la tecla de llamada.
—Hola, Mabel —la saludó, en cuanto vio su número en la pantalla. Richard la llamaba así desde cuarto grado, haciendo alusión a la serie animada "Gravity Falls", gracias a que Grace siempre había sido una chica demasiado inocente, cariñosa y adorable. Tal como el personaje de caricaturas, según él.
—Que no me llames así... —le dijo ella, con una sonrisa. Siempre se lo decía, pero nunca le hacía caso. Era como un extraño e íntimo ritual entre ellos: él le decía Mabel, ella se quejaba, todos felices.
—Qué raro que me estés llamando a esta hora. ¿No debería estar escribiendo, señorita?
—Pues no, señorito, porque ya he terminado.
—¿Ya terminaste? ¿Todo el libro? —preguntó el asombrado Richard, del otro lado.
—Pues sí, llamaba para contarte eso, justamente. Oficialmente terminado.
—Felicidades, Grace —Richard hizo una pausa—. ¿Wendy sobrevive al final, o no?
—No voy a contarte eso, tendrás que leerlo.
—Ya sabes que yo no leo romance. Y mucho menos romance erótico. ¿Qué pasa si me excito a mitad de la lectura?
—Tendrás que improvisar —se río ella—. Además, no es romance, es suspenso. Escúcha, iré a darme una ducha y luego a preparar la cena, si quieres nos podemos juntar mañana y charlamos acerca de nuestros bebés de papel. ¿Qué dices?
—Me parece una buena idea.
—¿Cómo vas con tu proyecto?
—Hoy adelanté unas cinco mil palabras, masomenos. Una puta mierda, he estado desconectado mentalmente durante todo el día.
—Mañana lo solucionamos con un café —aseguró ella—. Que pases buenas noches, Richie.
—Adiós, cariño. Te quiero —se despidió él, y colgó.
Grace volvió a dejar el teléfono encima de la mesa con una sonrisa. Siempre había sido una chica introvertida, desde que estudiaban juntos e incluso mucho antes, pero Richard sacaba lo mejor de ella. Fue el único que se acercó a ella, el único que no la trató como una fenómeno por su vestimenta rara y sus gustos literarios. Era el único amigo íntimo que tenía, el único que quería tener, y lo adoraba como tal.
Caminó hasta su habitación para tomar una bata y ropa interior, y luego hasta el baño. No se molestó en cerrar la puerta, vivía sola desde que tenía la mayoría de edad, en la misma casa que había nacido. Sus padres, ambos, fallecieron casi al unísono. Su madre, a los cuarenta y ocho, debido a un infarto. Su padre se suicidó, luego de caer en un cuadro depresivo, casi cuatro meses después de que ella cumpliera los dieciocho. Desde ese entonces, no había conocido otra cosa que el silencio de la casa de forma perpetua, y a decir verdad no le disgustaba. Había canalizado el dolor por la pérdida de sus padres decorando la casa por completo, para convertirla en su estudio literario personal. Había cambiado los muebles, había recorrido todos los bazar literarios de la ciudad buscando novelas con las cuales rellenar las dos bibliotecas que había en la sala, había cambiado los cuadros y también algunos electrodomésticos, en cuanto tuvo su primer trabajo. Finalmente, en cuanto comenzó a cobrar el subsidio por la muerte de su padre, quien en vida era almirante naval, abandonó el trabajo en la oficina de correos para dedicarse de lleno a la literatura.

ESTÁS LEYENDO
Cuentos para ir a morir
Kinh dịCinco cuentos cortos, cinco relatos de horror que no te dejarán respirar por las noches, y te mantendrán al filo del miedo a lo largo de sus páginas. ¿Crees que tienes la valentía necesaria para adentrarte en lo profundo de sus historias? En "El rap...