El sexo había sido bueno, condimentado por tantos años de abstinencia desde su separación. Podía decirse que efectivamente, había sido mucho mejor que en los mejores años de pasión con Susie, cuando todo marchaba bien entre ellos y eran dos jóvenes ardientes que recién comenzaban a vivir la vida adulta.
Nick se despertó casi a las cinco menos veinte de la mañana, con unas ganas de orinar tremendas. Se levantó de la cama con cuidado de no despertar a Jenny, que dormía a su lado aferrada a su pecho y con las sábanas cubriéndole hasta poco más encima de sus muslos. Apenas siquiera hizo un bufido en cuanto él la apartó a un lado, con suavidad, se giró de espaldas a él y siguió roncando tranquilamente.
Luego de orinar, Nick se lavó las manos y se miró en la puerta espejada del botiquín mientras el agua fría le enjuagaba las manos. Se sonrió ante su propio reflejo. Sabía que aquella había sido una noche casual, que Jenny volvería a su ciudad y seguramente ya jamás volvería a verla con la misma frecuencia. Sin embargo, un polvo era un polvo. Quedaría en su recuerdo una buena anécdota para contarle a Jhon.
Volvió al dormitorio luego de apagar la luz del baño tras de sí, y en cuanto cruzó el umbral de la puerta, escuchó una leve risa ronca. Apenas audible, pero que en el silencio de la madrugada fue suficiente para helarle la sangre por completo. Se quedó allí, de pie a la vera de la cama, agudizando el oído por si escuchaba algo más. Pero no ocurrió.
En cuanto se disponía a olvidarse de todo aquello y volver a la cama, volvió a escuchar ruidos, esta vez desde el living. Eran pasos, no cabía la menor duda. Alguien estaba deambulando por su casa en medio de la oscuridad. Y tenía la horrible sensación que era EL, su asesino.
Con los sentidos completamente alerta, caminó hacia la mesita de noche a su lado de la cama, y abrió el cajón donde tenía la pistola. Abrió la recamara con un click y comprobó que estaba cargada. Jenny entonces se despertó, al notar que demoraba en acostarse de nuevo, y al verlo en calzoncillos manipulando el arma bajo la penumbra de la habitación, se apoyó con el codo en el colchón y lo miró, somnolienta.
—¿Nick? ¿Qué haces? —le preguntó.
—Hay alguien dentro de la casa —susurró—. Quédate aquí.
—Oh, Dios mío...
Se tapó con las sábanas hasta la barbilla, en una imagen que a Nick le pareció como si de repente se hubiera convertido en una niña grande. Con el arma en alto, caminó hacia la puerta del cuarto y luego hasta el pasillo que desembocaba en el living de la cabaña. Lo vio enseguida, de pie al lado de la poltrona verde, ese maldito regalo de su ex mujer. Le acariciaba el respaldo de felpa como si fuera suyo, y lo miraba. Podía sentirlo dentro de sí mismo, aunque no pudiera verle el rostro, como la primera vez. Llevaba la misma ropa, la misma ancha capucha negra. Pero podía saber que sonreía bajo ella, saboreando el miedo del viejo policía.
—¿Qué tal estuvo tu noche, vaquero? —le preguntó, con una voz áspera y grave. Hasta no parecía natural. Nick quiso decir muchas cosas, quiso arrestarlo, quiso vaciarle el cargador en la puta cabeza, quiso preguntarle de nuevo como había entrado a su casa, aunque sabía que era una pregunta inútil. Sin embargo, no hizo nada de todo eso, solamente quedo paralizado, mientras apuntaba hacia adelante. Entonces aquel hombre siguió hablando. —Creí que no podrías tener sexo con ella por estar pensando en mí, pero sí que has podido. Entonces no estoy haciendo bien mi trabajo, no estoy matando las suficientes personas. Si no puedo ser capaz de quitarte hasta las ganas de follar, ¿qué clase de asesino soy?
—No vas a enloquecerme —murmuró Nick. La boquilla del arma temblaba ligeramente en la oscuridad—. Soy más fuerte que tú. No te lo permitiré.

ESTÁS LEYENDO
Cuentos para ir a morir
HorrorCinco cuentos cortos, cinco relatos de horror que no te dejarán respirar por las noches, y te mantendrán al filo del miedo a lo largo de sus páginas. ¿Crees que tienes la valentía necesaria para adentrarte en lo profundo de sus historias? En "El rap...