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A la mañana siguiente, Francis se despertó casi una hora antes del desayuno. Salió de la habitación con cuidado, luego de ducharse y vestirse, y se dirigió directamente a la zona oeste de la base, cerca de donde estaba la única entrada por aquel ascensor fortificado. Al llegar, vio las cabinas de vigilancia, las diferentes salas donde los oficiales de alto rango registraban todos los movimientos del personal, y se acercó a una de ellas. Pidió para hablar con el coronel Wilkins, y luego de un momento, este se acercó a través de un pasillo, donde Francis suponía que estaban las habitaciones de los mandos militares. Estaba peinado y aún con el cabello húmedo, oliendo a colonia para después de afeitar, con su traje verde impecable. Se paró frente a él y lo miró gravemente.

—Señor Buchanan, ¿verdad? —le preguntó.

—Así es, Francis Buchanan.

—¿Sobre qué quiere hablarme?

—¿Podemos ir a un lugar más privado? Estoy seguro que las noticias que traigo son muy delicadas para usted, no va a arriesgarse a que alguien lo escuche.

—No iremos a ningún lado a no ser que me diga de que se trata todo esto, señor Buchanan. Por favor, sea claro —insistió el coronel Wilkins. Francis lo miro, y sonrió. Dentro de muy poco le haría bajar aquellos aires de superioridad, pensó. Se acercó a su oído, entonces, y le susurró una sola palabra.

—Gravitones.

Se alejo para ver la reacción del coronel. Al instante, empalideció como si le hubiera echado una maldición. Lo miró como si por un instante hubiera perdido la cordura, y entonces sonrió, nervioso.

—Venga conmigo, señor Buchanan —dijo. Lo condujo por el pasillo hasta su oficina, decorada como si fuera una suite de lujo, con cuadros lujosos y muebles de madera fina. Se sentó tras el escritorio labrado, abrió un cajón a su lado y sacó una caja de habanos—. ¿Fuma?

—No, gracias.

—¿Puedo ofrecerle alguna bebida, entonces? Tengo un whisky de veinticinco años que seguro le va a encantar.

—Estoy bien, gracias. Quiero ir directo al grano, si no es mucha molestia. He salido de mi dormitorio antes de la hora del desayuno, porque no quiero que mis compañeros de grupo sospechen de mí.

El coronel Wilkins asintió, mientras se encendía un habano. Su rostro se envolvió entonces en una humareda gris, hasta que habló.

—Bien, lo escucho —dijo.

—He sorprendido a Bianca, a mitad de la madrugada, yendo a la habitación del doctor Bruce. Ella le comentó sobre lo que había en las puertas restringidas, le dijo sobre el gravitón, y lo que querían hacer con él. Al parecer, están juntos, planificando para que el proyecto falle.

—¿Cómo supo la señorita Connor que había tras esas puertas?

—No lo sé, quizás haya utilizado alguna de sus habilidades —dijo Francis—. Nosotros hemos discutido, la última vez amenazó con romperme todos los dedos solamente con su mente. También me retuvo contra mi voluntad, es muy fuerte.

—¿Alguien más sabe acerca de esto?

—No, solo usted, Bruce, Bianca y yo.

—Bien —el coronel Wilkins asintió con la cabeza, mientras daba otra pitada a su habano, y entonces lo miró fijamente—. ¿Por qué me está contando esto? ¿Qué quiere a cambio por su silencio?

—¿Por mi silencio? No quiero guardar silencio, coronel. Quiero ayudarlo a tener éxito, y hundir a esa puta zorra junto con su doctorcito. Luego me iré a casa, y aquí no ha pasado nada.

—Bien, entonces dígame que es lo que quiere por su ayuda.

—Para empezar, quiero que al terminar toda esta locura me entreguen diez millones, en billetes limpios, sin registrar —pidió Francis—. También quiero que me prejubilen de la marina, con una condecoración de honor. Planeo pasar el resto de mi días en algún sitio del caribe, derrochando el dinero en putas hermosas y una buena vida.

—Puede hacerse, pero, ¿cómo puedo saber que no miente en sus intenciones de ayudar en el proyecto? —preguntó el coronel.

—Porque he venido a hablar con usted antes que con ninguna otra persona. Ustedes están buscando un cerebro con la suficiente potencia como para interactuar con la quinta dimensión que tanto buscan, ¿no es así? —dijo Francis, con una sonrisa. —Pues deme esa potencia, le daré la maldita quinta dimensión que tanto desean para poder controlar la nueva partícula, y luego me largaré de aquí tan rápido como sea posible. Todos ganamos.

—Para actuar rápido es necesario administrar una alta dosis de miliamperios. ¿Usted estaría dispuesto a ello?

—No veo porque no —dijo Francis, encogiéndose de hombros.

—De acuerdo —el coronel se puso de pie, con el habano a un lado de la boca, y le extendió la mano. Francis se la estrechó—. Tenemos un trato, señor Buchanan.

De otro cajón del escritorio sacó una tarjeta magnética, similar a la que Bruce utilizaba, pero roja en lugar de blanca. Entonces rodeó la mesa, colocándosela en el bolsillo, y apagó la ceniza de su habano en un enorme cenicero de cristal.

—Venga conmigo —le ordenó.

Francis lo siguió, hasta salir de la oficina. Comenzaron a caminar en completo silencio hasta atravesar varios pasillos, y llegar a la cabina de control junto a la cabina de control que tan bien conocía. El coronel Wilkins deslizó la tarjeta por el lector, y la voz robótica de mujer anunció "Tarjeta maestra activada". Entonces la puerta se abrió.

El coronel ingresó, seguido por Francis. Tecleó una serie de comandos en una de las consolas de control, la cual se activó con un montón de luces en las perillas y botones más importantes, y luego se dirigió hacia el control maestro de potencia en la maquinaria. Configuró unas cuantas cosas, y luego volvió a apagar todo tal y como estaba. Entonces se giró para mirar a Francis.

—El doctor Sandoff iniciará con las investigaciones de rutina con la nueva medida. Tiene ordenes de aumentar a treinta miliamperios, pero lo que no sabrá es que yo he programado quince más, como voltaje extra, lo que hace un total de cuarenta y cinco. A la hora de comenzar, usted debe ser el primero en ingresar a esa sala —le dijo—. Es posible que experimente convulsiones, pero lo resistirá, estoy seguro. También es posible que experimente anomalías visuales y auditivas, no se resista a ellas.

—¿Podré ver la quinta dimensión? ¿Es eso lo que me está queriendo decir?

—Así es.

—¿Y cómo sabré que he tenido éxito? —preguntó Francis.

—Ah, lo sabrá cuando llegue el momento —aseguró el coronel—. Le puedo garantizar que culminaremos lo que comenzamos en el ochenta, y que nos llevó treinta años de investigación. Y usted será recordado en la historia, señor Buchanan.

Salió de la cabina de control haciendo un gesto para que lo siguiera, y una vez que ambos hombres estuvieron fuera, el coronel Wilkins cerró la puerta tras de sí, volviendo a cerrarse con la seguridad electrónica. Entonces Francis lo miró.

—Tenemos un trato, no lo olvide.

—Jamás olvido nada —respondió el coronel—. Ahora vuelva a su dormitorio, señor Buchanan, y descanse. Tiene una larga jornada por delante.

Se alejó por el pasillo dándole la espalda, con las manos por detrás, caminando erguido como si estuviera guiando un pelotón. Francis lo miró, y se alejó por el camino opuesto, con una sonrisa de satisfacción. Pronto estaría disfrutando de unos jugosos diez millones, alejado de toda aquella maldita base con su maldito proyecto. Ellos podían quedarse con sus partículas de mierda, su ambición iba mucho más allá.

Cuentos para ir a morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora