Finalmente, la hora de comenzar con otro día de investigación llegó, junto con la hora de dar el tan delicado anuncio. El grupo se hallaba reunido en la misma sala de investigación de siempre, con la única diferencia que en la sala contigua a la cabina de controles había una maquinaria cilíndrica, que llegaba hasta casi hasta el techo. No tenía inscripciones ni tampoco botonera de ningún tipo, solo unas conexiones que cantaban a toda voz que irían colocadas en el medidor cerebral. Antes de comenzar a teclear y encender los aparatos, Bruce habló.
—Bueno, tengo que decirles algo que quizá no sea fácil para alguno de ustedes.
—¿Qué sucede? —pregunto Jim.
—Supongo que han visto que el coronel Wilkins se acercó a mí esta mañana. Traía noticias sobre el proyecto negro.
Bianca se dio cuenta que hablaba muy despacio, como si quisiera buscar las mejores palabras. Lo miró de reojo y asintió con la cabeza, tratando de darle ánimos en silencio, algo que le hizo sonreír levemente, quizá sintiéndose más aliviado.
—Ya hombre, dinos, que nos estás matando de la intriga —dijo Fanny.
—Al parecer, están preocupados por la falta de avance en la investigación, de modo que a partir de este momento probaremos un método diferente —Bruce se aclaró la garganta en cuanto vio las miradas de confusión del grupo—. Esa máquina que está allí es el impulsor, quien se encargará de estimular diferentes regiones del cerebro por medio de pequeñas descargas eléctricas.
Al instante, los murmullos comenzaron a hacerse notar. Ned miró la maquina con cierto recelo, y luego volvió a mirar a Bruce.
—Pero eso no puede ser sano —dijo.
—Tranquilos, les puedo asegurar que la descarga será mínima, apenas un cosquilleo. No vamos a poner en riesgo la vida de nadie, incluso pueden verlo en mí mismo primero.
Francis negó con la cabeza, se pasó una mano por el cabello rubio mientras miraba hacia el suelo, y luego levantó la vista hacia Bruce.
—¿Cuánto hace que sabía de esto, doc? —preguntó.
—Acabo de enterarme esta mañana.
—Miente.
—No, no miento.
—¡Claro que miente! —exclamó. —¡Ustedes los gubernamentales son una máquina de decir mentiras, una tras otra! ¿Realmente me va a hacer creer que cuando firmó su contrato de trabajo no sabía nada acerca de esto? ¡Puede irse al diablo, usted y su puto proyecto de mierda!
—¿Y qué vas a hacer? —preguntó Bruce. —¿Largarte? Hazlo, quiero ver si te permiten pasar por la puerta. Ya estás aquí, ahora solo puedes continuar, o sentarte en un rincón a esperar que el proyecto termine y cada uno de nosotros pueda volver a casa.
Francis no dijo absolutamente nada, pero su mirada era de auténtica furia. Entonces, en un momento, se abalanzó hacia Bruce tan rápido como una exhalación. Lo tomó por las solapas de la chaqueta y lo empujó contra la mesa de operaciones, levantando el puño cerrado. Todos se lanzaron encima suyo, sosteniéndolo para que no lo golpeara, entre gritos.
—¡Estás loco si creés que vas a retenerme aquí en contra de mi voluntad! —gritó Francis, mientras forcejeaba con los demás para intentar golpear a Bruce. —¡Tan solo eres un imbécil haciendo el trabajo sucio de quienes quieren jugar a ser Dios! ¡Nada más que eso!
Al ver que la riña no cesaba, Bianca lo miró fijamente, y en un santiamén lo apartó de todos, empujándolo contra la puerta metálica, sin tocarlo siquiera. Francis abrió los ojos, sorprendido, e intentó arremeter contra ella, pero no se movía. La fuerza psíquica de Bianca era mucho mayor que la de cualquiera, si había podido lanzar un coche contra sus atacantes varios años atrás, también podría con alguien como aquel tonto.
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Cuentos para ir a morir
TerrorCinco cuentos cortos, cinco relatos de horror que no te dejarán respirar por las noches, y te mantendrán al filo del miedo a lo largo de sus páginas. ¿Crees que tienes la valentía necesaria para adentrarte en lo profundo de sus historias? En "El rap...