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Luego de anotar las direcciones de los clubes nocturnos, lavó el plato, los utensilios de cocina y las ollas, se acostó a leer un libro de Hemingway y cuando quería darse cuenta ya eran casi las tres de la madrugada, por lo cual acabó durmiéndose tardísimo. Abrió los ojos con pesadez, miró su teléfono celular encima de la mesa de noche y encendió la pantalla, eran casi las once de la mañana. Tenía varios mensajes de Richard preguntándole si al final desayunarían juntos, o no.

Le envió un rápido mensaje diciéndole que sentía haberlo dejado colgado, que había dormido hasta tarde, y que lo esperaba con un café ahora mismo. En cuanto confirmó que Richard lo había leído, se levantó de un brinco, se puso la ropa interior —ya que siempre dormía desnuda, para mayor comodidad—, un pantalón acampanado de jean y una blusa floreada de aspecto hippie. Metiéndose las manos en el cabello, se lo sacudió con los dedos, para peinarse los rizos rápidamente, y luego se lavó la cara y los dientes en el baño. Al menos la noche anterior ya había fregado los platos, pensó con cierto alivio.

Marchó después a la cocina a encender la cafetera de grano molido, y mientras la bebida se preparaba, pasó la aspiradora por la alfombra del living, por los almohadones de los sillones y el suelo del pasillo. Sacudió algunos muebles con el plumero, y casi veinte minutos después de que el café ya se había preparado, el timbre de la puerta sonó. Grace caminó a la entrada, y abrió. Richard estaba allí, con su acostumbrada camisa a cuadros de manga corta, el pantalón de jean negro, y sus zapatillas de gamuza. Tenía una bolsa de papel con croissants salados. De fondo, su Citroën C4 azul estacionado a un lado de la calle.

—Hey, Mabel —la saludó.

—Te echaré la próxima vez que me digas así, tonto.

—Sabes que no lo harías —Richard entró a la sala, en cuanto Grace se hizo a un lado de la puerta, y en cuanto ella cerró, él dejó la bolsa de papel encima de la mesa. Entonces la abrazó, rodeándola con ambos brazos por la cintura, y la levantó en andas, dando algunos giros—. ¡Felicidades por terminar tu primer libro! ¡Que orgullo!

—¡Bájame, loco! —rio ella, y luego que los giros se detuvieron, le devolvió el abrazo. —No sabes cuánto valoro esto, Richie, es muy importante para mí.

—Ya me imagino que sí. Aunque no terminas de decirme si la prota sobrevive.

—Ya te dije, tendrás que leerlo —insistió. Richard se quitó los anteojos de montura y la miró con expresión compungida, hasta que ella puso los ojos en blanco—. Ay por Dios, sí, sobrevive. ¡Pero tendrás que leerlo igual!

—Claro que lo leeré. ¿Ya sabes en donde lo presentarás?

—Eso es tema para el café —respondió—. Siéntate donde quieras, lo traigo enseguida.

Grace se alejó a la cocina, mientras Richard tomaba asiento en una de las sillas que rodeaba la mesa central del living. Al rato, ella volvió con una bandejita con dos tazas llenas de café, y un plato vacío donde poner los croissants. Se sentó frente a él, y le extendió una taza.

—Bueno, cuéntame. ¿Adónde lo vas a exponer? —preguntó Richard.

—Anoche estaba muy motivada, no te voy a mentir. Busqué las direcciones de algunos clubes nocturnos, donde siempre va algún que otro editor independiente, y una banda de rock indie, ¿sabes lo que te digo?

—Es un buen paso —convino él. Sopló por encima de la taza de café, y presintiendo que estaba demasiado caliente, la dejó en su platillo—. ¿Cuándo irás?

Grace no lo había pensado hasta ese momento. Podía ir esa misma noche, o quizás al otro día. Pero el simple hecho de pensarlo, de imaginar la escena, le ponía nerviosa y ansiosa por igual. Entonces se dio cuenta que, por desgracia, estaba asustada, y todo su ímpetu la había abandonado.

—No lo sé... creo que al fin y al cabo es una tontería —balbuceó.

—¿Una tontería? ¿Por qué?

Ella dio un suspiro.

—¿Te imaginas cuantas propuestas y manuscritos le pueden llegar por semana a esos editores? —preguntó. —Soy muy ilusa si quiero creer que puedo llegar a llamar su atención, la competencia es muy grande, Richie.

—No digas eso, Grace... eres alguien con un talento de puta madre, has leído libros desde que tenías uso de razón, tienes una gramática inmejorable. Seguramente mucho mejor que esos tontos freaks que escriben adaptaciones fandom de Star Trek. Tendrás éxito, yo sé lo que te digo.

—Tú sabes lo que me dices porque ya has tenido éxito, trabajas por contrato para una editorial, tienes tu propio editor y tienes tantos ingresos con tus regalías de ventas que has podido cambiar de coche este año —dijo ella, encogiéndose de hombros—. Para ti es fácil, ya estás en el mercado literario. Yo no.

—Grace, escúchame —Richard le apoyó una mano en la mejilla y la obligó a que lo mirase a la cara. Los profundos ojos de Grace, de un matiz verde aceitunado, estaban ligeramente llorosos—. Tienes que confiar en tu capacidad. Solamente es tener la suerte de que un editor se fije en tu propuesta, nada más. Es dar en el clavo. Si das en el clavo una vez, ya estás.

—Sí, supongo que así es.

—Bien, hagamos una cosa —dijo él, sentándose derecho en la silla—. Tú elige un día para recorrer esos clubes, cualquiera, que yo te acompañaré. Si necesitas apoyo moral, ahí estaré. Y aunque tenga que hacerte entrar a la fuerza, vas a ir ahí, vas a mirar a la cara a los editores que haya presentes y les vas a sonreír mientras les cuentas de tu trabajo. También quiero que hagas una copia extra, para que yo pueda llevarla a mi editorial. ¿Quién sabe?

—¿En serio vas a hacer eso? —preguntó ella, con sorpresa.

—¿Qué te hace pensar que no te ayudaría en tu carrera?

—¡Oh por Dios, siento que te amo! —exclamó, dando un brinco en su silla. Se puso de pie, rodeó la mesa, y lo abrazó sin darle tiempo a pararse.

—Y yo a ti, Mabel —bromeó, y como respuesta, Grace le dio un golpecito en la nuca—. Terminemos de tomar el café, y prepara el archivo en un pendrive, tal vez lo llevemos hoy mismo a imprimir.

—Pero aún no he buscado presupuesto de imprenta.

—No te preocupes, tómalo como mi regalo. Tengo un amigo en el centro de la ciudad que puede hacernos una bonita encuadernación si se lo pido. Saldrá unos pocos dólares.

—Hecho —sonrió ella, dándole luego un sorbo a su café.

El resto de la mañana, casi hasta el mediodía, pasaron charlando acerca de los libros de ambos. Richard le comentó que estaba un poco atrasado con la fecha de entrega de su más reciente trabajo, un thriller titulado "El hombre oscuro", pero que no le preocupaba demasiado. Sabía como era su modo de trabajo, siempre se dejaba para el final una rápida maratón de escritura, con la cual era capaz de llegar en tiempo y forma a la fecha exigida por la editorial que le había contratado. Luego charlaron sobre cosas personales, antiguas anécdotas de cuando estudiaban juntos, terminaron su taza de café y se sirvieron otra, y cuando hubieron acabado esa segunda taza aun continuaban riendo. Grace reía mucho con él, Richard era un tipo muy introvertido, al igual que ella, pero que también sabía ser muy ameno. Más ahora, que, trabajando para una editorial, estaba casi obligado a conocer gente nueva todas las semanas.

Una parte de Grace deseaba no solo el éxito literario por lo que significaba como tal, sino por justamente, el hecho de poder conocer gente nueva casi a la fuerza. Sabía que necesitaba nuevos aires, nuevos rostros, salir de su burbuja solitaria por más que costara. Y un trabajo como aquel era idóneo para ello, por lo cual, no podía evitar tener una suerte de envidia sana hacia el pobre Richard. Aunque también era justa, sabía que él había trabajado duro para llegar a esa posición, y se merecía cada gota de éxito que cayera en su vida.

Pasada la una de la tarde, Richard recogió las tazas y la bolsa de papel vacía de los croissants, y las llevó a la cocina, mientras que Grace pasaba el archivo de texto a un pendrive en su computadora. Una vez que todo estuvo listo, cerró la casa luego que ambos salieran, y se subieron al coche estacionado en la calle. Mientras se colocaba el cinturón de seguridad y Richard encendía el motor del Citroën, Grace miró hacia adelante, a la calle que se extendía frente a ella, y suspiró apenas imperceptiblemente. Allí comenzaba su viaje, se dijo. Éxito o fracaso, no lo sabía, pero sin duda algo la esperaba al final de todo.

Cuentos para ir a morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora